—Espera ahí, amor. —Susurró Gabriel sobre el oído de Renato, mientras detenía la silla de ruedas junto al auto.
Jake salió del asiento del conductor y se apresuró en ayudarle a acomodar a un cansado Renato en el asiento del copiloto. Aun así, Renato tuvo el aplomo de fruncirle el ceño y decirle.
—¿Qué haces conduciendo? No tienes edad suficiente para tener licencia.
Jake sonrió, imperturbable.
—No, estoy en Clases de Conducción este semestre y papá me dejará obtener mi permiso de principiante pronto.
—Aun así no deberías conducir. —Murmuró, su cabeza cayendo hacia atrás contra la cabecera.
Gabriel se inclinó y abrochó el cinturón de Renato.
—No vas a llamar a la policía, ¿verdad? —se burló suavemente y le dio un rápido beso a los labios.
Fue tan rápido, que Renato ni siquiera tuvo tiempo de devolvérselo, pero sonrió de todas formas. Ambos sabían que cualquier tipo de demostración pública era un gran paso para Gabriel.
—Lo mantendré en secreto por ahora. —Susurró soñoliento—. ¡Pero no dejes que pase de nuevo!
Luego que Gabriel se sentó tras el volante, un vistazo al espejo retrovisor le mostró la sonrisa de su hijo. Claramente no estaba para nada molesto con el regaño de Renato. Después de abrochar su cinturón, Gabriel giró nuevamente y le preguntó a Jake:
—¿Sabes algo de tu madre?
Jake hizo una mueca, pero asintió, indicándole a Gabriel que había algo que debía escuchar. Luego de un vistazo a Renato y comprobar sus ojos cerrados y expresión dormida, Gabriel volvió hacia Jake y levantó una ceja como pregunta.
—Mencioné que el Sr. Quattordio se quedaría con nosotros por un tiempo. Mamá dijo que no sería apropiado que un extraño durmiera en la misma casa que su hija, por lo que, um, se quedará con Lorna esta semana. —Jake finalmente acabó con apuro.
La mandíbula de Gabriel se apretó y sus ojos se entrecerraron.
—Ya veo. —No haría ningún bien mostrar su irritación ahora. No era culpa de Jake.
Para su sorpresa, su hijo se apresuró a decir:
—Le dije que no sería inapropiado porque él es gay y hemos pasado tiempo juntos desde hace meses.
Girándose bruscamente, Gabriel notó las mejillas sonrosadas y el aspecto disgustado de Jake.
—Déjame adivinar. Eso no le sentó mejor. —Dijo.
Jake agitó su cabeza, frunciendo el ceño. Gabriel extendió su mano y palmeó la rodilla de su hijo
—No te preocupes. Me ocuparé de ello.
Gabriel se enderezó en su asiento, puso el auto en marcha y se encaminó a casa. Observó repetidamente a Renato, pero el hombre parecía seguir muerto para el mundo. Al llegar a casa, se resistía a despertar a Renato, pero pensó que cargarlo no le haría ningún favor a su hombro. Pasándole sus llaves a Jake, Gabriel dijo:
—Abre la casa por mí. Asegúrate que el camino al cuarto esté limpio.
Jake se quejó. —Ya lo hice esta mañana. —
Pero se apresuró a abrir la puerta del frente. Gabriel rodeó el capó de su sedán y abrió la puerta del pasajero. Gentilmente acarició el muslo de Renato, tratando de no mirar los firmes músculos que amaba tocar y explorar.