Dazai

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Dazai sabía que no estaba bien que hubiese chantajeado de tal manera a Chuuya. En el fondo lo reconocía, pero también era consciente de que, sí no lo hacía de esa manera, el muchacho no iba a aceptar.

Y claramente no iba a dejar a Chuuya destruirse a sí mismo. No porque le preocupase en sí Chuuya sino porque era su compañero, sería un desastre y contraproducente que le pasase algo.

No quería imaginarse lo que hubiese pasado si no hubiese decidido hacer aquella visita para comprobar exactamente qué le pasaba después de meses de evasivas por parte del pelirrojo. Hubiera sido un desastre en media ciudad si no hubiese llegado a tiempo, y prefería asegurarse que Chuuya no ponía en peligro a la mitad de la población —y a su seguridad— él mismo.

No era como si aquel enano fuese la razón por la cual se había quedado dos días en aquella incómoda silla que iba a terminar con su espalda. Simplemente, debía estar ahí porque era su compañero y era responsable de él.

No era como si aquellas horas que había pasado durmiendo con él se hubiese relajado ligeramente más de lo normal. Obviamente debía estar alerta por si alguien les atacaba, porque era lo normal y, si bien a él no le importaba demasiado morir, sabía que a Chuuya sí y por eso tenía que estar atento.

Además, un disparo es una forma muy poco elegante de morir y, si el que dispara lo hace mal, le provocaría dolor y no quería morir con dolor. Aparte de que quería ser él quien decidiese el momento de su muerte.

Estos eran los argumentos que se daba a sí mismo para acallar esa pequeña parte de su interior que me decía que estaba preocupado por Chuuya. Claro que no lo estaba.

Nakahara Chuuya era el ser más insoportable sobre la faz de la tierra, con un gran complejo con su altura —que por supuesto Dazai se encargaba de agrandar—, estúpidamente leal, impulsivo, mal encarado y desafiante. Y orgulloso. Sobre todo, orgulloso.

De qué demonios le servía su maldito orgullo habiendo estado tan cerca de la muerte. Lo razonable era que Dazai estuviese ahí, asegurándose de que no acababa con su vida inconscientemente. Incluso Kouyou, a la cual nunca le había caído especialmente bien, había admitido que su idea era buena.

¿Por qué con Chuuya siempre era diferente?

Enfadado, abrió la puerta del bar con más fuerza de la necesaria. Segundos después, al darse cuenta de que estaba actuando como Chuuya, se relajó y metió las manos en los bolsillos de su pantalón. En el interior del bar, como de costumbre, estaba Odasaku.

El pelirrojo acariciaba un gato de inteligentes ojos de manera casi inconsciente mientras con la otra mano jugaba con el hielo de su bebida.

—Puntual como siempre —saludó al mayor, que simplemente suspiró.

El gato se movió de silla, dejando su sitio al ejecutivo y arrancando una sonrisa a Oda.

—¿Mal día? —Dazai le miró extrañado ante la pregunta tras hacer su pedido al barman.

—Podría decirse. ¿Por?

—Pareces enfadado —rio ligeramente, tomando un sorbo de su bebida—. ¿Tu compañero?

—¿Qué es esto, un interrogatorio? —preguntó con aire burlón, tomando el vaso que le habían servido.

—No hace falta hacerlo para saberlo —se encogió de hombros—. Simplemente siempre que pareces enfadado es que has tenido un encuentro algo fuerte con Nakahara.

—Ese enano no tiene la suficiente cabeza para darse cuenta de que mis ideas son buenas —tomó un sorbo y continuó—. Es una molestia.

—Pero os complementáis bastante bien —comentó, haciendo chocar el hielo contra el cristal—. Si Nakahara no te llevase la contraria siempre, seguramente te hubieses aburrido hace tiempo.

Una sonrisa se le escapó a Dazai al recordar la cara de Chuuya cuando se enfadaba con él, lo cual era frecuente. Parecía un niño pequeño haciendo un puchero porque su madre no le compraba golosinas.

—Además —prosiguió Oda—, Nakahara necesita a alguien en quien poder confiar y seguir sin temor a un fallo, y no se me ocurre mejor persona que tú.

—¿Eso es un halago? —dijo con diversión, apoyando un codo sobre la barra.

—Tómalo como quieras, pero en realidad el jefe tuvo una gran idea al juntaros.

—Sigo pensando que es la peor —suspiró—. Chuuya parece un no acabar de energía, se deja llevar y me rechista siempre. A elegir, hubiese preferido alguien tranquilo y más bien callado.

Oda sonrió, y Dazai se dio cuenta de que el pelirrojo sabía bien que no cambiaría a Chuuya por nadie así. Definitivamente, se aburriría mucho.

—Pero últimamente has dicho que estaba con menos energía de lo usual, ¿no?

Dazai se sorprendió. ¿Cuánto hablaba de Chuuya con Odasaku sin darse cuenta?

—Sí —respondió, mirando su bebida—. Al principio pensaba que era por las consecuencias que tenía su poder, ya le había pasado antes, pero no mejoraba. Hace un par de días decidí ir a su casa, y menos mal que lo hice, o hubiera muerto.

Dazai sintió frío en ese momento. No era por el hielo de su bebida, ni por el vaso en contacto con su piel. No. Lo que le congeló por un instante fue la imagen de un cuerpo pequeño de cabello color fuego tirado en el suelo y unos ojos azules vacíos de color.

No era que nunca hubiese visto un muerto, pero la visión de aquel muchacho, tan lleno de vida y sin ella entre sus manos le producía un terror incomprensible, pero helador.

—¿Dazai? ¿Estás bien?

El aludido parpadeó y miró a Odasaku, que parecía estar preocupado por su trance. El muchacho asintió levemente con la cabeza.

—Sí. No te preocupes —sonrió—. Bueno, el punto es que parece ser que tiene problemas al controlar sus poderes mientras duerme, y obviamente lo más efectivo es que yo esté con él mientras duerme y así no se descontrola.

—Y no le hace mucha gracia, ¿verdad?

—¡A mí tampoco me la hace! —se quejó—. Y mírame, me lo aguanto porque no hay otra opción. Pero él no, no puede quedarse conforme con lo que le digo y aceptarlo. Siempre tiene que llevarme la contraria.

—Yo creo que al final —Odasaku terminó su bebida y dejó el vaso vacío junto a un billete— no podréis estar el uno sin el otro.

Dazai arqueó una ceja mientras tomaba otro sorbo de su bebida, mirándole con incredulidad.

En aquel momento, ni siquiera el mismo Odasaku podía llegar a imaginarse cuán ciertas eran sus palabras.

𝗡𝗈𝗍 𝗠𝗈𝗋𝖾 𝗡𝗂𝗀𝗁𝗍𝗆𝖺𝗋𝖾𝗌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora