Gabriel no notó el camión de mudanza inmediatamente. Estaba demasiado ocupado tratando de entender los eventos de los últimos ocho meses... su esposa dejándolo, el largo divorcio, el acuerdo, la manutención de los niños y la custodia compartida. El ruido de pasos en la entrada de Gabriel, finalmente, le trajo de regreso de su ensueño.
Levantó su cabeza, viendo al desconocido moviéndose hacia él.
El hombre destacaba por sus centímetros sobre el metro ochenta, anchos hombros y apariencia musculosa, sin llegar a ser fisicoculturista. Las fuertes piernas y brazos eran fácilmente visibles en lo ajustado, desteñido y gastado de sus jeans y camiseta George Strait que llevaba. El corto pelo del hombre caía a través de su brillante frente sudada. Los instintos de policía de Gabriel tomaron toda esa información con solo una mirada.
—Buenos días, —saludó el hombre, deteniéndose a pocos metros de la mecedora en la entrada donde Gabriel estaba sentado.
—Si vos lo decis. —Respondió Gabriel, encogiéndose internamente ante su maleducado tono.
Al ver las oscuras cejas del hombre elevarse, suspiró
— Disculpá. Normalmente no soy un idiota. —Se levantó, moviendo la botella de Budweiser hacia su mano izquierda y tendió su mano derecha—. Gabriel Gallicchio. ¿Qué puedo hacer por vos?
—Gusto en conocerte, Gabriel. Renato Quattordio. —Asintió a la cerveza que Gabriel sostenía—. Supongo que tu mañana debe haber sido dura. Ni siquiera es mediodía aún. — Después de un segundo, sus cejas se elevaron—. A menos que esto sea normal para vos. —Renato agitó su cabeza y rio —. Lo siento. No estoy dando una buena primera impresión. Tomas siempre decía que hablo sin pensar. Un charlatan.
Interesante. No muchos hombres que lucían como este sufrían de tan particular aflicción. Gabriel levantó una mano, deteniendo la corriente de tonterías de Renato.
—No, normalmente no comienzo esto tan temprano, pero he debido tratar con una ex-esposa enojada hoy. Ahora, ¿puedo ayudarte en algo? ¿No estás vendiendo nada, o sí? — Renato no lucía como un vendedor, pero qué mierda sabía él.
—¡No! Claro que no . —Le aseguró Renato rápidamente—. Me estoy mudando en frente. —se encogió de hombros—. Mi amigo simplemente me abandonó.
El camión de la mudanza debe regresarse en tres horas y necesito estar en la estación de bomberos justo después de eso. Normalmente no haría esto, pero estoy en un pequeño aprieto. ¿Hay alguna forma de que pudieras ayudarme durante media hora? Tan solo tengo un par de cosas grandes.
Gabriel tomó un flojo sorbo de su cerveza, pensando que tal vez la mañana de ese hombre no fuera tan buena tampoco.
—Qué mierda. Escuche por ahi que un poco de actividad física es buena para aliviar el estrés.
Renato dejó escapar una aliviada y algo tensa risa y Gabriel sonrió por primera vez desde que Antonella le llamara esa mañana.
—Te debo una, Gabriel. Te compraré una caja de esas para compensártelo.
Bebiendo lo último de su cerveza y colocándola en la barandilla de la entrada, Gabriel sacudió su cabeza.
—No te preocupes por eso. —Dijo, siguiendo a su nuevo vecino por los escalones de la entrada y a través de la calle—. Para eso es que están los policías ¿no? ¿Para proteger y servir?
—Policía, ¿eh? —replicó Renato, profundizando su tono, probablemente porque ya no estaba estresado al tener que pedir a un completo extraño un favor—. ¿Desde hace cuánto?