Don

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Lo mío son los cuentos cortos: esos que se cuentan en cinco minutos. Lo mío no es lo ejemplar, lo mío son las metidas de pata, las corridas, y cargarla de vez en cuando. Los silencios y los gritos desencadenados. Lo mío no es la paz ni la guerra, lo mío es el equilibrio, la estabilidad. Lo mío no es la incongruencia, lo mío es la carencia.

Existen quiénes sólo amor mediocre han recibido, y al recibir amor puro no han sabido apreciar. No está mal, pues probablemente es que la culpa no sea suya. Fue la mediocridad que difama al amor hoy en día; del -amar- de algunas personas.

Demonios a la espera de mí. Personas inocentes en el autobús. Dieciséis como mínimo, ellos hubieran muerto si yo hubiera ido. Los brazos me temblaron. El viento resoplaba y resoplaba, cada vez más fuerte, cada vez más frío. Una paz que me causaba desconfianza. Las nubes rosas rojizas, tan bonitas como bombones, no era más que la tan llamativa abierta de una presencia malvada. Salí al patio trasero a tomar un respiro, tantos de ellos ahí, mirándome, de todos los tamaños y formas: un color rosa, otro color grisáceo. Muchos, muchos entes, entre más miraba, más salían. Volví hacia la casa casi corriendo - ¿te dije que mientras aquello sucedía, yo bebía café? - del salto tiré la taza al suelo, la escuché quebrarse. Fui a los espejos a verme. No podía reconocerme, pero estaba seguro de que "ese" de allí era yo, me veía y tocaba mis facciones, no las sentía mías, sin embargo, mías eras todas ellas. Comencé a marearme, y Anita comenzó a preocuparse.

- ¡Joven Jazz!, ¿está usted bien? Le estoy hablando, ¡responda!, ¿Que sí usted se encuentra bien? -mientras yo tomé unas pastillas de un frasco naranja, mientras me desvanecía en el suelo de... ¿un baño?

- ¡Señor¡¡Señor! -escuché mi cuerpo hueco caer.

Había sucumbido ante aquellas bestias sin forma. Anita seguía gritando, y gritando, llena por la desesperación, y sus inútiles intentos de querer levantar mi cuerpo la hacían romper en llanto. Ella me ama. Ella me ve morir, ¿voy a morir? No. Sólo mi cuerpo no me responde.

[Un vestigio]

¿Qué carajos fue eso? Era yo. Me vi a mí mismo, en algún otro lugar de este u otro mundo, pero estoy seguro de que era yo, sólo que tenía algo diferente. Es cierto, él no podía ver lo que yo. Al hijo de perra le va muy bien, el cabrón ya se ha follado a Anita varias veces -cada que puede y quiere-, y a muchas otras chicas por igual.

- ¿Qué veo? Está borroso, como un cristal empañado, ¿soy yo de nuevo? Espera. No, no, no -intenté salir corriendo- ¡¡no!!

-Idiota que mierda estás haciendo -una fuerte ráfaga de viento me hace retroceder unos cuantos pasos.

- ¿Estamos sobre un techo? -entre cierro los ojos de tan fuerte viento.

Alguien sonríe, mientras yo trató de mantenerme firme. Él dice algo, pero no logro oírlo, el viento es muy fuerte. Parpadeo. Ya no está, ¿a dónde se fue? El viento se vuelve fuerte otra vez. Siento que algo viene hacia mi derecha, ¿me atacará?

-Lo siento Jazz, me quería casar con ella, le di absolutamente todo. Y me abandonó, se casó con quién menos esperaba, se casó con Kenny, Jazz... Se casó con ese bueno para nada. Lo siento Jazz. Te doy este don de ver más allá de tus ojos y de los de cualquiera, hazlo bien esta vez, ya no habrá segundas oportunidades -Se suicidó.

Creo, tenía veintitrés. El viento me sacó volando. Desperté en una camilla de hospital. No recuerdo casi nada, sólo a un tipo que se lanzó de un edificio. Miro a Anita, se suelta en llanto al verme despierto, me abraza fuerte. Creo que me ama. La amo.

Sólo son barcos de papel a la deriva, que se hunden con el agua que los derrite, o como el amor que algún día me diste.

AversiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora