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Gabriel podría haber estrangulado a Agustin por haberse aparecido en su puerta. Su pene todavía se contraía cuando pensaba en el dominio que Renato había mostrado.

Normalmente, Renato dejaría que Gabriel tomara la iniciativa

¡Pero el cambio había sido jodidamente caliente!

Como fuera, Gabriel se sentía incómodo en su propia casa. Quería alcanzar a Renato, sostenerlo, besarlo, de la misma forma que lo hacía cuando estaban solos, pero no parecía ser capaz de superar su reticencia con Agustin en la casa. Aun cuando sabía que él estaba al corriente de ellos y no le importaba una mierda.

No pudo estar más agradecido cuando el reloj marcó las ocho y treinta y su compañero decidió que era tiempo de marcharse. Caminando hacia la puerta, Gabriel le deseó que la pasara bien.

Agustin se detuvo en la entrada. Mirándoles, con una gran sonrisa en su rostro, el hombre meneó sus cejas. 

—Se bueno. Asegúrate de hacer todas las cosas que yo no puedo. —Dijo con un guiño.

Gabriel entornó sus ojos y Agustin se fue, riendo mientras partía.

Regresó encontrando a Renato relajado sobre el sofá.

Los brazos del hombre descansaban en el respaldo, sus piernas estiradas hacia delante, cruzadas sobre sus tobillos. Lucía como el epítome de la comodidad masculina, pero las arrugas en sus cejas y la mirada intensa en sus ojos marrones mientras observaba a Gabriel entrar al cuarto, le dijeron lo contrario. Sus palabras lo confirmaron.

—Así que, tu compañero sabía de nosotros. —Dijo suavemente.

El paso de Gabriel vaciló por un segundo, luego continuó caminando hacia adelante, escogiendo sentarse frente a su amante. Era fácil de ver que Renato tenía algo en su mente, y Gabriel no estaba seguro si realmente quería saber qué era.

Asintió. 

—Sí. Me preguntó sobre eso esta tarde en el gimnasio. —Gabriel hizo una mueca y descansó sus antebrazos en sus rodillas—. Supongo que uno de los chicos en el cuerpo está saliendo con la secretaria del colegio. En la oficina se supo que te agregué a la lista de contactos de Jake y Lorna. —Admitió.

Las cejas de Renato se elevaron. —Oh. Bueno, eso no significa nada. Somos vecinos.

Algo en la forma que Renato dijo aquellas palabras hizo que los ojos de Gabriel se entrecerraran.

 —Sí, bueno, los que están en la comisaria tienden a cotillear mucho peor que las viejas.

—Huh. —Gruño Renato. 

Apoyó su cabeza contra el respaldo del sofá y dejó salir un largo suspiro. Mirando a Gabriel por debajo de sus pestañas, preguntó: —Entonces, qué fue exactamente lo que te llevó a decirle acerca de nuestra... —se detuvo y ondeó una mano entre ellos— lo que sea que hay entre nosotros.

Aquello le erizó los pelos a Gabriel. Frunció sus cejas y se enderezó. 

—¿Qué quieres decir con, lo que sea que hay entre nosotros?

Renato no se molestó en moverse, lo que de alguna manera irritó a Gabriel más. ¿Qué sucedía con él? 

—Vamos, Gabi, no es como si hubiéramos hablado de lo que ocurre entre nosotros. Sí, tenemos momentos explosivos, peroqué es lo que estamos haciendo aquí.

—Estamos saliendo. —Espetó Gabriel sin pensar.

Finalmente, Renato se enderezó y enfocó sus entrecerrados ojos en él, lo que probablemente fue peor que su postura anterior. Gabriel luchó contra el deseo de retorcerse bajo el intenso escrutinio de su amante. 

LLEVAME #1Where stories live. Discover now