Cuando comenzó todo en mi cabeza

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No recuerdo que edad tenía, pero seguro estaba que no era mayor a los 9 años. Llegaba todos los días de los estudios primarios, ya por la tarde, a eso de las 7. Entraba por la sala de estar, pasaba por la cocina, y luego, estaba el cuarto de mi hermano mayor -él tenía catorce en ese entonces, y trabajaba como paquetero de un supermercado-. Todos los días sin excepción, me metía a molestarlo en su habitación, o como el solía llamarlo, su estudio.

Pasaba todo el tiempo que podía ahí, hasta que él se hartaba y me sacaba a patadas de su confort. En mis recuerdos de cuando él era un párvulo siempre se la pasaba pegado a sus libretas de rayas y sus colores baratos de veinte pesos, pero que él, con todo su talento de artista, siempre, hacía ver sus grafitis como los de un profesional -sí, con esos colores baratos de veinte pesos y un poco más-.

Admiraba muchísimo lo que hacía y cómo lo hacía, era fascinante verlo tan concentrado haciendo sus bocetos y terminarlos. Cada grafo era diferente del anterior; era más versátil, más bello, más asombroso, con una técnica tan diferente a la de antes. Todas las veces que miraba una obra nueva, y yo analizaba (apreciaba) cada trazo, siempre el mataba mi añoranza con un: "jamás serías capaz de hacer algo así, jajajaj" o con un: "mañana lo haré en la pared de la casa de alguna anciana corajuda" a lo que yo le respondía que podría hacerlo mucho mejor que él, si el me enseñaba claro. Pero me decía que todo lo que sabe, lo aprendió solo, que nadie le dijo cómo hacerlo. Yo, por mi parte, jamás creí en sus palabras, y, con el tiempo, fui guardándole una envidia muy fuerte, de la cual llegó a percatarse y reaccionaba de muy mala gana cuando se daba cuenta de mi mirada celosa. Era un niño. Un niño celoso por las habilidades de otros, siempre deseando, siempre queriendo lo que todos los demás tenían, porqué yo, porqué yo no tenía nada de lo que ellos sí. Siempre deseando, siempre envidiando, siempre soñando con algo más a lo que tenía en mis manos, siempre llorando por dentro.

Era capaz de sentir como mi espíritu por dentro se desvanecía en una realidad a la cual no podía acceder, para un niño que apenas comenzaba a darse cuenta de la realidad de la vida, de las situaciones emocionales, el no tener lo que quería en ese momento en el que él lo pedía, créeme, es muy duro y puede hacer dañar la felicidad del pequeño, que además, tiene que reprimir ese llanto, porqué de no ser así, podría ser castigado, o incluso podría ser considerado por sus mayores como algo a lo que no se le ve sentido el llorarle a una añoranza.

Mi envidia y mis celos a tal talento al que mi hermano poseía me llevó a desarrollar mis capacidades creativas que yo nunca sabía que poseía. Comencé por tratar de copiar las ilustraciones que veía en esos llamados tazos y bueno, jamás me salían bien, pero jamás dejé de intentar.

Aunque mis recuerdos son difusos acerca de sí seguí practicando cuando estaba en la infancia, aquellos celos que tenía de mi hermano por su arte se desvanecieron sin más, no sé exactamente en qué momento, pero dejé de hacerlo, quizá cuando comencé a descubrir que mi talento en desarrollar mis habilidades creativas no se centraban del todo en el dibujo, sino que ese pequeño potencial se veía más enfocado hacía la redacción -aunque no he de negar que también comencé a notar que podría ser tan bueno como mi hermano para dibujar, sólo que no grafitis, sino, en ilustraciones-.

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