Llegué a casa dos minutos después de la hora límite; Doris me esperaba en la silla de la pequeña mesa de la cocina con un té frío sin probar delante de ella.
Generalmente, durante todo el día, mamá se ocupaba de tener el rostro maquillado, para que no me preocupara por verla demacrada y con ojeras oscuras debajo de sus ojos cansados. Su apariencia de enferma me sensibilizaba, y ella lo sabía; me hacía pensar que era el tiempo en persona y, cuando menos me lo esperase, llegaría la hora en la que su semblante se volvería completamente inerte.
Esa noche, en la que me acerqué a la cocina al ver la luz prendida, la vi por primera vez desmaquillada, y mi cuerpo pareció paralizarse debajo del margen de la puerta.
—Hollie—se incorporó de la silla—, te estaba esperando.
—Claro—asentí, sin poder apartar la vista de las leves manchas que obstruían la palidez de su rostro.
—Lo siento—se llevó una mano a su mejilla derecha—, me había acostado con la cara lavada, pero..., después pensé en esperarte en la cocina como hacen generalmente las madres—intentó sonreír.
—Gracias—le devolví la sonrisa—, iré a mi habitación—apunté a mi costado.
—¿Cómo te fue en el colegio? —se apresuró a preguntar, dando un paso al frente.
—Bien, Heather está organizando su fiesta, ya sabes.
—Genial—se cruzó de brazos, interesada—. ¿Cómo estás? Te veo desanimada.
—Estoy cansada, detesto los martes—Julen me detestaría más de lo que ya me detestaba por no haberlo defendido frente a Heather—, las materias son pesadas.
—También los detesto—coincidió, aunque sabía que no estaba siendo sincera, no trabajaba hace mucho tiempo, ¿por qué los detestaría?
Le sonreí en respuesta y me retiré de la cocina con disimulo. Mañana le entregaría el dinero para pagar las deudas, pero primero tenía que calmar mi conciencia e idear una excusa para explicar cómo había ganado semejante suma en tan poco tiempo, aunque estaba segura que a mi madre no le importaría, ¿acaso era un dato relevante en medio de un ahogo económico? No importaba cómo había llegado a mis manos, importaba salvarnos y salvarla a ella.
Me encerré en mi habitación, coloqué mi mochila sobre la cama, la abrí rápidamente y observé con culpa los fajos de billetes que tenía adentro, ¿cómo había llegado a la instancia de robar? Coloqué la mochila ya cerrada a un costado de mi mesa de luz y saqué mi celular del bolsillo trasero de mi jean: dos mensajes.
Julen: No estoy enojado.
Sí lo estaba, pero no podía permitírselo. Julen era lo suficiente sensible como para soportar estar en discordia con alguien preciado, así que era capaz de perdonar y dar segundas oportunidades a pesar de que la culpa no haya sido suya y nunca nadie le haya pedido disculpas.
Sí, era un buen chico, pero ser tan bueno lo convertía en un iluso.
El segundo mensaje era de Heather, y me preguntaba como de costumbre si había llegado a casa; contesté con un "sí" cortante y luego marqué el numero de Julen.
—No estoy enojado—contestó inmediatamente.
—No quería entrar en discusión con Heather—dije, ignorando su comentario—, lo que pasó a la salida fue demasiado para mí, ¿para qué otra discusión?
—Entiendo.
—Sabés que no me gusta cómo se tratan—dije, sentándome sobre mi cama.
—Ella es quien empezó con la guerra.
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A dos caras | COMPLETA
Novela JuvenilHollie Clisson es una adolescente de diecisiete años que batalla contra la posibilidad de quedarse huérfana nuevamente, intenta amoldarse a las expectativas de quienes la rodean, y le ha estado mintiendo sobre quién es a su círculo social. Sin embar...