08. K. O.

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     Adam sintió como en tan solo segundos todo su mundo se desplomaba en un abrir y cerrar de ojos.

     Frente a él, Duncan permanecía de pie, con la mirada cargada de desconcierto colocada justo sobre la suya, evaluando y estudiando cada detalle de su apariencia para poder mantener ese extraño recuerdo por siempre en su memoria.

     Adam no lo podía creer, ¡es que realmente no lo podía creer!

     Hacía cuatro semanas que Evan y él se escabullían cada lunes y jueves a los vestidores del gimnasio, en espacial en la celda de kickboxing porque los dos sabían que entre las 10 y 10:30 de la mañana permanecía solo. Nadie se aparecía por allí. Jamás. Por lo tanto era el sitio ideal para esconderse sin ser molestados, pero a decir verdad ninguno imaginó que tarde o temprano serían encontrados por alguien del instituto... Mucho menos por el joven de cabello negro y ojeras prominentes.

     Oh, Dios.

     ¿Ahora cómo haría para explicarle todo a su hermano?

     ¿Tendría que rogarle para que no le contase nada a su padre o simplemente debía limitarse a preparar su equipaje?

     ¿Acaso lo querrían de vuelta en el orfanato?

     Su frente estaba cubierta por una fina película de sudor, mientras que intentaba aplacarse los rebeldes rizos de su cabello.

     —Duncan... Yo... —titubeó.

     Evan, quien al igual que Adam, se mostraba un tanto sobrecogido por la abrupta interrupción de nada más y nada menos que El Marginado. De todas las personas en las que pudo pensar, jamás se imaginó que sería el bueno para nada de Duncan el que tendría la primicia.

     —Genial, se apareció el idiota —bufó lo suficientemente fuerte como para que Duncan pudiese escuchar. El pelinegro solo se limitó la lanzarle una fugaz mirada llena de cólera.

     Adam, por otro lado, solo fue capaz de darle un leve codazo en las costillas al chico ubicado a su derecha.

     —Evan, respeta a mi hermano —regañó.

     Evan solo se encogió de hombros, para luego darle la espalda a los jóvenes Dankworth.

     —Duncan, yo —simplemente las palabras no salían de los, ahora, resecos labios de Adam. Hizo un gran esfuerzo por explicarle a Duncan lo que había observado, pero una vez sus ojos vieron el estado de la mano derecha de su hermano, olvidó por completo lo que tenía por decirle—. ¡Oye tu mano, está sangrando! ¿Estás bien?

     —Sí yo... tuve un accidente y vengo por un saco.

     Dejando a un lado su postura defensiva, Duncan entró a la oscura celda en busca de los sacos que el entrenador Malcolm guardaba, aunque no sabía con exactitud en cuál casillero se encontraban.

     Sacudió su cabeza.

     Era difícil concentrarse con su búsqueda luego de pillar a Adam besándose con uno de sus compañeros de equipo.

     —¿Puedes con el peso, Dankworth? —se burló Evan—. Lo digo porque estás un tanto escuálido. Están en este locker —señaló, justo a un lado de Adam.

     Duncan, con rapidez pasó por un costado del cuerpo de su hermano. Ninguno se miró a los ojos, pero la tensión era tan enorme que podía cortarse con un par de tijeras.

      Una vez Duncan hizo un esfuerzo por tomar el gigantesco saco de boxeo entre sus manos, para arrastrarlo por los estrechos pasillos, decidió marcharse.

DUNCAN © #2 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora