Chuuya

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Las palabras de Kouyou, como si de un hechizo o una maldición se hubiesen tratado, se volvieron realidad.

Un mes después de su proposición acerca de aquella misión en Francia, cumpliendo el plazo que tenía para aceptar, Dazai traicionó a la Port Mafia.

Le traicionó.

Y dolió. Claro que dolió, pero no tan poco como había dejado ver. Cuando se enteró, para sorpresa de todos su primera reacción no fue negarlo, ni romper el suelo en mil añicos, tal como su coche había quedado tras una misteriosa bomba. Tan solo asintió, y agachó la mirada. Él mismo se sorprendió de su propio autocontrol. Ni siquiera gritó. Para lo único que habló fue para decirle a Kouyou que aceptaba la misión en Francia.

Esa última noche en Japón, en su apartamento, abrió su Pétrus, el mismo que le había quitado a Dazai de las manos el primer día que estuvo ahí, y bebió. Bebió hasta que la botella se acabó, al igual que sus lágrimas.

No se molestó en hacer una cena porque, esa noche, Dazai no volvería.

Quiso decirse que estaba feliz. No tenía que soportar a Dazai nunca más, y la próxima vez que le viese le podría matar sin más, porque era un traidor. Pero las lágrimas no dejaban de rodar por sus ojos, y las pesadillas que se habían desvanecido seis meses antes reaparecieron para quedarse. En sus noches ya no había tranquilidad, y tenía el presentimiento de que nunca más la recuperaría, pero tampoco había ningún mar, ya no era él ahogándose lentamente, en agonía. Era incluso peor, y hasta prefería la asfixia a eso.

Sangre. Muerte. Muertes, más bien. Una tras otra, cada cual más sangrienta, delante de sus ojos. No le hubiera importado realmente —no sería la primera vez que veía gente morir— si no hubiera sido por quien moría.

En todas, Dazai sonreía entre la sangre, y sus ojos eran los más brillantes que había visto a pesar de que la vida se escurría de ellos. Chuuya intentaba parar la herida, hacer lo que fuera por curarle. Aún cuando Dazai le había dejado atrás, cuando debería odiarle, detestarle y aborrecerle, no quería que muriese.

Pero nunca lo lograba. Tenía el poder de poner de cabeza todo, de desafiar la gravedad, de destruir tanto el mundo como a sí mismo, pero no tenía la habilidad de curar a otra persona, solo de herirla. No podía hacer nada, no podía ayudar a Dazai.

En esos momentos se planteaba de qué le servía su poder si no podía ayudarle como él sí lo hacía. Dazai le salvaba siempre, era el único que podía rescatarlo de Corrupción. Pero Chuuya no lo podía hacer por él. En los últimos momentos, Chuuya acababa por rendirse y las lágrimas salían de pura frustración, pero Dazai acariciaba su rostro y sonreía.

Y, con voz débil, hablaba. Lo último que decía siempre era lo mismo, y siempre iba dirigido hacia él. Y siempre le rompía un poco más su destrozado corazón.

—Lo siento.

Entonces cerraba los ojos, y mientras su mano se deslizaba de su rostro al suelo, Chuuya lloraba, gritaba y maldecía a la suerte, al mundo y a sí mismo.

Entonces despertaba, y aunque las cosas a su alrededor flotaban, él miraba al lado izquierdo, esperando ver una mirada marrón diciéndole, con una sonrisa, que solo estaba soñando. Pero no había nadie.

Estaba solo. Solo en un apartamento que no era suyo, en una cama que no era la suya, en un país que no era el suyo, en un lugar donde no quería estar.

Porque nada era igual, porque aquellos seis meses habían sido como un sueño y, al final, se había despertado. Y se había encontrado con lo dura que era la realidad.

𝗡𝗈𝗍 𝗠𝗈𝗋𝖾 𝗡𝗂𝗀𝗁𝗍𝗆𝖺𝗋𝖾𝗌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora