Capítulo 11

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A las dos de la noche la casa de los Coleman parecía ser un estadio de futbol en pleno mundial o un festival de música electrónica que trascurre durante cuatro días.

En resumen: un caos de personas.

Claramente Heather no se preocupaba ante la cantidad, al contrario, se alegraba de que tantas personas hayan pagado una entrada que le daría ganancias para su baile estrella. Estaba enloquecida. La había cruzado tres veces en aquellas dos horas de fiesta: bailando sobre la mesa de la piscina con el tal Gael apoyándosele por detrás, compitiendo sobre quién consumía en el menor tiempo un vaso de cerveza con dos chicos en la cocina de su casa, y luego la vi acostada en el sillón besándose y toqueteándose con alguien que no conocía. Pobre Gael.

La música era increíble, o eso concluí al ver semejante cantidad de personas bailando apasionadamente alrededor de la pileta o dentro de ésta. Ross parecía divertirse, estaba entre sus equipos de música programando y controlándolo todo, sonriente, bebiendo un vaso de alcohol y recibiendo las peticiones de algunas personas que se acercaban para solicitarle un tema en especial. En una ocasión lo había visto con una chica que se había quedado a su lado charlándole y riéndose de lo que le decía, él también se reía, pero no quise prestarle mucha atención, tal vez porque ellos sí la estaban pasando bien mientras que yo solamente observaba cómo se divertían.

Claramente yo no me estaba divirtiendo.

Había pasado aquellas dos horas de fiesta observando cómo los demás bailaban, caminando por el patio o por la casa sin ninguna intención, o encerrándome en el baño hasta que alguien tocaba para darme una razón por la cual salir e intentar disfrutar.

¿Cómo vas a disfrutar algo que no te gusta?

Me acerqué a la barra en donde estaban preparando tragos y miré al chico de tez oscura que había entrado junto a Ross en un principio.

El chico del "permiso", recordé.

—¿Me das un jugo de frutas? —le pregunté.

Mamá me había dicho a mis quince años que los chicos de mi edad no podían beber alcohol hasta los dieciocho, no solamente por cuestiones legales, sino que también saludables. Estuve una hora escuchándola hablar sobre los prejuicios que traía el alcohol a una edad tan joven, y otra hora más leyendo los artículos de la constitución que prohibían la venta y consumición de alcohol en menores. Probablemente quedé traumada, pero lo aceptaba.

—Sí—me sonrió, como si le diese gracia mi pedido—. Ey, Gonza—llamó a un chico que estaba rellenando la heladera con cervezas—, algo de frutas para la morocha—cabeceó hacia mí.

El chico me miró durante unos segundos, hasta que finalmente sonrió y se volvió hacia los gabinetes de atrás para agarrar un vaso de vidrio.

—¡Sale uno de frutas! —gritó mientras se movía al compás de la música que resonaba desde afuera.

Aguardé unos minutos hasta que finalmente obtuve mi vaso con jugo de manzana y limón, o así lo llamó el chico de ojos avellana que me guiñó un ojo antes que me retirase.

Al menos podría contarle a Heather que alguien había coqueteado conmigo, o eso quería creer.

Volví a salir de la casa y meterme entre el gentío que ocupaba el patio, asegurándome de que nadie pisoteé mis pies descalzos—sí, me había vuelto a poner ningún otro zapato— y me fijé a lo lejos en Ross, quien seguía detrás de los equipos, pero ahora estaba besándose con la chica que se le había acercado en un principio.

Sí, definitivamente se estaba divirtiendo.

Admite que la primera vez que te miró en la preceptoría consideraste que podrías gustarle, me presionó mi voz moralista.

A dos caras | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora