07. El declive del autocontrol

229 25 26
                                    

     El pitido proveniente del silbato que el entrenador Malcolm sostenía entre sus estrechos labios finalizó con aquel juego de soccer que habían comenzado hacía unos treinta minutos atrás, y el cual había terminado con un marcador de cinco a dos a favor del equipo de chalecos amarillos en contra del equipo de chalecos azul, gracias a las dos últimas anotaciones realizadas por Adam Dankworth, quién tras recibir algunas palmadas en la espalda y felicitaciones de parte de sus compañeros de equipo, decidió tomar asiento en una de las gradas del campo, mientras se hidrataba un poco.

     El día estaba lo suficientemente fresco como para no morirse de calor luego de jugar un partido consecutivo de al menos treinta minutos. Adam podía aguantar eso y más. Ya estaba acostumbrado a correr de un lado a otro atrás del balón de fútbol, después de todo, era un deporte que practicaba desde los diez años. Había desarrollado muy bien su resistencia.

     Sus oscuros ojos se encontraban cerrados, mientras inhalaba y exhalaba con tranquilidad, dejando que el sigiloso viento de primavera rozase su piel acaramelada. Había notado la mirada llena de rencor por parte de Grint, quién había sido ubicado en el equipo contrario, debido a que pertenecía a la tercera sección del último año, mientras que Adam estaba ubicado en la primera. Por otro lado, estaba Duncan, quién pertenecía a la segunda sección, pero había estado jugando dentro del equipo de Grint, y a diferencia de su hermano, no había tenido una buena racha durante el juego, de hecho, habían sido contadas las veces que si acaso había pateado el balón, pero por demandas del entrenador Malcolm él debía participar para aprobar la materia.

     La práctica y constancia por el deporte solo había sido desarrollada por Adam, desde muy pequeño había despertado habilidades muy ingeniosas para el fútbol, el béisbol, el pool, inclusive el croquet. En cambio Duncan había sido un poco más hábil en otras situaciones, como en la interpretación de contenidos y la lectura, cosas que a Adam no se le daban tan bien como el resto pensaba.

     —Excelente juego, muchacho, no hubiese esperado menos de ti —el entrenador Malcolm había tomado asiento a un lado del moreno, palmeando dos veces sobre la rodilla de este.

     A decir verdad George Malcolm no era un hombre muy viejo; tal vez su edad rondaba entre los cuarenta o cuarenta y cinco años, pero la gran cantidad de hebras platinadas que sobresalían de su cuero cabelludo lo hacían lucir como un hombre mucho mayor. De corta estatura y algo macizo gracias a todos esos años de práctica de kickboxing durante la preparatoria y gran parte de su adultez que le habían ayudado a formar la figura de hombre corpulento que poseía ahora. Tenía unos cinco años como entrenador en la escuela, y era conocido por ser lo suficientemente estricto durante sus clases como para hacer vomitar a cualquier alma sedentaria de primer año de secundaria.

     Con el transcurrir de los años, Adam había aprendido a conocerlo lo suficiente, hasta el punto de verlo como su mentor en lo que deportes se trataba, ya que este solía instruirlo dentro del mundo de soccer, mundo en el cuál ambos sabían que Dankworth podría tener un gran futuro, y de una u otra manera era la fe que el entrenador Malcolm depositaba sobre él la cual, en parte, le ayudaba a no rendirse. Al igual que el apoyo que Ibrahim, su padre, solía brindarle constantemente.

     —Muchas gracias, entrenador.

     —¿Aún no has pensado a qué universidad asistirás?

     —En realidad no es como si las becas cayesen como gotas de lluvia sobre mí... Nada ha llegado.

     —Eso me parece muy raro, para ser sincero. Me he asegurado de recomendarte a las mejores de la ciudad, sin mencionar que he adjuntado videos de tus mejores jugadas. Eres mi jugador estrella.

DUNCAN © #2 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora