23. Balas listas

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     Silencio.

     Esa había sido la primera reacción del castaño al escuchar lo que el muchacho frente a él había confesado sin rodeos.

     ¿Hermano? ¿Quién carajos se suponía que era?

     Derek, quien aún permanecía con el entrecejo fruncido y el teléfono entre sus grandes manos, observó detalladamente el rostro del muchacho frente a él. ¿Cómo podría ser su hermano? Podría jurar que estaba entre los quince o dieciséis, justo en la flor de la adolescencia. Y sí, debía admitir que la mirada que el pelinegro tenía era muy similar a la suya, ambos de orbes color verde, calculadores, solitarios. Ojos tan profundos que si te centrabas por unos instantes únicamente en ellos podía observar hasta el más pequeño destello de dolor que estos se encargaban por esconder. ¿Acaso ese muchacho era realmente un Phelps?

     Durante los dos meses que Derek había pasado en la cárcel desde su juicio no había recibido visita de nadie, su madre había viajado un par de veces desde Bradford hasta Londres para verle, pero él ya había dejado en claro que no quería seguir teniendo ningún tipo de conexión con Darcy, pensó que Andrew se acercaría para asegurarse de que aún se encontrase pagando en aquella jaula todas las cosas que le hizo a su familia, pero estaba seguro que no se aparecería por ahí, lo más probable era que Wadlow lo mantenía informado; y estaba de más decir que no había recibido visitas de Elena. No tenía ninguna noticia de la castaña desde que se declaró culpable, sin embargo, sus sentimientos seguían tan fervientes como desde el primer momento. Por tal motivo le parecía totalmente sorprendente que un joven apareciese frente a él con el valor de decirle que era su hermano... ¿Cómo era eso posible?

     —¿Mi hermano? —cuestionó con la voz un tanto retraída.

     Por otro lado, Duncan asintió, sin apartar el contacto visual del hombre de los brazos tatuados. Su semblante era tan impresionante como en las imágenes que había visto en Internet.

     Por alguna razón sentía mucho respeto hacia Derek Phelps.

     Desde que había leído la carta que su madre había redactado, sumado a las pruebas de ADN que había revisado y al resto de información que había tenido en el sobre, la noticia había caído como una bomba sobre Duncan, y a pesar de que había intentado ignorarlo mientras terminaba de adaptarse a la vida bajo los mandatos del Patriotic Alternative, la verdad era que ya no podía seguir dándole largas al asunto. Debía cerrar su ciclo.

     La información en el sobre venía lo suficientemente especificada como para que ningún detalle fuese pasado por debajo de la mesa. Había una pequeña carta escrita a mano en un papel levemente arrugado, de parte de Danielle para Dustin Phelps. También había un par de fotografías del rostro de Dustin, una fotocopia de su partida de nacimiento, en donde se encontraba el tipo de sangre que poseía, y a su vez una carta únicamente para Duncan, en donde se explicaba a lujo de detalle su parentesco con Derek Joseph Phelps, el despiadado de Londres.

     Simplemente aún no lo podía asimilar, incluso estando frente al hombre que asesinó a la madre de una de las estudiantes de Queen Victoria, separados únicamente por un cristal.

     Su vida parecía irreal desde hace semanas atrás.

     —¿Cómo estás tan seguro de ello? —cuestionó nuevamente el castaño.

     —Dustin Phelps es el padre de ambos.

     Derek sonrió con algo de irritación.

     —Podrías ser un poco más específico —sugirió, mientras apoyaba su brazo izquierdo sobre la barra metaliza frente a él y sosteniendo su barbilla con el pulgar—, Dustin Phelps jamás fue un santo de mi devoción.

DUNCAN © #2 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora