Raro

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Raoul, decidido después de la larga noche que había pasado, tocó el timbre en cuanto llegaron al portal de Miriam. Nadie contestaba, y la falta de respuesta sólo aumentaba su ansiedad más y más por lo que tocó nuevamente sin esperar demasiado a que alguien atienda.

— ¿Quién es? — oyó el acento gallego luego de que descolgara el telefonillo.

¿Habría hecho bien en ir hasta allí? Tal vez Agoney ni siquiera estaba en casa aún.

— Hola — respondió tímido — ¿Está Ago?

— ¿Quién es? — volvió a repetir ante la falta de respuesta.

— Raoul.

— ¿Raoul? — dijo sorprendida — Espera ahí.

» Pasa — se escuchó nuevamente su voz luego de un momento, antes de que resonara el timbre que indicaba que podía abrir la puerta él mismo.

Mientras subían por el ascensor comenzó a arrepentirse de estar allí y ni siquiera habían llegado, tal vez no había sido una buena idea, se repetía.

Volvió a tocar el timbre, esta vez de la puerta del apartamento, desde el cual provenían una mezcla de voces. No llegó a darle muchas más vueltas a nada ya que rápidamente el sonido de la puerta abriéndose lo trajo al aquí y ahora.

— Hola rubio — saludó Miriam en cuanto se encontraron frente a frente. Esperaba que fuera el moreno el que le abriera, y parece que aquello se notó en su rostro porque en seguida la de rizos volvió a hablar — Ago está en la cocina. Puedes pasar.

» Hola enana — agregó en cuanto estuvieron dentro con una voz totalmente diferente para saludar a la pequeña.

Y eso fue suficiente para que su hija le abandonara totalmente y se pusiera a charlar animadamente con Miriam antes de ir, repentinamente, corriendo hacia el sofá en donde se encontraba su gran amigo.

— Raoul, hola — le saludó el moreno saliendo de la cocina, evitándole así la incomodidad de tener que volver a preguntarle a la rubia si podía pasar — ¿Qué haces aquí? Y tan temprano.

— Son las dos de la tarde — respondió con obviedad.

— Ya, es cierto. Es que me acabo de levantar — rió suavecito.

» Ven, ayúdame a preparar algo de comer que Miri es una malísima asistente de cocina.

— Te oí — grita la gallega que se había ido al sofá junto a los niños — Vete a la mierda.

— Miriam, los niños — la regañó, haciendo que se cubriera la boca a la vez que abría enormemente los ojos antes de pedir perdón.

Raoul lo siguió de cerca en su camino hacia la cocina donde pronto comenzó a seguir las instrucciones que le daba el mayor.

— He venido porque salí con Luna y me insistió que quería ver a Dani. Perdón que fue sin avisar — mintió un poco, la verdad es que la intriga por saber cómo le había ido la noche le estaba carcomiendo por dentro y no pudo evitar plantarse allí. Fue un impulso.

— Pero si sabes que pueden venir cuando quieran, no hay problema — dijo con una sonrisa. Al parecer hoy tenía muchas de esas.

— No debes haber dormido mucho si te acabas de despertar — continuó con la conversación que estaban manteniendo en el salón, luego de que el silencio invadiera la cocina.

— Me dormí bastante tarde la verdad — le dio la razón.

» O temprano según cómo lo veas.

Soltó una risa, inclinando levemente su cabeza hacia atrás dejando de revolver el contenido del sartén que estaba en el fuego. Y lo vio. Mejor dicho, los vio. Varios chupetones se esparcían por debajo de su cuello, llegando a duras penas a ser tapados por el borde de la camiseta. Se preguntaba si más abajo habría más de aquellas marcas moradas. Apartó la mirada rápidamente al verlo bajar nuevamente la cabeza.

Petricor | RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora