Entró en la casa que se había convertido en su hogar a lo largo de los últimos cinco años y descubrió horrorizada que sin la presencia de Esteban era como si estuviese vacía. Lo maldijo por el caos que había creado en apenas unas horas y subió la escalera que conducía a su dormitorio, decidida a poner remedio al asunto. Tenía que planear la cena hasta el último detalle. Y también tenía que estudiar detenidamente a su esposo; averiguar lo que le gustaba y lo que no.
Y, cuando lo supiese, le encontraría la amante perfecta. Tenía que confiar en que el plan de Mendoza funcionara, y que lo hiciera rápido.
La experiencia le había enseñado que nadie podía resistirse a un hombre como Esteban durante mucho tiempo.
Por otro lado
Esteban subió los escalones que conducían al club de caballeros Remington y supo que si no fuera por la frustración sexual que sentía, estaría nervioso. En aquel establecimiento tan conocido seguro que se encontraría con varios esposos de antiguas amantes suyas, era bien sabido en la sociedad que el juego del engaño era habitual.
En el pasado, Esteban no se habría sentido para nada incómodo por ello. «En la guerra y en el amor no hay reglas que valgan», habría dicho, o algo por el estilo. Sin embargo, ahora sabía que no era así. Había reglas que valían para todo en la vida y él no estaba exento de seguirlas.
Escudriñó la estancia en busca de una butaca y de cualquier tipo de alcohol, y lo reconfortó ver que el club no había cambiado. El olor a cuero y a tabaco le recordó que había cosas que no cedían al paso del tiempo. Un par de ojos azules se encontraron con los suyos y luego apartaron la mirada con un gesto claro de desprecio. Esteban suspiró y aceptó que se lo merecía y luego se dispuso a pedir la que sabía que sería la primera de las infinitas disculpas que iba a tener que ofrecer a un número igual de incontables agraviados.
Hizo una leve inclinación de cabeza y dijo:
—Buenas tardes, Demetrio.
—San Román.
El que antes había sido su mejor amigo ni siquiera lo miró.
—Señor Denby, lord William. —Esteban saludó a los dos caballeros que estaban sentados con Demetrio—. Te suplico que me concedas un segundo, Demetrio. Si lo haces, te estaré eternamente agradecido.
—Creo que no tengo ningún segundo que malgastar —contestó su antiguo amigo con frialdad.
—Lo entiendo. Entonces no tendré más remedio que pedirte disculpas aquí mismo —dijo Esteban, que no estaba dispuesto a irse sin que lo escuchase.
Demetrio volvió la cabeza hacia él.
—Siento que mi matrimonio te causase malestar. Como amigo tuyo que era tendría que haberme importado cómo iba a afectarte. Y también quiero felicitarte por tus recientes nupcias. Eso es todo lo que quería decirte. Que tengan un buen día, caballeros.
Esteban inclinó la cabeza levemente y dio media vuelta. Encontró una mesa y una butaca de cuero para él solo y soltó el aliento al sentarse. Un poco más tarde, abrió un periódico e intentó relajarse, algo prácticamente imposible con todas las miradas que notaba posadas en él y por los caballeros que se acercaban constantemente a saludarlo.
—San Román —oyó decir a Demetrio.
Esteban se puso tenso y bajó el periódico.
Su amigo se quedó mirándolo largo rato y luego señaló la butaca que Esteban tenía delante.
—¿Puedo?
—Por supuesto.
Esteban dejó la lectura y el empresario ocupó el asiento.
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¿COMO ME FUI A ENAMORAR DE MI MARIDO? (terminada)
FanfictionMaria es una aristócrata moderna. Como toda niña enamorada se casa con su príncipe azul, grande es su desilusión cuando se transforma en un sapo. Gracias a Dios, perdió la vida, pero su padre quiere forzarla a casarse. Para escapar de esta situación...