18. A puños sueltos

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     Era lunes por la mañana, y Duncan se encontraba en el metro de Acton camino a Londres Central.

     Había recibido una llamada a primera hora de parte del laboratorio, en donde le avisaron que sus exámenes de ADN estaban listos después de una larga espera de veintidós días, por lo tanto podía retirarlos cuando quisiese, por supuesto, estaba dispuesto a faltar a la clase de química del profesor Hunter, solo para buscar su resultados. Su ansiedad aumentaba, y su estómago se encontraba como el mar luego de un eclipse, a decir verdad no sabía absolutamente nada de lo que había en el sobre o lo que podía arrojar la prueba, solo se concentraba en pensar constantemente en el hombre que le había entregado tal información.

     Al igual que la ocasión anterior, el metro no estaba muy lleno de personas a comparación con otros días, solo habían un par de chicas adolescentes atrás de él, un hombre no muy viejo de tez oscura, y dos jóvenes, mientras que Duncan se limitaba a observar a través de la ventana del vagón.

     A su izquierda, y al igual que hace veintidós días atrás, los dos jóvenes comenzaron a agredir al hombre negro que se encontraba sentado, mientras le insultaba y le daban algunas palmadas fuertes en la calva cabeza, pero esta vez él no hizo nada, solo observó la situación por unos segundos, para luego colocar nuevamente su vista hacia el frente, e ignorarlo... Después de todo, no era su problema.

     Podía escuchar las ofensas y algunos quejidos, pero había llegado a su estación, por lo cual era momento de bajarse.

     El corto tramo de la estación al centro médico se le hizo un tanto pesado, algunas personas le golpeaban con sus hombros cuando iban de prisa en la siguiente dirección, mientras que otras pasaban de él, pero la verdad era que desde hace muchos días Duncan solo funcionaba de manera mecánica; semiautomático si se podría decir.

      Ya no sobreanalizaba las cosas, simplemente actuaba según su naturaleza. Comía, dormía, y el ciclo se repetía.

     El día anterior era domingo, por lo tanto debía asistir a la iglesia, y para su sorpresa lo hizo, No chistó, no se resistió, no nada. Solo se limitó a vestirse acorde al momento, seguir a su familia y sentarse en primer lugar a escuchar a Ibrahim repetir con fuerza cada una de sus palabras.

     «Ninguna persona es ajena al sufrimiento. De nosotros dependerá que la voz de nuestro dolor no silencie la voz del Señor. Nuestro mejor amigo, guía, socio, compañero, hermano y padre siempre serán Padre, Hijo y Espíritu Santo. Job 22 21-24».

     Había perdido el apetito. Tampoco mantenía conversación con Imogen, a pesar de que ella hacía todo lo posible por animarle de nuevo... todo era en vano.

     Duncan había perdido su última pizca de alegría después del accidente.

     No le llevó mucho tiempo el llegar hasta el laboratorio el cual se encontraba un poco más lleno que la última vez que había estado por allí. Pasó a una de las casillas, en donde se encontraba la misma enfermera que le había atendido.

     Solamente tuvo que esperar unos tres minutos hasta que la enfermera volvió y le extendió el rectangular sobre blanco en el cual se encontraban sus exámenes de sangre.

     Le temblaban las manos, mientras que su mirada emanaba la más profunda de las curiosidades. Entre sus manos tenía una prueba verídica sobre su parentesco, sobre sus raíces, el lugar de origen por el cual jamás había tenido absolutamente nada de información... Hasta ese momento.

     A pesar de su enardecimiento interno por saber de quién se trataba, sabía que debía esperar a llegar a casa para abrir el siguiente sobre amarillo que reposaba bajo su colchón. Las instrucciones habían sido claras: realizar el ADN, revisar los resultados y luego abrir el sobre.

DUNCAN © #2 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora