16

293 27 1
                                    

El constante bip bip fue lo primero que penetró en la consciencia de Renato. Trató de levantar su mano, esperando apagar la molesta alarma del reloj. El dolor le atravesó el cuerpo al intentar moverse y dejó escapar un suave gemido. El sonido parecía hacer eco en su cabeza, intensificando el dolor que ni siquiera se había dado cuenta que tenía.

—Despacio, Tato. —Una profunda voz le susurró suavemente—. Quedate quieto, amor. ¿Podes abrir esos lindos ojos para mí?

Quiso preguntar qué era lo que el hombre quería de él, que se quedara quieto o que abriera los ojos. De cualquier forma, Renato se esforzó por entreabrir un parpado por ninguna otra razón más que ver si aquella voz pertenecía realmente a Gabriel. Tenía un vago recuerdo del detective apareciendo justo cuando le metían en la ambulancia. Pero no podía ser cierto, porque no había forma en que Gabriel le besara frente a varios otros hombres, incluyendo un par de policías.

—Tato. —La voz de Gabriel vino de nuevo, esta vez sonando más dura—. Vi moverse tu brazo. Te escuché gemir. Sé que estas despierto, amor. Abre tus ojos. — Ordenó.

¿Amor? ¿Desde cuándo Gabriel usaba esa palabra? 

Renato trató nuevamente de obedecer la orden, encogiéndose cuando la brillante luz blanca golpeó su sensible retina. Dejó salir un siseo y volvió a cerrar con fuerza sus parpados.

Segundos después, escuchó: —Bien. Inténtalo de nuevo, Tato.

Lo hizo. 

Esta vez las luces eran mucho más tenues y no le dolía tanto. Observó el hermoso rostro de Gabriel, encontrándose con una expresión inquieta, oscuros círculos bajo sus ojos y la preocupación marcando aquellos deliciosos labios. Labios que no había probado en casi dos semanas.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Renato no creía que sus palabras sonaran claras ni siquiera en sus propios oídos, pero la dolorosa expresión que atravesó el rostro de Gabriel le dijo que el detective había entendido.

—No podría estar en ningún otro lado, Tato. — Susurró Gabriel—. Te he extrañado. Verte herido es aterrador como el infierno.

Gabriel se inclinó y para sorpresa de Renato, presionó un suave beso en sus labios, justo allí en el hospital donde cualquiera podía entrar. Gabriel se arrodilló y con cuidado tomó la mano de Renato entre las suyas.

—Este soy yo rogándote para que le des a un idiota otra oportunidad. Déjame probarte que soy el hombre que tú necesitas.

Renato trató de hablar, de verdad que sí, pero entre su corazón en la garganta y la sequedad de su boca, no parecía ser capaz de pronunciar una palabra. Las cejas de Gabriel se elevaron y se puso de pie.

—Maldición, lo siento. Dijeron que podías poner trozos de hielo en tu boca una vez despertaras, pero solo un par. 

Gabriel liberó su mano y Renato inmediatamente sintió la pérdida. Segundos después, regresó sosteniendo una taza en una mano y una cuchara deslizándose hacia los labios de Renato en la otra.

—Ábrela. —Ordenó suavemente.

Obedientemente, Renato tomó un sorbo de la cuchara, absorbiendo los fríos trozos de hielo en su boca. Cerró sus ojos brevemente, dejando que el hielo se derritiera en su lengua y goteara por su seca garganta. La sensación de la cuchara presionando contra sus labios hizo que Renato abriera de nuevo y aceptara otra probada. La humedad alivió la arenilla en su garganta, permitiéndole encontrar su voz.

—No hay nada que perdonar. —Dijo con voz áspera—. No debí haberte pedido que escogieras.

Gabriel apartó la taza junto con la cuchara y agitó su cabeza.

LLEVAME #1Where stories live. Discover now