Dazai

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En cuanto escuchó la voz de Chuuya después de cuatro años, supo que iba a ir mal.

Y no estaba equivocado.

De no ser por las cadenas que le ataban a la pared, estaba seguro que se hubiese caído al suelo en cuanto vio a su antiguo compañero. Estaba convencido de que, de haber tenido que usar una palabra para describirlo, sería atractivo. No era como si antes no lo fuese, pero se había dejado crecer el pelo, y los años habían ido marcando su rostro de manera que le daba una forma más adulta, y de alguna manera podía distinguir la madurez del paso del tiempo en sus ojos, que seguían tan azules y tan chispeantes como siempre.

No había crecido en altura más que un par de centímetros a lo sumo —si lo había hecho—, pero era innegable que era terriblemente guapo. Se preguntó, en cuanto mencionó su misión en otro país, a cuántos extranjeros habría dejado con la boca abierta al verle. Se preguntó también si Chuuya seguiría con su hábito de lavar siempre su cabello con aquel champú de olor a vainilla. A pesar de la cercanía de ambos, Dazai no pudo captar bien el aroma debido al hedor que desprendía aquel calabozo.

Pero parecía estar bien. Seguía igual de fuerte, igual de volátil, pero parecía más maduro. Por su manera de caminar y de pararse, se notaba que era consciente de su fuerza, que estaba seguro de sí mismo, y aunque eso siempre lo había tenido, Dazai notaba que era diferente. Ya no pretendía demostrar nada a nadie, ya no era un león preparado para atacar en cualquier momento, y solo mostraría sus garras en el momento necesario. Hubiera agradecido que fuera así cuando estaban juntos, se hubiera ahorrado muchos problemas.

Pero claramente, ninguno de los dos eran iguales a los del pasado. Cuatro años se decían rápido, pero era mucho tiempo y no había manera de que siguieran igual, menos cuando cada uno había tomado su rumbo. Lo único que les unía era el odio de Chuuya hacia él por ser un traidor y los recuerdos de adolescencia que ambos compartían.

Aunque revivir recuerdos de aquella época nunca era agradable para Dazai, curiosamente los que tenía con Chuuya eran la excepción, quizá porque Chuuya en sí mismo era excepcional. Siempre era divertido y nostálgico rememorar al pelirrojo enfadado o riendo. Era una visión que nunca hubiese querido dejar de ver, pero ya sabía que, inevitablemente, nunca la podría disfrutar como antes.

Tras la muerte de Odasaku, lo inevitable era que dejaran de verse. Él traicionaría a la mafia, y sabía que Chuuya no iría a su lado. Tampoco se atrevió a pedírselo, porque era un deseo egoísta y tan solo habría causado un conflicto de lealtades a Chuuya, del cual Dazai hubiese resultado perdedor. La Port Mafia era lo único que había conocido tras las Ovejas, y era a Mori y no a él a quien le había jurado lealtad. Al final, tan solo hubiera acabado tal y como lo había hecho cuatro años después: con Chuuya odiándole y tratando de matarle.

¿Por qué molestarse? No tenía posibilidad de ganar, y tampoco quería que Chuuya estuviese con él. No era imprescindible en su vida, podría sobrevivir sin el pelirrojo a su lado. De hecho, el que estuviese ahí lo demostraba. 

Se tocó la herida que había hecho el cuchillo del pelirrojo cuando le rozó la mejilla. Era tan solo un rasguño, y aunque ardía, sentía que le habían dolido más los ojos de Chuuya, tan decididos a terminar con su vida que sabía que podría haberlo hecho si no hubiese tenido su as en la manga.

Decidió concentrar sus pensamientos en otra cosa, concretamente en la llave plateada que había rescatado del fondo del cajón de su escritorio, lo cual no fue la mejor opción.

Aún no podía creerse que siguiera teniendo esa llave. Seguramente el apartamento pertenecería a otra persona, porque Chuuya no iba a mantenerse en el mismo lugar sabiendo que Dazai podría acceder en cualquier momento. Era absurdo.

𝗡𝗈𝗍 𝗠𝗈𝗋𝖾 𝗡𝗂𝗀𝗁𝗍𝗆𝖺𝗋𝖾𝗌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora