Chuuya

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Estaban metidos en un gran problema.

Chuuya se preguntaba a menudo si las desgracias dejarían de sucederse en algún momento. Desde que había regresado a Japón, no había tenido ni un solo momento de paz.

Y Francia no sería precisamente el país más pacífico, su bajo mundo no era menos, pero Chuuya hubiese deseado mantenerse ahí de haber sabido que estaría tan lleno de problemas.

Sin embargo, debió haber supuesto que su regreso a Yokohama no sería precisamente un camino de rosas, cuando lo primero que se encontró al llegar fue con el desgraciado de Dazai en un calabozo. Meses después, tras la aparición de repetidos problemas, Chuuya se daba cuenta de que todo empezó a partir de ese maldito reencuentro con su excompañero.

Aunque lo de Guild había pasado bien tanto para la Port Mafia como para la Agencia (y, en general, para Yokohama), el nuevo problema que se les presentaba ahora no tenía nada que ver ya con un maldito ricachón con una gran nave voladora. Era peor aún.

Arrugó entre sus manos el papel que contenía el reporte de los agentes de la Port Mafia, tamborileando los dedos encima del volante. Tenían que encontrar una solución, la tenían que encontrar rápido y lo peor era que la única manera que tenían de que su jefe se liberase de ese virus lo más pronto posible era enfrentando a la Agencia y su gente.

Lo que quería decir que Dazai entraría en la ecuación. Conociéndolo, sabía que iba a hacer lo imposible para que la Agencia saliese ganando, y Chuuya sabía que tendría que ser él mismo quien lo enfrentase. Después de todo, no había nadie que conociera a Dazai mejor que él.

Y lo que era aún peor era que aquel maldito desgraciado se había dejado disparar por quien fuera que estaba tramando todo esa encrucijada para ambas organizaciones, y estaba hospitalizado.

No era como si le preocupase su estado —al fin y al cabo, confiaba en esa maldita vitalidad suya—, pero si Dazai había llegado al punto de recibir un disparo, quería decir que el enemigo no era precisamente fácil.

Además, el orgullo de Chuuya no le permitía atacarle cuando Dazai no podía ni hacer el intento de defenderse. Aunque se suponía que estaba ahí para eso —si se encargaba de Dazai, la Agencia tendría una fuerza menos—, pero se engañaba si pensaba que iba a salir de ese hospital con su plan perfectamente ejecutado.

Eso nunca pasaba con Dazai.

Suspiró. Para añadir leña al fuego, Ace parecía haber sido asesinado por un prisionero y los archivos que contenían la información de los miembros de la Port Mafia habían desaparecido. Chuuya sospechaba que era ese mismo prisionero el que estaba armando tal escándalo (no creía en las casualidades), pero por mucho que había tratado de sacar una clara imagen de él a través de las cámaras de toda Yokohama, tan solo conseguía un borrón de su cabello cubierto por una especie de gorro blanco y descripciones varias, muchas de ellas contradictorias.

Se reclinó en el asiento, pensando en cuál sería la mejor manera de solucionar todo ese problema sin llegar a un conflicto armado con la Agencia, que parecía ser lo que el creador del virus planeaba. Chuuya se negaba a jugar a ese juego, pero era eso o dejar morir a su propio jefe y, además, al de la Agencia.

Era en momentos así cuando se admitía a sí mismo que extrañaba la presencia de Dazai. Por mucha rabia que le diese, una pequeña parte de él le decía que ese maldito bastardo sabría qué hacer. Después de todo, Dazai siempre había sido el de las estrategias y, aunque odiase admitirlo y ni muerto se lo diría, sus planes solían salir bien

𝗡𝗈𝗍 𝗠𝗈𝗋𝖾 𝗡𝗂𝗀𝗁𝗍𝗆𝖺𝗋𝖾𝗌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora