Como la fiebre cuando quema

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Sus labios sabían mejor de lo que imaginaba y ahora que los había probado no podía dejar de besarlos.

Llevaban ya un rato con sus lenguas enredadas en besos desenfrenados, hambrientos. No esperaba que sucediera, pero allí estaban, Raoul a ahorcadas de Agoney sobre la cama del tinerfeño devorándose el uno al otro, la boca del rubio ahora sobre su cuello. Las respiraciones agitadas resonaban fuerte en la habitación. El moreno agradecía que esa noche decidieran quedarse solos, si hubieran estado los niños nada de eso estaría pasando.

La temperatura iba subiendo a pesar de que el invierno aún no se había ido, la ropa les empezaba a sobrar. Ambos se lo hacían saber al contrario tironeando de ella. Pronto, la mano del rubio se adentró en su camiseta y Agoney ya no lo dudó y, decidido, bajó sus manos hacia su culo. Había deseado tanto aquello desde que comenzaron a besarse que le alivió enormemente dejar de contenerse. Ya no iba a hacerlo, no se contendría nada. Ya no podía.

Raoul finalmente se decidió y le quitó de un tirón la camiseta. Sus caricias se sentían como fuego y él no quería nada más que incendiarse. Su tacto fue descendiendo cada vez más pasando de sus laterales a su espalda baja, acompañándolo con besos húmedos con los que fue bajando lentamente por su pecho. Cuando llegó a la cinturilla del pantalón y comenzó a desabrocharlo mientras besaba su estómago Agoney sentía que podría desmayarse allí mismo.

En un instante sus manos estaban enredadas en el pelo rubio, tironeando algo desesperadas. Lo necesitaba ya. Agradeció enormemente que el catalán no tardara en bajar sus pantalones dejando, por fin, un beso sobre su erección por encima de la tela. Un jadeo se escapó de sus labios, si no lo sentía en ese instante iba a explotar.

Raoul estaba jugando un poco con él, y eso lo excitaba aún más si era posible. Así que cuando, ya sin la tela del bóxer de por medio, tomó su erección en su mano y comenzó a acariciarla lentamente no pudo evitar morderse fuertemente el labio inferior. Necesitaba más.

— Raoul por favor — se lo pidió.

— ¿Qué? — preguntó desde abajo el catalán mirándolo a los ojos con una sonrisa traviesa.

Al parecer había decidido torturándolo aún un poco más y comenzó a dejar sólo algunos leves besos en su extensión.

— Raoul — repitió, rogando.

Con una leve risita Raoul finalmente le dio lo que sabía que tanto quería. Por fin sintió el calor de su boca rodeándolo. Y ya no pudo guardarse los gemidos. Lo que el rubio estaba haciéndole sentir le estaba llevando al límite.

Con un jadeo, sobresaltado, se sentó rápidamente en la cama. Lo único que resonaba en su solitaria habitación era su respiración desacompasada.

Agoney se despertó agitado, confundido, sudado y con una erección insoportable en sus pantalones.

Qué cojones había sido eso.

No. Se negaba. No podía pasarle eso a él. No podía soñar con Raoul, no de ese modo. No podía estar tan cachondo por haber soñado con Raoul de ese modo.

Buenos días :) ¿ya estás despierto?

El destino al parecer decidió que era una buena idea y recibió el mensaje de Raoul justo en ese momento. Que oportuno. Claro que estaba despierto, bastante más despierto de lo que le hubiera gustado.

sii, acabo de despertarme

todo bien?

Estaba intercambiando mensajes con Raoul con una erección en los pantalones por haber soñado que le hacía una mamada. Maravilloso. Surrealista. Si lo pensaba un poco más estaba seguro que podría explotar de la vergüenza.

Petricor | RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora