Este capítulo tiene: 2692 palabras
Voy a comenzar a editar los primeros capítulos al mismo tiempo que voy actualizando aquí, por si os apetece releer y recordar quienes son algunos personajes o su función en la historia. A la novela le quedan unos pocos capítulos, no quería hacerla demasiado larga. Espero que igualmente os esté gustando. ♡
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Otra soleada y triste, para mí, madrugada. Me levanté de la cama sin mucha gana y de modo automático mi mano se deslizó hasta la mesita de noche y agarró dos de las pastillas que el médico me había recetado. Las tragué, sin agua. Ni siquiera las sentía y mucho menos esperaba que ayudaran con la ansiedad o con el continuo cuadro de depresión en el que me encontraba. La preocupación de mi madre brillaba en mi casa, y yo directamente no sentía ni una pizca de pena o empatía por sus largas noches de lágrimas. Abrí mis ojos un poco más, pues casi parecía que aún dormía de pie. Anduve hacia el baño y me encerré ahí. Lavé mi cara con agua fría, para ver si alguna emoción pasaba por mi cuerpo, pero todo parecía indiferente. Observé mi rostro en el espejo, las ojeras adornaban de una manera para nada sutiles. Negras, largas, casi como un túnel hacia en inframundo. Mordí mi labio inferior y con mis dientes me traje pellejo de estos, estaban sumamente cortados, de tantos golpes y mordiscos, no de los que me gustaría, no de los normales. ¿Normal? Reí irónicamente mientras pensaba. Esa palabra no entraba ni si quiera en mi vocabulario. Apoyé mi frente en el cristal y golpeé dos veces para ver si así callaba esos pensamientos que corrían libres por mi mente encerrando mi cerebro en un océano de hierro.
La puerta de mi habitación sonó, alguien la estaba golpeando. Rodé mis ojos y abrí la del baño para abrir el reciente cerrojo que puse de la de mi cuarto.
-Mamá ya me tomé... -comencé a dar una explicación sobre las pastillas cuando mis ojos acabaron en los de Jodie. Tragué saliva sonoramente no esperándola. Desde el interrogatorio de Fred no la veía y tenerla frente a mí se me hacía extraño. Su pelo seguía cayendo en una cascada hawaiana y sus ojos mantenían ese brillo que durante un tiempo pareció inculcarse en los míos.
-Hola -dijo en una suave hilo de voz con una sonrisa de lado-. ¿Qué tal estas? -quiso saber aun en la puerta. Mi mirada se dirigió al principio de las escaleras donde mi madre se encontraba estratégicamente y guiñó su ojo en mi dirección.
-Entra -dije y con un asentimiento de su cabeza pasó detrás de mí cerrando la puerta-. ¿Qué haces aquí? -crucé ambos brazos sobre mi pecho esperando una respuesta sincera una vez que ella se acomodó en mi habitación, la costumbre.
-Tu padre comentó lo del médico, ¿han vuelto los problemas?
-¿Mi padre lo sabe? -relajé los músculos de mi cuerpo cuando esa información llegó a mí. Él ni siquiera se molestó en venir a verme o algo así. Ella asintió y yo giré mi cuerpo llevando la mano a mi cabeza. Tiré de me pelo hacía atrás y olvidé aquellas oportunidades que pensé en darle.
-Eh -susurró detrás de mí, posó su mano izquierda en mi espalda y con la otra acariciaba mi brazo derecho suavemente. Cerré mis ojos, hacía tiempo que no sentía el tacto de alguien tan cerca de mí. Noté como mi piel se erizaba. Eché mi cabeza hacía atrás buscando el punto de relajación, de estabilidad entre el presente y las sensaciones que me provocaba. Sonreí, sin darme cuenta y me giré hasta que quedamos a pocos centímetros-. Ya sabes como es Mark, no te esfuerces más con él -reí irónicamente ante aquella justificación-. En cuanto me enteré vine, ¿sabes? Y créeme que he intentado evitarte, olvidarte, pero casi que soy incapaz -cerró sus ojos y yo mantuve mi mirada clavada en ella-. Sé que fueron pocos meses, llenos de altos y bajos, más de lo último, pero para mí fue especial, lo que necesitaba en ese momento. Intenso, creo que es la palabra. Y a pesar de que conozco tus sentimientos por Kaya, reconozco que pensé que aquellos podrían cambiar hacía mí. Ingenua, ¿verdad?
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Infierno Helado (TERMINADA en edición)
Ficção AdolescenteMe mandaste al infierno, y es por eso por lo que ahora te beso. Tu lengua quema pero, seguro la herida duele menos que la cicatriz de este corazón roto. Hablo del mío, porque apuesto a que tú helaste el tuyo. --------- Un grupo de edades entre 17 y...