𝙻𝚘𝚟𝚎 𝚂𝚑𝚘𝚝 𝙸𝙸

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—¿Te encuentras bien? —quiso saber Tommy una vez hubo dejado las llaves sobre la mesa de la cocina.

Suspiré de la manera más silenciosa que pude. Tenía la puerta de la nevera abierta, la cual usé para taparme la cara con ella e impedir que viese mi expresión de cansancio.

—Sí, estoy bien —sonreí levemente una vez lo miré. Él asintió convencido y salió de la cocina para dirigirse a nuestra habitación y cambiarse de ropa.

Estaba agotada y sólo quería comer algo antes de ponerme el pijama y tumbarme en la cama para leer y quedarme dormida con el libro abierto sobre mí. No dejaba de pensar en aquel chico rubio que había conocido aquella noche. Su dulce sonrisa, su pelo rizado, sus ojos esmeraldas, sus aires coquetos y egocéntricos, pero sin llegar a ser un idiota. Me encontré a mí misma sonriendo frente al espejo mientras me quitaba el maquillaje, pero mi rostro pasó a convertirse en una mueca cuando escuché los ronquidos de Tommy al otro lado de la puerta.

...

—¿Cuándo piensas decírselo, Mei? —interrogó Himeko mientras ambas caminábamos en dirección a nuestra última clase de la semana.

Odiaba la universidad, pero la prefería al instituto.

—¿Decirle el qué a quién?

—Decirle a Tommy que lo suyo se ha acabado. Llevan saliendo desde los dieciséis años, tienen veintidós y viven juntos. Sería una historia preciosa si verdaderamente se quisieran, pero ambos saben que esto no va a llegar mucho más lejos.

—Himeko, lo que haga o deje de hacer con Tommy queda entre él y yo. Así que no te metas.

—Intento ayudarte, no son felices.

—Somos felices, le quiero muchísimo —contesté comenzando a enfadarme.

—Yo no digo que no le quieras en general, yo digo que no estás enamorada de él.

—¿Y cómo lo sabes?

—Porque yo he estado enamorada... —suspiró nostálgicamente—, y es verdad que cada uno tiene su propia manera de amar y su propia historia, pero sé perfectamente que lo que ustedes tienen no es amor. El día que te enamores te darás cuenta.

Fui a contestarla, pero ya habíamos entrado a clase y algunos de los alumnos comenzaban a saludarnos y a preguntarnos qué íbamos a hacer el fin de semana.

—Oye, Mei —me llamó de repente Himeko mientras yo conversaba con una chica de clase—, ¿ese no es el chico del bar?

Fruncí el ceño y me acerqué a ella, la cual estaba mirando por la ventana con una expresión de confusión en su cara. Miré a través del cristal y pude ver cómo un chico rubio jugaba con un balón de fútbol con otros dos chicos.

Sus risas se oían desde nuestra altura a pesar de encontrarnos en el tercer piso del edificio y ellos en el césped de la facultad.

—¡Vaya! —exclamé al reconocerle—. Pues sí, es él.

—¿Y qué hace aquí? Jamás le había visto, y mira que llevamos cuatro años viniendo a esta universidad.

—No lo sé, yo tampoco le había visto nunca.

—Qué lindo es, ¿no? —comentó mi amiga.

—Mm sí, bueno...

—¿Cómo que "sí, bueno"? —casi gritó, notablemente enfurecida—. Ese chico ha sido bordado por los ángeles.

—Que exagerada eres Himeko.

Aunque tampoco hay que mentirse a una misma. El chico podría perfectamente salir en una revista o anuncio..., me dije mentalmente, y agradecí no decir aquel comentario en voz alta, evitándome el bochorno, ya que todas las chicas de clase se habían arrimado a la ventana para contemplar a los chicos.

—Después de clase te acompaño a hablar con él.

—¿A mí? —me señalé con el dedo—. ¿Por qué?

—Los vi hablando en la puerta del baño —me guiñó un ojo—. Luego nos acercamos y charlamos con él un ratito. A ver si así consigues que me dé su número de teléfono —sonrió Himeko de una manera un poco siniestra.

...

La clase al fin finalizó y, apenas hube metido mis libros nuevamente en el bolso, la mano de Himeko agarró mi muñeca para arrastrarme prácticamente por todos los pasillos y escaleras hasta llegar a la planta baja. Había intentado mantener bajo control la posición del chico mirando a través de la ventana.

—Siguen jugando al fútbol, que lindos —me susurraba una y otra vez durante la clase.

Yo le respondía suspirando o rodando los ojos, intentando disimular que yo también tenía ganas de que terminase la clase.

—¡Ahí siguen! —exclamó cuando salimos fuera del edificio.

—Pero no les señales, que nos van a ver —le regañé entre dientes apartándole el brazo para que dejara de apuntar en dirección de los chicos.

—Vamos a hablar con ellos.

—No, qué vergüenza.

—Que sí, anímate.

Antes de poder responderle, ya se había puesto a caminar. Gruñí fastidiada y seguí a mi amiga.

—Hola —saludó llamando la atención de todos, los cuales dejaron de jugar en aquel instante y centraron sus ojos en nosotras.

«Qué vergüenza, por favor, seguro que ni se acuerda de mí», volví a pensar.

—Hola —escuché su voz y lo miré, encontrándome con aquellos ojos verdes que se habían mantenido en mi memoria desde la noche anterior.

—Eres la chica de ayer, ¿verdad? —sonrió cálidamente.

«Pues sí que se acuerda de mí», volví a pensar.

—Sí —me dediqué a decir con cierta timidez.

—¿Vienes a esta universidad?

—Sí, de hecho, es mi último año. ¿Tú qué haces aquí? —quise saber.

Se encogió de hombros divertido y los otros dos chicos rieron levemente.

—También estudio aquí.

—Estudiabas —le rectificó uno de los chicos, un pelirrojo de ojos azules con una sonrisa perfecta.

—¿Ya no? —se interesó esta vez Himeko. Él agitó la cabeza negando, pero sus ojos volvieron a mí.

—Me echaron el año pasado.

—¡Oigan! —llamó alguien interrumpiendo nuestra conversación. Todos centramos nuestra atención en un chico alto de pelo negro que se encontraba al lado de cuatro motos aparcadas—. ¡Tenemos que irnos chicos, que tenemos prisa! —les avisó.

Los dos chicos comenzaron a caminar despidiéndose de nosotras con un ligero movimiento de cabeza. Himeko les devolvió el gesto moviendo su mano coqueta y rodé de nuevo los ojos divertida.

—Tenemos que volver a despedirnos —habló el rubio una vez hubo recogido su chaqueta de cuero del suelo. Me había fijado en que llevaba una camiseta blanca que le quedaba ajustada debido a sus músculos muy bien trabajados.

«Me voy a desmayar», pensé, pero no lo dije.

—Eso parece...

«Estúpida», me regañé mentalmente. No sabía qué decir, pero cualquier cosa era mejor que aquella idiotez.

El chico sonrió ampliamente de nuevo, haciendo que un escalofrío recorriese mis piernas y espalda.

—Adiós, guapa.

«Adiós, precioso», pensé, pero en realidad respondí:

—Adiós.

—¿Por qué has puesto voz de princesa Disney? —me preguntó Himeko una vez hubo comprobado que los chicos estaban suficientemente lejos como para escucharla.

—¿Qué dices? He hablado con mi tono de voz normal.

—Ya, claro. Te ha faltado batir las pestañas como una mariposa.

—Tonta. —sonreí dándole un ligero golpe en el brazo y giré sobre mis talones para dirigirme nuevamente al interior del edificio.

[CITRUS] - Smut StoriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora