Capítulo 12 ¿Creer o no creer ?

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Mientras la desaliñada Daniela se alejaba de donde estaban, Me quedé inmóvil y en silencio y con los puños apretados a los costados. San Román me miró preocupado y expectante, con los hombros echados hacia atrás, mientras yo sopesaba cómo reaccionar. En su día había luchado con uñas y dientes por Davis y el esfuerzo había sido agotador y completamente vano. Los maridos eran infieles y engañaban a sus esposas. Las mujeres prácticas lo entendían perfectamente. << ommm ommm ¿o no? ¿Cómo le decía yo a mi corazón que no se partiera en dos? Respira María. Eres una mujer fuerte, no muestres tus sentimientos>>

Con el corazón metido de nuevo en la jaula de hielo que había construido a lo largo de los últimos años, le di la espalda a Esteban con intención de abandonar el baile, su casa, y a él. En mi mente ya me veía haciendo las maletas, mi cerebro ya había empezado a hacer una lista de mis pertenencias.

—María.

«Esa voz, maldita sea porque tiene que tener este efecto en mi»

Me estremecí de anhelo. ¿Por qué tenía que tener esa voz que destilaba lujuria y deseo?, pero por orgullo no me detuve.

No aminoré el paso y cuando él me cogió por el codo para detenerme, pensé en los muebles de mi antigua casa y en lo pasados de moda que estaban.

La mano de Esteban me tocó una mejilla y me obligó a mirarlo a los ojos. Me fije en el verde de sus iris y pensé en el sofá del mismo color que tenía en un salón. Iba a tener que tirarlo.

—Dios —masculló él, dolido—. No me mires así.

La mirada de María descendió hasta la mano de él, que seguía sujetándola por el antebrazo.

Antes de que supiera lo que estaba haciendo, Esteban tiró de ella y la metió en aquella habitación que olía a sexo, cerrando la puerta a su espalda.

Se me revolvió el estómago y, al notar una imperiosa necesidad de huir de allí, corrí a colocarme en el único extremo de la estancia iluminado por la luz de la luna. Estaban en una biblioteca, cuyo balcón daba al jardín con vistas a la ciudad. Me detuve y, apoyando las manos en el respaldo de una butaca orejera, respiré profundamente varias veces aquel aire más limpio para no perder el control de mis emociones y no romperle la cara con algo.

—Mary.

Esteban se pegó a mi espalda y me colocó las manos en los hombros. Las deslizó por mis brazos hasta conseguir que soltase la butaca y luego entrelazó mis dedos con los suyos.

Estaba tan pegado a mí, que podía notar que el cuerpo de él quemaba como si tuviese fiebre, empecé a sudar.

<<Para distraerme y no sucumbir a la tentación de darme vuelta y morder esa boca traicionera, de castigarlo con la violencia de mi pasión, desgarrar su  ropa y hacerlo sentir que me pertenecía, que no tenía derecho a estar con ninguna otra, respire fuertemente y empecé a pensar en otras cosas>>

¿Azul? No, ese color tampoco. El despacho de Esteban era azul. ¿Lavanda, quizás? Un sofá lavanda sería toda una novedad. O tal vez rosa. Ningún hombre querría sentarse en un sofá rosa. ¿Acaso eso no sería maravilloso?

—Háblame, por favor —insistió él.

A Esteban se le daba muy bien insistir. Y seducir, conquistar y follar. Una mujer podía perder fácilmente la cabeza por él si no iba con cuidado.

—Borlas.

—¿Qué?, dijo Esteban y le dio la vuelta para poder mirarla.

—Decoraré el salón de color rosa y colgaré borlas doradas —le dijo.

¿COMO ME FUI A ENAMORAR DE MI MARIDO? (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora