Capítulo veintiuno

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- Vale mamá.— Dije sonriéndole, quitando importancia a uno de mis temores cuando tan sólo tenía cinco años, sin darle voz también a ese sentimiento perturbador de soledad. La suerte que tenía de pequeña es que creía que eran amigos y que jamás me harían daño, los demás pensaban que eran amigos imaginarios, aunque tal vez mi familia pasará del tema... Pero era mucho más que eso.

-De acuerdo. ¿Qué tienes pensado hacer para cenar? — Me pregunto dudosa, cambiando el tema.

-¡Ah no! Tú lo has invitado, tú te encargas de la cena.— Dije con una sonrisita.

-Enserio me caes mal.— Dijo dándome la espalda para marcharse a donde sea que fuera.
Miré a mi alrededor y veía a personas humildes y no tanto... Personas avariciosas que sólo buscaban su propio beneficio, su propio bienestar,  su triunfo y siempre sobresalir por encima de los demás. Me parecía absurdo, pero la mayoría de la humanidad se trataban de personas así: frías, con una falsedad increíble a la hora de fingir amistad... Está claro que cuando se acercan a ti es porque les conviene algo... Amistades tóxicas, que es mejor evitar por bien propio.

Seguí mirando y ví como una sombra se esfumaba rápidamente hacia un pasillo, desapareciendo de éste. Intenté disimular que iba a buscar algo por ese pasillo y me dirigí hacia él, miré hacia todas direcciones intentando ver más allá de todos aquellos productos de limpieza que me rodeaban. Lo sentí, sentí ese frío tan particular que ya no me asustaba, no quería girarme porque sabía las consecuencias de ello,  tener que ayudarlos y ese aturdimiento constante hasta que los ayudará. No quería arriesgarme, pero deseaba saber quién se encontraba detrás mío. Me giré como si estuviera buscando un producto de limpieza, ví a un hombre poco mayor que yo,  de unos veinticinco años o así, medio castaño con unos bellísimos ojos azules. Tal vez era poco más alto que yo y delgado,  pero corpulento a su vez.
Empecé a mirarlo de arriba-abajo y me acerqué mucho más a él,  lo notaba sentía su mirada, su frío y cómo intentaba tocarme la cara... Se suponía que no lo veía por lo que giré el rostro hacia donde su mano me tocaba y comencé a buscar cualquier producto de belleza para marcharme de ahí, pero mirar sus ojos hacían perderme aunque parecía que estaba mirando un detergente. Quise dejar de estar anonadada ante él, pero me era difícil. Suspiré cansada, porque sabía que necesitaba ayuda... Y no quería dejarlo allí tirado, porque de momento había hecho todo lo que había podido ante todos los que me encontraba.

-¿En qué te puedo ayudar? —Dije disimulando como si alguien me hubiese llamado, entonces lo miré fijamente y entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo.

-He perdido a mi hermana pequeña. — Dijo sonriéndome.

-¿Cómo se llama?

-Se llama Amanda, tiene siete años...

-¿Está muerta? — Pregunté interrumpiéndole.

-No... Y yo tampoco. — Lo miré con extrañeza, entonces reaccioné como una inmadura alcé mi mano dispuesta a tocarle el pecho intentando darle un pequeño empujón, pero no lo logré... En ese momento una señora se puso a mi lado y haciendo acto de presencia dio un largo suspiro y sentí su mirada hacia mí.

-¿Te encuentras bien? — Preguntó con extrañeza,  entonces me inventé una vil mentira.

-Sí, es que no tengo las gafas aquí y no veo bien. Estaba intentando coger el suavizante de Rosa Mosqueta. —Dije mirándola con una sonrisa torpe y un poco de rubor en mis mejillas ya que sentía como estas se calentaban debido a la sangre que llegaban a ellas. El muchacho frente a mí esbozó una sonrisa divertido por la situación.

-¡Oh! Espera te lo alcanzo.

-Muchas gracias. —Dije cogiendo el bote suavizante, sin decir nada más me gire sobre los talones. —Que tenga un buen día.

-Igualmente joven. —Dijo la señora soltando una pequeña risita risueña.
El "no espíritu" se ubicó a mi lado siguiéndome. Cogí de nuevo la técnica de la llamada para hablar con él.

-¿Entonces qué te paso? —Fue lo único que pregunté con extrañeza.

-Tuve un accidente de coche,  supuestamente estoy a punto de la muerte, pero allí arriba me dijeron que no era mi hora.

-Mm... Vale, entonces no vas a morir. —Dije, en el momento que pase por al lado de una mujer con su bebé y me miro de forma extraña,  por lo que percibí había escuchado esa frase. La mire y sonreí con falsedad.

-Creo que no. Cuando despierte podríamos ser buenos amigos. —Dijo sonriendo. —Eres la primera que me ve y con la que puedo hablar después de dos meses.— Me detuve en seco.

-¿En qué hospital estás?

-En el Hospital Isabel.
Fui a buscar a mi hermana para decirle que había olvidado una cosa importante en el trabajo y que me iba en taxi.

Cuando llegué a la puerta del hospital se puso de nuevo a mi lado.

-¿Qué pasa con mi hermana? — Dijo comenzando a molestarse.

-¿Cómo te llamas?— Dije mirándole seriamente. Miré la hora,  ya era bastante tarde...y espero poder llegar a tiempo a esa cena.

-Me llamó Alejandro Higuera.
Me dirigí hacia una de las enfermeras para preguntarle.

-¡Ah sí! Alejandro Higuera se encuentra en la cuarta planta en la habitación 234, pasillo B.

-Muchas gracias.

Cuando al fin llegué a la habitación ví a una mujer en su interior.

-Es mi madre Isabella. — No hice nada,  me quedé parada frente aquella ventana durante un momento hasta que reaccioné. Toqué en esa puerta oscura y me abrió esa mujer de ojos tan cautivadores como los de su hijo.

-Hola. — Dijo sonriendo, hasta que miro donde se encontraba Alex. —¿Y tu hermana?— Me congele.

-Perdona. ¿Lo ves?

-¿Qué? Lo siento, creo que esta situación me juega...

-Yo también lo veo, por eso estoy aquí. — Se quedó callada, ya no volvería a mencionarme esa excusa que le habría dicho a más de uno.
Cogí el teléfono— Discúlpeme un momento.

Llamé a mi madre.

-Hola mamá necesito un pequeño favor. No le digas a Ana.

-Vale. ¿Qué ocurre?

-En el supermercado se ha perdido una niña de siete años, se llama Amanda Higuera.

-Está bien. ¿Después qué hago?

-Traela al hospital Isabel. — Le di las mismas indicaciones que me habían dado la enfermera y colgué.

-Pasa. ¿Puedes ayudarme?

-Lo intentaré Isabella. — Dije mostrándome segura de mis palabras.

Bajo Mi Piel (Reescribiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora