El perfume de la tempestad

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El agua mojaba todo a su paso mientras dos pares de pies iban avanzando a través del pasillo, dejando huellas por el camino.

Estaban chorreando y probablemente sus vecinos matarían a Agoney pero les daba igual, porque estaban felices. Las risas que los acompañaban lo demostraban. No podían evitarlo mientras iban dándose empujoncitos entre bromas.

Entraron al apartamento rápido, cerrando la puerta apresuradamente, como si acabaran de hacer una travesura.

— Mis vecinos me matan — rió el moreno en cuanto se adentraron en el piso. Raoul rió junto a él, y ya nada más le importaba — Pero me da igual.

— Lo siento — continuó riendo el catalán.

— Yo no, fue el beso más increíble del mundo — dijo sonriendo embobado.

— Pero al menos hubiera esperado a que entremos, así no nos mojábamos tanto.

— ¿Qué dices? Beso bajo la lluvia, más romántico imposible.

— Así que eres un romántico...

— En realidad no, pero es bonito. Muy bonito, fue perfecto.

— Tú eres perfecto.

El rubio inevitablemente se acercó, siempre habían sido imanes pero ahora que probaron sus labios la atracción magnética era aún más grande. Juntó sus labios en un nuevo beso, mucho más tranquilo que el que habían compartido bajo la lluvia, sin profundizarlo demasiado.

» Lo siento — soltó enseguida — Ya sé que tenemos que parar hasta que las cosas vayan más encaminadas pero-

El canario no le dejó continuar, siendo esa vez él quien impactó sus labios con los del contrario, este sí profundizándolo un poco más.

— No puedes evitarlo. A mí también me cuesta, tranquilo. Pero ya lo hablamos, poco a poco hasta que las cosas se vayan acomodando — aclaró rápido, él también se moría de ganas de que pasara de todo con el catalán, pero primero que nada estaba hacer las cosas bien. No querían lastimar a nadie, sobre todo a sus hijos, así que harían las cosas con cuidado.

— Ya ya, sólo que es difícil.

— Y tanto — suspiró el moreno abrazando al rubio por la cintura y hundiendo la cara en su cuello.

— Estamos empapados esto es horrible — dijo antes de reír.

— ¿Quieres darte una ducha? — preguntó sobre la piel del menor, sintiendo cómo un escalofrío lo recorría de arriba a abajo.

— ¿Juntos? — dijo pícaro.

— Raoul... — le advirtió. Tenía que poner un freno porque él tampoco era tan fuerte como estaba intentando ser.

— Que es broma — se separó un poco, aún manteniendo el agarre en sus hombros, mirándolo de cerca.

— Ya... seguro. Deja esas bromitas que tampoco soy de piedra ¿sabes?

— Vale, perdona — pero la sonrisa pícara que se mantenía en su rostro decía todo lo contrario a sus palabras — Sí que quiero ducharme que me muero de frío — finalmente respondió a su pregunta.

— Espera que busco una toalla y algo de ropa que dejarte, ya regreso.

— No hace falta que me dejes ropa, no te preocupes.

— Pero si estás chorreando, no puedes volver a ponerte eso no digas tonterías — finalmente se separó para adentrarse en la habitación, sin darle lugar a una respuesta, después de todo tenía razón.

Petricor | RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora