Todo cambia

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Los tres habitantes de la casa, al menos hasta entonces, ocupaban el enorme sofá aquella tarde. Los dos adultos totalmente serios, conscientes de la charla que vendría, y la niña feliz, como siempre, ajena a que su vida cambiaría para siempre desde entonces.

— Hija, tenemos que hablar — emitió palabra por primera vez el rubio desde que se instalaron en el salón para por fin tener la dichosa conversación con su hija.

— Ya sé, ya me dijeron eso papi. ¿Qué pasa? — bufó, cansada de las vueltas que daban sus padres para decirle lo que fuera que debían decirle.

— A ver... es que es complicado mi amor — habló esta vez el mayor, intentando calmar la impaciencia de la niña. Era difícil para ellos contarles la situación, y ninguno parecía tener el valor suficiente para dar el paso.

— ¿Sabes que papá y yo nos queremos mucho, verdad? — comenzó Raoul de la forma que creyó conveniente.

— Claro, si por eso se dan besos en la boca y esas cosas. Como en las pelis — comentó con una sonrisa. En su momento habían usado aquel ejemplo para explicarle lo que había entre ellos y que lo entendiera.

— Exactamente — le dio la razón el moreno — Pero algo de eso cambió.

— ¿Cómo? — frunció el ceño Luna.

— Papi y yo ya no nos queremos como pareja. Ya no es como en las pelis que has dicho tú — intentó ser lo más claro que se podía con una niña de apenas cuatro años.

— ¿Ya no os queréis? — dijo con un puchero.

— Claro que sí mi amor — se apresuró a contestarle esta vez el rubio. Lo que menos quería era que su hija estuviera triste — Sólo que ya no como novios.

— ¿Ya no vais a ser novios?

— No Luni, ya no seremos novios. Pero seguimos siendo tus padres los dos y eso nunca va a cambiar — aclaró el mayor.

— Te queremos mucho. Y entre nosotros también, sólo que ahora de manera diferente — agregó a las palabras de su ahora ex marido.

— ¿Lo entiendes mi amor? — le preguntó el moreno directamente a la niña.

— Sí — dijo lo más natural.

Otra vez el silencio invadió la sala. No sabían si estaba actuando de esa manera porque no entendía lo que le habían dicho o simplemente se lo tomaba naturalmente, mucho más que ellos dos.

» ¿Ya puedo ir a jugar? — interrumpió los pensamientos de los adultos que no dejaban de darle vueltas a lo que deberían hacer con aquella conversación.

— Sí... claro... — dijo un poco perplejo el rubio sin saber qué más decirle.

Realmente no se esperaba que las cosas fueran así. Creyó que le costaría entenderlo, o que lloraría. Aunque tampoco era descabellado que se lo tomara de aquel modo siendo tan pequeña. Después de todo aún no era lo suficientemente consciente de lo que significaba la separación de sus padres.

Cuando se quedaron solos, tras que la niña saliera corriendo hacia su cuarto, el silencio volvió a reinar entre ambos.

— Bueno... yo también me voy supongo — dijo el moreno antes de comenzar a levantarse.

— Espera — le impidió avanzar — Tengo que hablar contigo también.

— Dime — se sentó rendido. Al parecer ya se había cansado de pelear, y pasó a aceptar que esa situación es en la que están, y que no hay nada que pueda hacer para cambiarlo.

— Creo que lo mejor es que me vaya de aquí — en pocos días ese sofá ya había presenciado las dos bombas más grandes que le había lanzado nunca a Rodrigo.

Petricor | RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora