Capítulo 31

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Tenía el libro que me había regalado Ross a unos centímetros de mí y empecé a pensar que, en realidad, mi planta de naranja lima siempre fue mamá y yo, cegada por el amor, apunté a un chico que al fin y al cabo me dejaría. Entonces comencé a llorar, porque los últimos meses había centrado mi atención en un joven que tenía en mente emprender un viaje del que no formaba parte. Lloré porque no aproveché mis últimos meses con mamá y solamente me empeñé en mentirle para acercarme a Ross. Lloré porque sentía que todas las mentiras que le dije durante tanto tiempo me las estaba devolviendo a partir de sus cartas con Renzo Gutiérrez.

Dejé el libro de José Mauro a un costado y agarré uno de los cuadernos en los que solía escribir. Saqué una lapicera de la cartuchera del colegio e intenté centrar mis pensamientos en algún tema interesante para desarrollar en el artículo de la revista a la que King le prometió un escrito para el cierre de año. Mi escrito.

Escribí por encima de los renglones tres palabras como título: "A dos caras" y continúe desarrollando lo que en un par de renglones resultó ser un grito para mí misma:

"Cuando abandonamos nuestra autenticidad y empezamos a ser lo que está socialmente aceptado, nos fallamos a nosotros mismos.
Tal vez le estemos mintiendo a quienes nos rodean, tal vez estemos mostrando una cara falsa, tal vez seamos hipócritas, tal vez seamos mentirosos o tal vez nos estemos mintiendo a nosotros mismos por mostrar una sonrisa cuando estamos rotos por dentro, por reírnos mientras a nuestras espaldas está surgiendo una tragedia, por contar anécdotas sobre momentos que nunca existieron, por esforzarnos por cumplir con lo que todos quieren ver, por estar de acuerdo con ideales y opiniones que, en realidad, no compartimos, por acceder a hacer cosas que nunca haríamos, por imitar a quien creemos que está por encima de nosotros mismos, por alejarnos de quienes nos impulsan a ser nosotros mismos, por asegurarnos de que todos tengan un buen criterio sobre uno.
Mentimos y nos arrepentimos, mentimos y no sentimos aliviados de no tener que exponer una verdad que queremos evitar, mentimos para esquivar un golpe que sabemos que vendrá más tarde, pero del que creemos que nos recuperaremos más rápido si estamos conscientes de su próxima llegada; lo siento, pero debo decirte que eso también es mentira. No estamos preparados porque no sabemos cuánto nos golpeará, cuánto nos dolerá o cuándo pasará.
Tal vez no mientas, pero probablemente te estén mintiendo. Si no sos vos, es el otro. Si no fallaste, te están fallando. Si no lastimaste, entonces te lastimarán. Evitarás entrar en el juego doloroso de la vida, querrás salvarte de las personas que se muestran como alguien que no son, intentarás ser bueno con el resto, pero te pasarán por encima, te dolerá y te darás cuenta que esas personas son falsas. Te darás cuentas que no es fácil, caerás, llorarás y creerás que no puedes. Pero puedes. Puedes porque estás ileso por fuera, porque sigues vivo, porque solamente debes repararte por dentro, entonces correrás y buscarás a alguien que te repare, pero te encontrarás con un problema: las personas están rotas y también buscan a un sanador que pueda ponerlos de pie, porque ellos están de rodillas. Estás de rodillas, arrastrándote entre mentes tristes que no puedes sanar y que no pueden sanarte, estás nadando en un mar de lágrimas de las que ya no sabes cuál es su inicio o cuál es su fin. No hay fin, porque no hay quien le ponga un fin, y no existe un sanador allí afuera, porque el único sanador eres tú. Dime, si no quieres sanar, ¿quién podría sanarte?
Lo siento, pero desde el primer segundo en el que naciste siempre te tuviste a ti mismo. No eres de nadie, eres tuyo y solamente tuyo.
Por favor, cuidate, cúrate y sálvate. Cae, pero levántate. Detente, pero luego sigue. Prométemelo, prométeme que seguirás, pero que también llorarás. Reprimir el dolor duele, evitar el llanto no te hace más fuerte, puedo asegurarte que te hace más débil.
Rodéate de quienes te hacen bien, permítete querer, amar y expresarte. Hazlo por ti; la sanación empieza por uno, pero progresa con ayuda de los tuyos. Recuerda asegurarte de rodearte de gente verdadera, no te preocupes si fallas, todos fallamos. Todos fracasamos. Todos caemos.
Muéstrate, grita quién eres y recuérdatelo. Sácate la máscara, se tú mismo, no permitas que te recuerden como alguien que nunca fuiste. No te permitas vivir en una vida donde debes actuar. Haz que te acepten, pero, antes que nada, acéptate."

Arranqué las hojas de mi cuaderno, saqué un folio de mi carpeta escolar y metí las hojas dentro, guardé todo en el cajón de mi mesa de luz y agarré mi celular. Busqué entre mis mensajes con King el celular de la revista y, una vez que lo encontré, tuve las intenciones de marcar el número y llamar a la recepcionista, pero el timbre de casa interrumpió en el silencio del ambiente y me llevó a centrarme en el corto pasillo que se veía en la puerta abierta de mi habitación.

Ross, pensé.

Caminé por el pasillo y me detuve frente a la puerta de entrada. No quería abrir, prefería mantenerme dentro de casa y lejos del resto, pero entonces recordé lo que me había dicho durante tarde: "no podés encerrarte, escaparte y evitar a todos los que te hacen bien. Vos sola no podés, nadie puede. Necesitas el apoyo de los tuyos". Sí podía sola, pero necesitaba de los míos. Ross era de los míos.

Di la vuelta a la llave que estaba puesta en la cerradura y abrí la puerta, con mi cabello alborotado, las ojeras oscureciéndome la mirada, la piel pálida, la nariz enrojecida por el llanto, los ojos hinchados, y los labios resecos. Era mi versión más verdadera, más real y más destruida.

—Estás bellísima—me dijo Ross luego de analizarme durante un segundo.

—No mientas.

—No miento. No tengo por qué mentirte.

—¿Qué pasó? —pregunté, mirando detrás de Ross el auto de Omar.

—Vengo a buscarte para el baile.

—Te dije que no—volví a centrarme en él.

—Pero soy insistente—me sonrió—. Vamos, te extraño.

—Esperame un minuto—condicioné, dándome la vuelta para irme hacia el baño.

—Te esperaré dos—respondió a mis espaldas.

E, inevitablemente, me robó una pequeña sonrisa.

A dos caras | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora