Gabriel se esforzó por respirar alrededor del nudo en su garganta. No sabía cómo reaccionar después del explosivo sexo que acababa de compartir con su amigo. Por un lado, quería hacerlo de nuevo. No podía recordar cuando hacerlo con alguien le causó una explosión de sensaciones en su cuerpo.
¿Y la mamada? ¡Mierda! ¡Renato era un maestro!
Nunca una mujer le había hecho correrse tan duro.
Por otro lado, Gabriel estaba innegablemente asustado.
¿Era gay ahora? ¿Bi? ¿Qué significaba esto?
Si alguien lo descubría, ¿cómo afectaría su trabajo, sus amigos? Y, oh, dios, ¿qué diría Antonella? ¿Los niños? ¿Podría perder la custodia de sus hijos?
Tragó fuerte, tratando de luchar contra su creciente pánico.
Enfocándose en el hombre que casi abordó para conseguir su erección, Gabriel de pronto se dio cuenta que seguía acariciando el flácido pene del otro hombre y que sus propios pantalones estaban alrededor de sus tobillos. ¿Cuán vergonzoso era eso? Excepto que, ahora que tenía la sangre fría para controlar sus acciones, a Gabriel le gustó lo que estaba haciendo. Le gustó la forma en que el pene de Renato se retorcía bajo su escrutinio, provocando que la sangre fluyera de nuevo a su propio miembro. Se sentía bien. Muy bien.
Se dio cuenta, que quería hacerlo de nuevo. ¡Mierda! ¿Cuándo fue la última vez que tuvo una maratón de sexo? Gabriel apostó a que Renato podría hacerlo de nuevo, tal vez hasta dos veces más. ¿Podría complacer tanto así al otro hombre? Seguro que Renato parecía disfrutar del toque de Gabriel, si el pene lleno bajo sus dedos no decía lo contrario. Porque, si tomó lo que quería antes, ¿por qué no hacerlo de nuevo?
Arruinando su coraje, finalmente levantó la cabeza, deslizando su mirada sobre los firmes planos del otro hombre hasta alcanzar sus castaños ojos. El cuerpo de Renato estaba muy bien definido -duros músculos cubiertos por tensa piel, la mayor parte de ella bronceada, lo que indicaba cuánto tiempo pasaba bajo el sol sin su camiseta. Renato seguía tendido, sus brazos extendidos al costado, su respiración baja, mientras miraba a Gabriel. Había preguntas en sus ojos, preguntas que Gabriel no podía responder en ese momento. Pero sí podía hacer que pensara en algo más.
Gabriel miró otra vez el eje levantado de Renato, luego se arrastró lentamente sobre su cuerpo. Acomodó su ligeramente más pequeño cuerpo encima de Renato, sosteniendo la mirada inquisitiva del otro hombre mientras bajaba su pelvis a la de Renato. La primera sensación de su carne contra la semidura pija del sexy bombero le hizo dejar escapar un siseo entre sus dientes.
Maldición, se sentía mejor de lo que esperaba. Más sangre se precipitó hacia el sur mientras se mecía lentamente contra el otro hombre. Por la expresión en el rostro de su amante, Gabriel no era el único disfrutando la renovada exploración sexual. Gabriel bajó su cabeza y depositó un suave beso sobre la boca de Renato. Fue más firme que una mujer, pero aún suave y acogedor. Le gustaba el nítido sabor a hombre y cerveza que probó mientras empujaba su lengua. Donde el primer beso fue agresivo, animal y sexy como la mierda, este fue lento, sensual y excitante de una forma totalmente nueva. Su sangre se fue calentando lentamente, como si estuviera sobre fuego lento. La sensible piel de su ahora duro miembro, presionaba, frotaba y se deslizaba contra la renovada erección de Renato. Incluso la sensación de las bolas peludas del otro hombre presionándole con fuerza, envió un toque de calor y necesidad a través de su sistema.
Cuando respirar se volvió una necesidad, Gabriel rompió el beso y levantó su cabeza. Antes que pudiera sumergirse en el sabor de su amante otra vez, Renato jadeó.
—Gabi, qué estamos haciendo?
Gabriel le sonrió.
—Si no lo sabes, debo estar haciendo algo mal. —Se burló, escondiendo su preocupación.