Capítulo 30

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No pensé que Julen se tomaría el atrevimiento de venir a mi casa junto a Ross para felicitarme por mi cumpleaños. Ambos se habían puesto a cantar la típica canción frente a la puerta mientras la golpeaban para que les abriese. No fui capaz de hacerlos pasar. Me los quedé mirando por unos segundos por la cerradura, conmovida y sorprendida, hasta que los ojos se me llenaron de lágrimas y decidí encerrarme en mi habitación. Era mi primer cumpleaños sin Doris y no había podido prepararme para afrontar la fecha.

"Estamos afuera de tu casa, ¿dónde estás?", me había mandado un mensaje Ross tras haber pasado tres minutos enteros del otro lado de la puerta.

No le contesté, apagué mi celular y lo dejé dentro del cajón de mi mesa de luz, ya que no encontraba las palabras justas y sinceras para explicarle cómo me sentía al respecto. No quería mentirle ni tampoco preocuparlo, por eso decidí evitarlo, a él y a los otros mensajes que me envió Julen.

Entendía que quisieran alegrarme aquel jueves amargo, pero Julen sabía que mi tendencia a escapar de las personas en momentos como aquel era a causa de un código de conducta: no quería arruinarle el día al otro. A los cinco minutos, los dos chicos más importantes de mi círculo dejaron el ambiente en silencio, sus voces cantando y llamándome desaparecieron, y entonces dieron paso a un asunto que me abrumaba desde aquella mañana: ¿quién era realmente Renzo? ¿Por qué mamá nunca me habló de él y sus asuntos personales? ¿Doris también estaba escondiendo algo? ¿Qué fue lo que la llevó a ocultar todas aquellas cartas y todas sus aseguradas preocupaciones? Tenía tantas preguntas en mente que me angustiaba el hecho de que no pudiese tener a Doris a mi lado para hablar de lo sucedido. No conseguía explicarme qué tipo de problema podría haber tenido con Gutiérrez. Ella siempre se mostró como alguien pasiva, honesta, sin enemistades o remordimientos. Mamá era un ejemplo (o eso intentó hacerle creer a todos).

Me pasé la noche del jueves frente a mi celular, hasta las siete y quince de la mañana, averiguando en internet el nombre de "Renzo Gutiérrez". No conseguí nada que se fuera de lo que ya conocía. Estaba frustrada y, mientras más leía las cartas que me había llevado a mi habitación, más empezaba a dudar de la imagen con la que se mostró mi madre ante mí y ante todos: ¿por qué no había querido encontrarse con él? ¿Por qué evitaba las cartas de Gutiérrez? ¿Qué fue lo que llevó a que Renzo dejara de enviar cartas?

Al otro día, el viernes por la tarde, desperté sobre la cama tendida, con el plato de mi cena a medio comer a un costado de mi cuerpo y el celular sin batería metido debajo de la almohada. La ventana de mi cuarto delataba que la mañana y el mediodía ya había acabado. Era tarde y aún me sentía cansada.

Salí de la cama con un dolor de espalda que me obligada a estar encorvada y fui hacia la ducha para darme un baño caliente y descontracturarme. Junto a la puerta del baño había una caja cerrada donde había metido los perfumes, los medicamentos y el maquillaje de mamá. Anoche, mientras me lavaba los dientes, los vi distribuidos entre el mueble del lavamanos y la estantería que estaba dentro del espejo; me generaron un vacío tan inmenso en cuanto me percaté que nadie más los usaría que, automáticamente, fui en busca de una caja para meterlo todo allí.
Los cuadros con fotos que antes ocupaban la mesa que estaba en el comienzo del pasillo también los guardé, y, cuando terminé de bañarme y alistarme, salí hacia la biblioteca del barrio para devolver todos los libros que mamá había traído a casa. Estaba cruzando por una etapa en la que prefería evitar los recuerdos que, seguramente, me llevarían a entrar en un estado de conmoción infinito.

Volviendo de la biblioteca, vi que Ross pasaba por la cuadra junto a Katia, que arrastraba un carrito de compras a dos pasos más adelante de su nieto. No entendía cuál era la razón por la cual se encontraban tan distantes, pero el asunto era que me quedé observando a Ross por tanto tiempo que, inevitablemente, él se dio la vuelta y me devolvió la mirada.

Intenté darme la vuelta para saltearme la cuadra por la que ellos pasaban, pero Ross me llamó con un grito seco y, al notar mis intenciones, corrió directamente hacia mí.

—¡Hollie! —volvió a gritarme, aunque ya estuviese tomándome del brazo para que me girase hacia él.

—Disculpa—susurré, dando un paso atrás y soltándome de su agarre.

No sabía por qué me disculpaba, o por qué lo evitaba, a él y a todos los que me llamaban por celular, entre los que se encontraba el profesor King. Empezaba a encerrarme en mí misma para sanar y, aunque no supiese si era lo correcto, lo prefería así.

—Fue tu cumpleaños—dijo con tono de reproche.

—Tengo que volver a casa—insistí, amagando para darme la vuelta.

—Basta de escaparte siempre, Hollie—se interpuso en mi camino—, hoy es un día importante.

—Hoy en viernes—mascullé, mirándolo con indignación—, se han cumplido dos días desde el fallecimiento de mamá, no querrás que me centre en mi cumpleaños o en otro evento que no me interesa en absoluto.

—Si crees que encerrándote en esa casa superarás algo, entonces estás equivocada.

—¿Podrías ser un poco más sensible?

—¿Desde cuándo vos sos sensible?

—¡Estoy en un momento difícil!

—No estás en un momento difícil, estás pasando un momento difícil. Pero claro, si te quedás encasillada en esa casa donde hay un recuerdo puntualmente insuperable, entonces nunca saldrás de esta etapa.

—¿Dónde querés que viva entonces? —Me crucé de brazos.

—Te dejaré mi departamento.

—¿Dejarme? —Fruncí el entrecejo.

—Me voy hoy, pero pagué el alquiler hasta enero, en los meses que te quedan podrías ahorrar para seguir pagando la cuota, no es inalcanzable.

—¿Cómo que te vas hoy?

—Te dije que tenía el pasaje de avión para el viernes, me voy.

—Pensé que...—murmuré, bajando inmediatamente la vista.

—Ya te dije que no me quedaría.

—Pero fue antes de...—volví a mirarlo, con los ojos llenos de lágrimas.

—Estoy dándote mi departamento—me interrumpió, sin sensibilizarse ante mi llanto—, mi abuela estará en contacto con vos, ella está dispuesta a darte un apoyo económico, pero yo no puedo ayudarte más de lo que ya estoy haciéndolo.

—Es una broma—me reí, quitándome las lágrimas con las manos.

—Es en serio—respondió con tenacidad, mirándome a los ojos—. Lo siento.

—¿Es porque...?

—Tengo que hacerme cargo de mí—volvió a cortarme, estirando su mano para limpiarme las lágrimas que habían abandonado mis ojos.

—Es egoísta—di un paso atrás, evitando que me tocara.

—¿Es egoísta dejarte todas mis cosas y todos mis amigos?

—Y... ¿estaremos en contacto? —pregunté esperanzada.

—Estaré distanciado de las redes y la tecnología—contestó, mirando hacia atrás, donde estaba su abuela esperándolo—, pero prometo que te enviaré alguna carta.

—No quiero cartas—negué con la cabeza, recordando las cartas de Renzo—. Te quiero a vos.
—Hollie, ayer fui a visitarte y no me abriste la puerta.

—No quería celebrar mi cumpleaños sin mamá—lo miré a los ojos, demostrándole mi dolor.

—¿Y será así siempre?

—¡No sé!

—Entonces empieza a saberlo. No podés encerrarte, escaparte y evitar a todos los que te hacen bien. Vos sola no podés, nadie puede. Necesitas el apoyo de los tuyos.

—Me voy—concluí dándome la vuelta.

—No, espera—me tomó de la muñeca.

—¿Qué? —me giré hacia él nuevamente.

Con una delicadez admirable, su mano, que me tenía sujetada de la muñeca, bajó hasta entrelazar sus dedos con los míos. Levanté la vista para mirarlo y él dio un paso al frente para acercarse.

—No quiero que quedemos así, terminemos bien.

—En el momento que nos separemos las cosas estarán mal, Ross.

—Entonces quiero recordar que antes estaban bien. Qué te parece... ¿la fiesta de Heather?
—No me invitó.

—Todos los estudiantes del colegio están invitados. Además, es algo importante para la niña rosa, ella estuvo en el funeral de tu madre.

—No me siento bien para ir a una fiesta.

—No estaremos toda la noche, yo tengo que ir a armar los equipos de sonido, podrías ayudarme para distraerte un poco.

—Prefiero quedarme en casa.

—Tenés que salir.

—No—me solté de su mano, dando un paso atrás—. Me manejo sola, gracias.

Me di la vuelta, conteniendo las lágrimas, y me alejé de Ross con el paso acelerado. Agradecí que no me haya seguido por detrás para retenerme un minuto más, ya había llorado suficiente delante de él y no pretendía hacerlo una vez más.

Teniendo a Ross tan cerca podía seguir sintiendo la atracción y el aprecio que le tenía, lo cuánto que lo necesitaba, lo cuánto que le agradecía cada minúsculo gesto que tuvo conmigo, lo cuánto que... no.

Doblé en la esquina de la cuadra y me apoyé contra la vidriera de un negocio de ropa, me senté en la vereda e, inevitablemente, empecé a llorar. Nunca había llorado en público, era algo que la antigua Hollie no se hubiese permitido jamás, pero aquel día no me sentía capaz de retenerme hasta llegar a casa, no podía ocultar y soportar, no podía seguir ignorándolo todo.

No era tan fuerte como quería y aquel método de superación no resultaba ser tan sano como creía.

Nada era sano, ni el más mínimo intento de superarlo todo era sano.

Tal vez debía dejar que la herida duela hasta que, en algún momento, dejara de doler.

A dos caras | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora