𝙻𝚘𝚟𝚎 𝚂𝚑𝚘𝚝 𝙸𝙸𝙸

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—No puedo, hoy trabajo —respondí a la oferta de Himeko de irnos a tomar algo después de clase.

—Ah, es verdad. ¿Quieres que te vaya a recoger después?

—Pues depende de lo cansada que esté. Si veo que me duermo por las esquinas, te escribo para que vengas.

—Genial.

Nos sentamos cada una en su respectivo pupitre y charlamos acerca de nuestra conversación con los chicos hacía dos minutos mientras esperábamos a que el profesor viniese.

—¿Me vas a contar por qué te has puesto a coquetear con el chico?

—Yo no he coqueteado con nadie —contesté a la defensiva.

—¿Seguro? Porque a mí me ha parecido que estaban a punto de desnudarse con la mirada.

—Pues no. Sabes que yo jamás le haría eso a Tommy.

—Mei, en serio. Tienes que admitir que no le quieres de una vez. No están bien.

Empecé a enfadarme. Los últimos meses se los había pasado enteros realizando ese tipo de comentarios, diciéndome que Tommy y yo deberíamos romper, que lo nuestro ya no funcionaba, que nos estábamos haciendo daño...

—Lo que pase o deje de pasar en mi relación me incumbe a mí y a mi pareja —apreté los puños furiosa.

—Yo sólo digo que deberías replantearte las cosas porque...

—Himeko, ya basta —alcé la voz—. No quiero seguir hablando de este tema.

—Está bien, está bien —respondió temerosa.

...

Aún le estaba dando vueltas a la conversación con Himeko acerca de mi relación con Tommy cuando mi jefe me llamó, sacándome de mis pensamientos.

—Toma, entrega esto a la mesa número cuatro —ordenó y asentí obediente, dirigiéndome a la salida de la cocina de la cafetería donde trabajaba.

Me dirigía a la mesa número cuatro, con una sonrisa resplandeciente, cuando mis ojos encontraron los suyos a un par de mesas de distancia. Mi corazón dio un vuelvo cuando le encontré allí sentado, poniendo el mismo interés en mí que yo en él. Tragué saliva pesadamente y serví los platos educadamente, disimulando mis nervios.

Quise acercarme a él, pero estaba demasiado nerviosa y sabía que lo único que mi boca articularía serían un puñado de tonterías, así que le miré una última vez más, comprobando que sus ojos seguían sobre mí, antes de entrar de nuevo en la cocina, con el corazón latiéndome a una velocidad de vértigo.

«Santo Dios, este chico está en todas partes», me dije a mí misma.

—Mei, ¿qué pasa? —quiso saber Reiko, mi compañera de trabajo. Ambas teníamos la misma edad y nuestras familias eran muy amigas, ya que las dos eran de nacionalidad japonesa.

Tanto Reiko como yo habíamos nacido en Canadá y éramos la primera generación de nuestras familias en nacer en un país diferente a Japón.

—No es nada.

—Vamos, no te lo guardes cuéntamelo.

Sus rizos oscuros eran mucho más cortos que los míos, ya que llevaba el pelo a la altura del hombro mientras que yo lo había dejado crecer hasta casi la cintura. Tenía una de esas miradas expresivas, que te lo decían todo sin necesidad de hablar. Ahora mismo, en concreto, me estaba gritando que dejase de hacer el tonto y le contase lo que verdaderamente había provocado que entrase hiperventilando a la cocina.

[CITRUS] - Smut StoriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora