Renato observó a Fausto caminar al interior del cuarto de descanso. Su amigo hizo una línea recta hacia él, movió una silla alrededor y se montó sobre ella mientras le encaraba. Riendo, Renato esperó a que fausto le dijera por qué su sonrisa era tan amplia. No tomó mucho.
—Acabo de regresar de una carrera. —Dijo.
Riendo entre dientes, Renato dijo: —Viéndote aquí, me puedo dar cuenta— Normalmente, habría ido con su compañero, pero no fue una llamada de fuego, por lo que se quedó atrás y trabajó en los libros de la estación. Cuando el jefe se enteró que tenía una especialización en negocios y una menor en contabilidad, ambas sin utilizar, le había hecho cargo del presupuesto.
—Conocí a tu detective.
Quiso gemir.
—Él no es mi detective. Es mi vecino y amigo. ¿Qué hacía en tu llamada? Pensé que era un accidente de auto. —Renato sabía que Gabriel no estaba en el trabajo ahora.
Conocía el horario de su amigo casi tan bien como el suyo. Durante el último mes y medio, él y el detective habían pasado juntos cada noche de los viernes. Corrían varias mañanas cuando sus horarios se lo permitían. Y se terminó convirtiendo en un buen amigo de los hijos de Gabriel. Se habían adentrado en una rutina. En las noches de los viernes, Gabriel le diría qué había en el menú, y Renato llevaría el alcohol y un plato de acompañamiento. Después de la cena, se retirarían a la guarida, verían una película y generalmente dispararían su mierda. Algunas veces, Gabriel le hablaría sobre los casos y él le contaría a Gabriel cosas de su propio trabajo.
Renato amaba la amistad sin compromiso que tenían. Era solo lo que ellos necesitaban en su vida ahora, y si él se quedaba mirando al apuesto detective demasiado tiempo algunas veces, Gabriel solo le hacía un guiño. La charla de Fausto trajo a Renato de regreso al presente.
—Uno de los conductores estaba drogado y el Detective Gallicchio fue llamado al lugar con una unidad K-9. Es un hombre apuesto. Amable, también. —Su amigo le sonrió descaradamente, advirtiéndole a Renato que probablemente no le gustaría lo que diría a continuación—¿Estás seguro de que es hétero?
Renato gimió y rodó sus ojos.
—Sí. —Contestó cansado—. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Esta divorciado, hétero y padre de dos hijos.
—Tal vez deberías hacer una barbacoa e invitarle. Estoy seguro que podría tentarlo.
Esta vez observó a su amigo.
—Eso no es divertido. Deja a Gabriel en paz, Fausto.
Fausto guiñó juguetonamente.
—Solo era una sugerencia. Supongo que dejaré que lo tientes.
Gruñendo ya irritado, se puso de pie e inclinó sobre la mesa hasta mirar a su amigo.
—Mira, te lo dije antes. Nosotros somos...
—Solo amigos. Lo sé. —Fausto levantó su mirada al techo y dejó escapar un jadeo—. Dios, solo te tomaba el pelo. No te vuelvas loco.
Antes de que pudiera responder, la alarma sonó y ambos hombres saltaron sobre sus pies. Escucharon el número de su camión sonar por el altavoz y trotaron hacia el vestuario a ponerse su equipo. Saltaron sobre el camión, que rugía fuera de la estación de bomberos con la sirena a todo volumen. Cinco tensos y largos minutos después, se detuvieron frente a un complejo de casas. Una columna de humo elevándose desde una ventana en la parte inferior de la segunda planta y decenas de personas acordonadas en el césped. Cuando una mujer vio al bombero, se abrió paso entre la multitud y corrió hacia ellos, gritando que su esposo estaba en el interior buscando a su hija. Renato se puso en acción. Dejó caer su escudo en su lugar, su tubo de aire en la espalda y corrió al interior con Fausto tras él. Tomó tres largos minutos localizar al esposo tendido en el suelo de una habitación. Buscando en el armario, Renato vio una pequeña figura acurrucada en un rincón.