Capitulo IV

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Caminaron en silenció hasta llegar a la clínica.

—La clínica esta equipada apropiadamente, contamos también con un Spa, el cual tiene
un banco adherido a la pared y unas barras de donde puede sostenerse si desea darse una ducha.

Terry respiró profundamente reprimiendo la rabia que bullía en su interior cada vez que alguien le recordaba su condición física y sus limitaciones.

Evitar aquel tipo de comentarios había sido la verdadera razón por la que aceptó la recomendación de su amigo Albert.

Cuando sus padres se enteraron del accidente, tomaron el primer vuelo de Londres a New York y de un día para otro vio invadida su privacidad.

Su madre en su afán de atenderlo, exageraba con sus cuidados al igual que lo hacían sus empleados; todas aquellas atenciones, eran demasiado asfixiantes para él.

Un mes, fue todo lo que pudo soportar, se vio en la necesidad de tomar medidas extremas para hacer que sus padres regresarán a Londres.

Se vio en la obligación de pedir ayuda a sus primos Mark y Charlie, juntos idearon un plan para que sus padres se vieran obligados a regresar sin poner ninguna objeción.

A regañadientes, su madre se despidió de él dos días después de haber hecho aquella llamada, no obstante y a pesar de la distancia, las llamadas de sus padres eran constantes y las palabras de su padre en la última llamada, terminaron por desesperarlo, ¡Por Dios del cielo!, estaba vivo de milagro, en proceso de recuperación y el hombre le había salido que ya era tiempo que consiguiera esposa y sentara cabeza, que era hora de que cumpliese la promesa que hizo mientras estuvo de visita en Londres, aquellas palabras le dieron la excusa perfecta para desaparecer del radar de sus padres por algún tiempo y aquí estaba, escuchando una vez que alguien le recordaba que estaba enfermo.

¡Carajo! ¿Estaba vivo de milagro, era acaso aquello tan dicil de entender? —no perdió ninguna extremidad de su cuerpo, estaba entero por así decirlo, pero hubiese deseado perder una pierna a perder la posibilidad de.... —Cerró los ojos y apretó la mandíbula reprimiendo un grito de frustración, pero no importaba lo mucho que le doliese, sabía que se repondría de aquel sin sabor; tenía que hacerlo, estaba resuelto a no dejarse vencer por la adversidad.

Su condición actual, le daba una nueva perspectiva de las cosas, aquello era la certeza de que la vida era en efecto algo preciado que no había que dar por hecho; que no había que malgastar el tiempo, porque nadie sabía cuánto le quedaba.

Mientras era transportado al hospital, a medida que Karen le hablaba en un intento para para mantenerlo despierto y antes de perder el conocimiento, se había dado cuenta de la importancia de su familia, y de que la promesa hechas debían de cumplirse, que la vida que conocía, había terminado en aquel instante, no volvería a dar por hecho su estilo de vida despreocupado y privilegiado, porque la vida no nos pertenece y en un abrir y cerrar de ojos, nuestro perfecto mundo se puede desmoronar al igual que un castillo de arena.

Terry abrió los ojos y contempló la enorme ventana que daba a los jardines de la clínica dentro del hotel, donde podía verse el sendero que conducía a la orilla del lago. Una nube alargada y gris serpenteaba por entre las montañas que bordeaban Lakewood.

Una mancha en una escena perfecta —El ejemplo perfecto de su vida, Manchada, Defectuosa, Gris y sin Esperanza.

El resentimiento, su amigo constante desde que los médicos le dijeran que, incluso con la mejor cirugía disponible, las lesiones le habían dejado con un alto porcentaje de esterilidad, le dejaba un sabor amargo en la boca.

Apartó la vista del paisaje, del recuerdo de que, a pesar de las apariencias, ya no era como los demás hombres, ya no podría darle un heredero a su familia y que, por lo tanto, la maldición que la madre de Susana le lanzara en su lecho de muerte, años atrás, se hacia una cruel realidad.

Milagro de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora