El lugar en donde se encontraba era tan opaco que las flores del exterior desaparecían de su mente en segundos, siendo suplantadas por los colores grises y blancos a su alrededor.
El fresco aroma de la primavera no lograba cruzar las puertas de ese lugar, en donde se emanaba un olor neutro, lo único que podía llegar en ese momento a sus fosas nasales era el aroma del último cigarro que se había fumado cinco minutos atrás.
Estaba nervioso... y no era para menos, esta era la primera vez que pisaba una cárcel.
La cárcel de Belmarsh ubicada en la zona oeste de Londres, era un lugar algo retirado y altamente seguro. Duncan se había intentado informar un tanto de ella mucho antes de atravesar su puerta, y había leído que era una de las más custodiadas del país, allí habían enviado a través de los años, y seguían enviando criminales más peligrosos, cuyos delitos fueron tan impactantes que necesitaros investigaciones de meses, ¡incluso años!
Al principio, Grint había vacilado un poco sobre otorgarle a Duncan un permiso escrito para que entrase a realizar una visita en Belmarsh, pero cuando el pelinegro le mencionó solo un poco de lo que estaba sucediendo, el congresista fascinado no simplemente aceptó en otorgarle un papel con su firma, sino que se ofreció a llevarlos hasta allí personalmente.
James Grint tenía toda la autoridad que se requería para poder entrar en Belmarsh cuantas veces le diese la gana, de hecho, ante su campaña para ser electo como el nuevo Primer Ministro de Inglaterra, Grint había pasado varios meses monitoreando el rendimiento de los presidiarios dentro de la cárcel. Eso había generado que su popularidad incrementase.
Cuando ambos se dispusieron a entrar a la prisión, la gran mayoría saludaba a Grint con amabilidad, aunque les parecía muy extraño el hecho de que en esta ocasión estuviese acompañado de un adolescente que ni siquiera era su hijo, pero ambos permanecían con la mirada enfrente de los iluminados pasillos.
Un oficial calvo se acercó hasta ambos, ofreciéndole a Grint la mano para saludarle de un apretón, gesto que James aceptó gustoso mientras mostraba una cálida sonrisa falsa sobre su rostro.
—Congresista Grint, es bueno tenerlo de nuevo por acá —saludó el policía de camisa blanca y corbata negra—, ¿viene por lo acordado anoche?
James asintió con serenidad.
—Este el Duncan, es mi sobrino. Él será quien estará en la visita. Me ha dicho que son solo veinte minutos, ¿no es así?
El oficial, inmerso en la curiosidad, monitoreó desde la cabeza hasta los pies al adolescente de cabellera alborotada y camisa negra con estampado de Nirvana sobre ella. No era nada usual aceptar visitas por parte de menores de edad a los reclusos, pero para suerte de Duncan era domingo —un día bastante tranquilo—, el alcaide no llegaría hasta el día siguiente, e iba custodiado por nada más y nada menos que el congresista Grint... El chico iba con suerte.
—Así es. Él ya sabe que tendrá una visita hoy, pero no se imagina que es de un niño.
Duncan le lanzó una mirada mordaz, pero permaneció callado.
No estaba allí de casualidad, no estaba allí porque quería simplemente pasar su mañana dominical en la cárcel, en absoluto. Duncan era compulsivo cuando las cosas se salían de control, pero también, cuando tenía la mente en frío, era muy calculador y metódico, se había encargado que todos los pasos de su penúltimo plan fuesen ejecutándose a la perfección, y el estar en Belmarsh era algo que necesitaba hacer para cerrar un ciclo muy significativo de su vida.
James, por otro lado, asintió, para luego observan al joven junto a él. —¿Veinte minutos son suficientes, muchacho?
Duncan meditó por unos segundos. Había pasado ocho años con Danielle y Jackson en un pequeño apartamento para luego perderlos a ambos en un accidente vial, había vivido por tres meses dentro de un orfanato con niños que detestaba y mujeres con las que ni siquiera quería hablar, luego había sido adoptado por pastores negros, mientras era criado por una de las mujeres más maravillosas que hubiese podido conocer, para después salir de allí como un criminar e internarse dentro de un movimiento extremista para poder sobrevivir. ¿Realmente eran suficientes veinte minutos?
—Totalmente.
—¡Perfecto! Lewis, puedes llevarte al chico, él yo lo esperaré acá, si algo sale mal él sabrá cómo defenderse por sí mismo. No lo subestimes.
Lewis frunció levemente el entrecejo, pero aceptó, y sin mirar a Duncan comenzó a dar pasos firmes, para que él pudiese seguirle a sus espaldas.
—Tienes veinte minutos para hablar con él —el oficial comenzó a darle varias reglas mientras cruzaban de pasillo en pasillo por los enormes muros de concreto pintados de un tono narciso—. Las llamadas no son monitoreadas, sin embargo, yo estaré a unos cinco metros de distancia de ti, para verificar que nada se salga de control. Si quieres acabar con la visita antes de lo estipulado solo cuelga el teléfono, de inmediato estaremos afuera. ¿Has entendido?
—Sí —musitó.
Lewis abrió una pesada puerta de metal blanca, dándole paso a Duncan para que pudiese adentrarse a la habitación en donde permanecía una larga hilera de sillas negras, las cuales estaban a lado de un muro de al menos un metro de altura, y un largo ventanal transparente que dividía la zona de los reclusos y la de los visitantes. Había al menos veinte casetas, cada una con teléfonos negros de ambos lados que colgaban sobre los finos muros que dividían las garitas.
El pecho el retumbaba, mientras que las manos comenzaban a empaparse en sudor.
Duncan tomaba asiento en la silla número nueve, en donde un hombre de cabello castaño y corto imitaba su acción al otro lado del cristal.
Vestía un overol naranja con mangas cortas, dejando al descubierto los numerosos tatuajes oscuros que habían quedado marcados en la pálida piel de sus brazos.
Duncan volvió a observarle el cabello. Ahora estaba mucho más recortado a diferencia de cómo lo mostraban en las noticias de la prensa y televisión meses atrás, dejando al descubierto su cuello.
Luego le miró al rostro. Tenía el ceño levemente fruncido, pero no se notaba irritado o enfadado, sino más bien curioso de la nueva cara que se postraba ante él. Sus labios se unían en una línea, y sus intensos ojos esmeraldas lo examinaban minuciosamente, al igual que Duncan lo hacía con él en el momento. Debajo de estos habían dos leves manchas negras, posiblemente producto del cansancio, también tenía una fina capa de vello facial que le informaba a Duncan que tal vez él no se rasuraba desde hace tres días atrás.
A pesar de tener dos meses y medio en la cárcel, no se veía tan demacrado como él pensaba.
Duncan, con manos un tanto sudorosas, tomó el teléfono negro que tenía su lado derecho, colocándolo sobre su oído. El hombre al otro lado del cristal imitó su acción con lentitud, sin separar la vista del muchacho.
Intentó buscar palabra alguna en ese instante para comenzar una conversación, pero tenía tantas interrogantes en mente y tantos pensamientos que la única acción que pudo ejecutar fue abrir un poco sus labios, sin que alguna palabra saliese a través de estos.
«Hazlo rápido», pensó, ya que sabía que solo tendría al menos veinte minutos para estar allí, pero cuando por fin se había dispuesto a hablar, él hombre frente a él ya se le había adelantado.
—¿Quién se supone que eres? —cuestionó con una profunda y pesada voz, tomando desprevenido al pelinegro.
Duncan, que ya comenzaba a cansarse de su comportamiento infantil con respecto a la situación, frunció el ceño e inhaló una vez para tomar el coraje suficiente que necesitaba.
—Me llamo Duncan Orson Danot, y soy tu hermano, Derek.
ESTÁS LEYENDO
DUNCAN © #2 [✓]
Misterio / SuspensoDesde la muerte de su madre en un accidente de automovilístico, la vida de Duncan parece ir en picada, y sin ningún atisbo de un repentino mejoramiento. Al ser adoptado por los pastores africanos, Ibrahim e Imongen Dankworth, Duncan será sometido a...