Capítulo 19 (El Final)

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Ella le había dejado.

Esteban no podía creerlo. Estaba seguro de que ella sería siempre suya, le había demostrado en esa cama que todavía lo amaba con locura, que era lo que le impedía volver con él, acaso será verdad que ama a ese tal Gerardo.

–El avión está listo para despegar, señor San Román –le informó su asistente–. Directo a Lihue con una breve parada para repostar en San Francisco. He enviado al chófer a esperarle a la entrada del hotel. ¿Quiere que alguien recoja sus maletas?

–No te preocupes –respondió Esteban embobado–. Viajo ligero de equipaje.

Una vez en la recepción del hotel, habló brevemente con su asistente, Murakami, que le seguiría a Tokio al cabo de unos días. La planta principal del hotel Cavanaugh estaba decorada con un árbol de Navidad de unos diez metros de altura cubierto de adornos rojos. Los rostros alegres y las luces del vestíbulo irritaron a Esteban.

Mientras Murakami se ocupaba de pagar el hotel, Esteban salió a la calle. Parpadeó unos instantes ante el frío de la tarde invernal mientras su aliento se convertía en vaho.

–¿Señor?

Sin pronunciar palabra, Esteban le tendió su maleta al chófer y se subió al asiento trasero.

El Rolls-Royce circulaba por la Quinta Avenida cuando el conductor le habló de nuevo.

–¿Su visita a Nueva York ha resultado agradable, señor?

–Mi última visita –puntualizó Esteban mirando por la ventanilla.

–Espero que celebre la Navidad en algún lugar más cálido, señor.

Esteban recordó la calidez del cuerpo de María y de su mirada.

Si respondió Esteban, espero que mi esposa y mi hija tengan una hermosa fiesta.

Si el conductor de Esteban se sorprendió no dijo nada.

De pronto se dio cuenta de que había olvidado entregarle el cheque de veinte millones de dólares a la fundación que trabajaba María para que esta quedara libre . Se irguió en su asiento.

–Gire aquí mismo –le dijo al chófer–. Diríjase a la calle treinta y cuatro con la once. Tan rápido como pueda.

Cuando el coche se detuvo delante del viejo edificio que albergaba la oficina de María, Esteban casi saltó de él. Impaciente, en lugar de esperar al ascensor, subió las escaleras de tres en tres. Llegó a la tercera planta y empujó la puerta. Tenía el corazón desbocado, pero no por el ejercicio.

Gerardo, el asistente de María, lo miró sorprendido y no con muy buenos ojos.

–Señor San Román, ¿ha olvidado algo? –preguntó –. ¿Quiere que le lleve a conocer el parque, después de todo?

María no estaba allí. Esteban apretó la mandíbula con frustración mientras sacaba su chequera del bolsillo de su abrigo.

–La Duquesa ya me ha enseñado el parque. Pero se ha marchado antes de que pudiera darle mi donación.

Esteban extendió el cheque de veinte millones de dólares y se lo entregó al joven, que lo miró con ojos desorbitados.

–Le daré un recibo –anunció.

–No es necesario –dijo él.

–La condesa insistiría –dijo Gerardo con un hilo de voz entregándole el recibo–. ¿Cómo quiere que se anuncie?

–¿A qué se refiere?

–Enviaremos una nota de prensa comunicando su donación, por supuesto. ¿Quiere que se la atribuyamos a usted personalmente o a su empresa?

¿COMO ME FUI A ENAMORAR DE MI MARIDO? (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora