La pulsera de hilos de colores que mi madre me regaló con tanto amor

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Las mentes inocentes no son capaces de poder discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo racional y lo imprudente. Ellos, no saben nada, pues la concentración que ellos guardan está siempre dirigida hacia cosas más acorde su edad: juguetes, comida, televisión, videojuegos.

Algo admirable de ellos es que tal grado de inocencia puede llegar a ser muy excepcional, al estar ellos libres de toda responsabilidad y de preocupaciones, no tienen cosas por las cuales llegar a estresarse o molestarse, y en algunas ocasiones te pueden a llegar a dar consejos muy sabios, y esto es debido a que lo hacen ver todo muy fácil, como si no existieran las complicaciones en la vida, para los infantes, los problemas no son más que comida amarga, saben de ella, la prueban poco, sus caras expresan desagrado y sus estómagos asco, y ya no quieren saber más de ella nunca más.

No todo el tiempo fui muy espontáneo, y abierto con las personas, de hecho, creo que nunca lo he sido. Siempre me pasaba cuando conocía a una linda chica, bueno, naturalmente era muy tímido, y no podía siquiera intentar decir un mísero hola, ¿cómo estás?, porqué te lo digo, era tímido y tenía mucho miedo de ser rechazado al primer contacto, además de no ser capaz de procesar y transmitir ideas para mantener el hilo de una conversación decente.

Quiero decir, que tuve problemas de seguridad y confianza, además de tener baja autoestima, y muy poca sociabilidad; no tenía idea de cómo entablar una conversación real con quien fuera. Viví todo el tiempo de mi pubertad y de adolescencia bajo los auriculares, siempre, bajo la influencia del Spoken Word, siempre, alejado de mi familia, de mis amigos, de todo el mundo. Vivir bajo la fantasía de un mundo con súper poderes y sentirme como el ser más poderoso de la faz de la tierra era algo que me mantenía, por lo menos, alejado de los problemas de la gente, alejado de una sociedad corrompida.

Admito que desde mi uso de consciencia siempre mantuve una gran imaginación casi para cualquier cosa, enserio. Salía por las calles a caminar sin un rumbo fijo, a donde mi voluntad me llevase, y no era raro escuchar el claxon de los autos, y al reaccionar, me estaban casi por atropellar; siempre pasaba eso cada que salía, y es –porqué te lo repito- estaba yo, distraído del mundo.

Nunca pude darme cuenta del gran valor que tenía el poder ver el mundo con otros ojos, y escuchar el ruido de la vida con oídos más agudos. Siempre pensaba que el mundo estaría lleno de gente ignorante, de personas que no valían la pena, no puedo creer lo tan equivocado que estaba.

Cando comenzó mi calvario de tener mamitis tenía yo ocho años, casi todo el tiempo pasaba detrás de los pasos de mi madre, todo el tiempo; todos los días.

La coordinadora del curso de tercer grado no tardó tanto en darse cuenta de esto, y bueno, me llamó la atención. Llamó a mi madre diciendo que tenía que tratar con ella asuntos respecto a mí, yo la verdad no le hice caso, en ese entonces pensé: no va a pasar nada. No le llamará a mi madre, y si lo hace, no me hará nada, digo soy su hijo, ¿no? Pero cuando mi madre llegó, a mí no fue nada bien. La coordinadora le dijo a mi mamá que yo tenía muchísima mamitis (apego físico-emocional a la figura materna que padece el crío y que sino comenzaba a soltarme y dejar que yo hiciera las cosas por mi cuenta, cuando fuera grande, sería un inútil.

La verdad esos comentarios que hizo me hicieron odiarla, si eso que la anciana esa no me agradaba en lo absoluto, mucho menos lo sería ahora. Y mi mamá, bueno, ella sabía que me daba mucho cariño -por no decir que me mimaba demasiado-, y también sabía las consecuencias en lo que eso repercutiría, mientras le replicó a la coordinadora que ella no se metiera en asuntos ajenos a su persona, que sabría cómo criarme, y yo, estaba seguro de eso. Más, sin embargo, por mi parte, causa de esa primera sensación de coraje, dejé de acercarme y de estar tan apegado a mi madre, le demostraría a esa maldita anciana que está equivocada, que el cariño que se le transmite a un hijo no influiría en la toma de sus decisiones y que no sería un bueno para nada, que en lo que yo fuera, sería sin duda, el mejor de todos.

Fue así como comencé a hacer cosas por mí mismo: la tarea, levantar el cuarto donde dormíamos mis hermanos y yo, recoger mis juguetes, bañarme sin la ayuda de nadie, intentar hacerme el desayuno, lavar el carro de papá, bañar al perro, limpiar el patio, ir a los abarrotes solo. Ese tipo de actividades fueron por las que comencé a convertirme en algo llamado: "autodidacta" alguien que aprende y desarrolla capacidades cognoscitivas por su propia cuenta; es básicamente, aprender lo que uno quiera, por sí mismo.

Dio resultados esto al cabo después de dos años, cuando obtuve el primer lugar en aprovechamiento del cuarto grado en los estudios primarios. No creí que podría llegar a tanto en tan sólo un año, me sorprendí mucho en verdad, incluso mi padre se había sentido orgulloso de mí. Mientras, la maestra de lejos me miraba con desprecio, y yo, yo simplemente le sonreía por mi aclamado diploma de primer lugar, mostrándole a esa perra lo equivocada que estaba.

Tiempo después, tuvimos que dejar la ciudad en donde había vivido casi toda mi infancia, no me sentí tan mal debido a que yo no tenía tantos amigos en esa ciudad, bueno, en realidad en la calle donde vivía sólo había un niño, se llamaba Ángel. Pasábamos horas jugando a la consola en su habitación, y también con sus juguetes, él tenía muchísimos, como el triple de los que yo tenía, y era feliz estando ahí. Ahora que lo reflexiono, pienso que Ángel fue el único amigo que tuve durante mi infancia, y eso, me pone algo triste. Me hubiese gustado haber tenido más, pero lamentablemente no fue así.

La próxima ciudad en donde viviríamos sería en aquella en donde mis padres nacieron, donde ellos vivieron toda su vida, en donde se conocieron, en donde se casaron. Una ciudad no tan alejada a la actual, pero, difícil de llegar, pues, es algo raro, pero no existen carreteras de asfalto hacia ella, simplemente un camino por el que te adentras en medio de las montañas, una ciudad oculta por así decirlo, la cual atrae a muchos turistas -incluso a pleno siglo XXI se mantiene sin carreteras, pues, es la principal atracción turística en esta zona-. El camino a llegar no es difícil (si lo sabes), en auto durarías aproximadamente una hora, pero en cambio, si no lo sabes, o medio lo sabes, podrías durar hasta un día en llegar, o perderte, pues, he aquí donde dicho camino es también llamado el sendero de los desahuciados, si quisieras darte una buena dosis de una escena de terror andarte por el camino a pie, y te encontrarás con cadáveres de quienes no sabían por dónde iban y pisaron mal, es otra de las causas de muerte por los turistas y adolescentes, quienes suelen usar el camino como un buen lugar para el suicidio.

Yo jamás había visitado el lugar (o quizá no lo recordaba), pero era algo excepcional, un sitio muy increíble, al bajarme del auto en un estacionamiento enfrente de un auditorio, había a los lados muchísimos camiones de pasajeros -turistas supuse-, de todas las edades, niños, adolescentes, adultos, y ancianos.

El aire al respirarlo se sentía (sin exageración) más liviano, sin tanta contaminación como en la ciudad, y eso, me relajaba el alma, mi cuerpo sentía que ya no usaría más el inhalador de oxígeno, sería una carga menos a mi pesar.

Giré trescientos sesenta grados para poder divisar todo lo que había mi alrededor, era increíble. Fui corriendo hasta el mirador, y, no me lo creía, debajo de nosotros había un parque tan hermoso y lleno de vida, las personas sonreían, se miraban muy felices de vivir aquí, se notaba que ellos si disfrutaban de la vida plenamente, me llenaba de alegría el verlos, entre más mirabas más parques y plazas podías ver, era increíble. Las casas, las casas parecían una copia de sí mismas, pues, eras casi iguales, muy similares, sólo de distinto color, era espectacular, de entre ellos, resaltaban los amarillos y los rosas, y unas tonalidades de morado y naranja. En ese momento, yo, me enamoré de la ciudad, la llamé de cariño la cuna de mis pasiones.

-- ¿ves? Te lo dije. Yo sabía que enamoraría de la ciudad al primer vistazo. Nadie es capaz de resistirse a tal belleza –escuché decir a mi madre a lo lejos.

-- ¡Santi! Vámonos de aquí. Bajamos a estirar los huesos, pero ya es hora de ir a casa, después volveremos, al cabo, viviremos aquí, ¿no? -exclamó en voz alta.

Me volví hacia ellos y fui corriendo con todas mis fuerzas hasta donde estaban. Se podía ver en mí una dibujada sonrisa de par en par, ese momento era mío, y nadie, nadie me lo arrebataría. Esta es mi ciudad, esta es, la pulsera de hilos de colores que mi madre me regaló con tanto amor.

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