Me enseñaste a dar silencio por amor

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Raoul no podía dejar de pensar en Agoney.

Desde que se había ido de su casa la preocupación no lo abandonaba. No recordaba haber visto al canario tan angustiado ni preocupado en todos sus años de amistad, y eso le generaba a él mismo un nudo en el pecho imposible de desatar. Necesitaba que Agoney fuera siempre feliz, ya había sufrido demasiado. Además, la situación le revolvía el estómago. No era capaz de imaginarse a él en aquella situación, si le sacaban a Luna no podría seguir con su vida. Así que haría todo por ayudar al moreno.

A todo lo que pasaba por su mente se le sumaba la tensión hubo durante la cena. Rodrigo había estado en silencio y serio durante todo su transcurso. Claramente no era el momento para hablar estando en frente Luna, pero al rubio se le hacía insoportable. De todos modos, aguantó y se mantuvo callado hasta que la pequeña se quedó en su habitación una vez terminaron de comer. Allí comenzó la discusión, mientras lavaban los platos parados uno junto al otro.

— Podrías haber sido un poco más sensible con Agoney ¿no te parece? — rompió el hielo el menor.

— Puede ser — fue su única respuesta.

— ¿Puede ser? — preguntó exasperado — ¿Eso va a ser lo único que digas?

— No sé qué más quieres que diga. Cuando vuelva a verlo le pediré disculpas, supongo.

Raoul suspiró.

— ¿Y el numerito de arriba? No era necesario sabes, está pasando un mal momento, sólo le estaba abrazando.

El mayor sólo se encogió de hombros, parecía harto de la situación. Como si no quisiera estar allí.

» Rodrigo basta ya de verdad. Estás raro de cojones.

— Estoy como puedo Raoul. — lo miró fijo dejando sobre la encimera el trapo con el que estaba secando la vajilla que le iba pasando el menor — Estoy como puedo — repitió una vez más antes de finalmente salir de la cocina y subir hacia su habitación.

Tardó un rato en terminar, pero cuando finalmente acabó de acomodar todo en la cocina Raoul se dirigió hacia la cama, esperando al menos intercambiar alguna palabra más con el moreno para no dormirse así. Cuando llegó, su marido ya estaba profundamente dormido.


Al día siguiente todo parecía un poco mejor. Rodrigo intentaba poner su mejor cara aunque Raoul notaba que aún seguía raro. Necesitaba que lo hablaran pero sabía que ese no era el momento, ya encontraría el adecuado.

Así que el fotógrafo se fue a trabajar aquella mañana con una sensación rara, pero con la intensión de solucionar las cosas en cuanto pudiera, también sabía que dejarle su espacio al mayor era importante, se conocían demasiado bien después de tantos años de matrimonio y convivencia. Lo que no se esperaba para nada era encontrarse con aquella sorpresa cuando llegó a casa.

El almuerzo estaba listo, y Rodrigo le esperaba preparado para comer.

— ¿No deberías estar trabajando? — fue lo primero que salió de la boca del rubio.

— Sí. Pero me pedí el día libre y después de dejar a Luna en el centro volví para preparar esto — le sonrió el moreno, sacándole una sonrisa también a él — A modo de disculpas por lo pesado que he estado últimamente.

— Rodrigo no... — la culpa una vez más se hizo presente, haciéndolo tragar fuerte antes de continuar hablando — No hacía falta, de verdad. No es tu culpa.

Una vez más ninguno de los dos se atrevía a nombrarlo, pero ambos sabían a qué se debía tanto malestar en el mayor. Desde el día en que Raoul había mencionado a su amigo en el momento menos adecuado las cosas habían estado tensas, raras, incluso aunque el moreno dijera que confiaba en él. Cada vez que el rubio lo mencionaba o decía que pasaría el día con Agoney la incomodidad volvía a instalarse.

Petricor | RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora