11. Desolación

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     Era domingo a las cuatro y media de la mañana, y Duncan se encontraba totalmente despierto, observando la lluvia caer sobre Acton desde su ventana, con un parsimonioso amanecer no podía distinguirse muy bien por las nubes grises que ocultaban el sol. Era como tener un déjà vu, el rememoro de una vida pasada.

     Desde el viernes en la noche, había estado ensimismado en sus pensamientos. Ibrahim se había ido en la noche, y su llegada no estaba pautada sino hasta el lunes por la mañana. Adam había salido, otra vez, con sus amigos, y a pesar de que no le había mencionado en absoluto a Duncan, a donde iría o con quién iría, el pelinegro dedujo que sería con Evan. Imogen, al igual que lo hacía cada vez que Ibrahim viajaba mensualmente, se había quedado encargada de la iglesia, por lo tanto se encontraba tan ocupada que si acaso pudo entrar a la cocina un par de veces para intentar prepararle algo a sus hijos, labor la cual Duncan le dijo de inmediato que se olvidase, ya que era él quien prepararía cada una de las comidas para que de ese modo ella pudiese estar más serena.

     Había intentado despejar su mente. Había intentado hablar con Angélica. Había intentado realizar la rutina de ejercicios que el entrenador Malcolm le había elaborado... Pero nada de eso lo había podido sacar de sus pensamientos.

     Desde la última charla que había tenido con Adam, jamás había sentido la necesidad tan efervescente de estar junto a su madre, Danielle.

     Esa misma noche, justo antes de dormir, miles de recuerdos afloraron dentro de su mente como balas que acababan con él poco a poco. Recuerdos que habían permanecido encerrados en una caja en lo más profundo de él, con el simple hecho de protegerlo del dolor que aún no lograba superar. Se removió sobre su cama unas cinco veces, mientras se reprochaba a sí mismo por no poder conciliar el sueño, pero una vez cerraba los ojos, el sonrojado y dulce rostro de Danielle Danot aparecía justo frene a él, sonriendo, con los ojos achinados y la hermosa hilera de dientes expuestos, aquella jugarreta de su imaginación le costó un par de lágrimas molestas que limpió con tanta furia que casi se lastimaba los ojos.

     Pensó en Imogen, luego en Danielle, y luego en Imogen nuevamente.

     Su madre biológica.

     Su madre adoptiva.

     Y las intentó colocar por unos segundos sobre una misma balanza, pero ¿cómo si acaso podía pensar en compararlas?

     Para ser sincero, su trato con Ibrahim era una porquería, y ya era un hecho que el rencor y el disgusto existente era de parte y parte, pero ¿cómo podría él si acaso pensar en odiar o lastimar a Imogen?

     ¿Cómo se atrevía a compararla con Danielle?

     Su vida estaba dividida justo en estos momentos. Había pasado los primeros ocho años de su vida bajo los cuidados de Danielle, como una madre amorosa, muy entregada y responsable, la cual se había encargado de mostrarle incluso las maravillas más pequeñas de la existencia. Pero su trágico destino lo habían colocado bajo el cuidado de Imogen, con quien compartía los ocho años de su vida restantes, y a pesar de que no compartía su pensamiento religioso, ella siempre velaba por él, y eso hizo que se ganase todo su corazón.

     Recordó la primera vez que pisó la casa de los Dankworth, dos semanas después de que Imogen le preguntase si quería que lo adoptasen. El papeleo hubiera estado listo con anticipación, pero las autoridades aún tenía problemas con los padres de Danielle, quienes a pesar de no querer tomar la custodia de Duncan, no aceptaban que su nieto fuese adoptado por desconocidos, posteriormente, con algo de mano dura, ambos dieron el consentimiento un tanto obstinados por la situación.

     Esa mañana Imogen lo llevó a casa en compañía de Ibrahim y Adam, quien ya tenía alrededor de quince días siendo legalmente un Dankworth; la efervescente mujer tenía en sus manos un pequeño pastel de color verde solo para él, mostrando su blanquecina dentadura.

DUNCAN © #2 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora