Padre.

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Ahora Damien llevaba la gabardina a todas partes, aferrada a esa tela como si fuese parte de su piel. No le importaban que le quedase grande o que no fuese necesario usarla dentro de la casa, él la quería. Por supuesto que Jim no dudo en cumplir su capricho, y silenciar a Amelia cuando esta intento intervenir.

Jimmy no había vuelto a su trabajo desde que regresó de su aventura angelical, y con Castiel en la casa, obvio tan siquiera salir de la casa. Por lo que su esposa era la responsable de todo. Ese día, Claire y Amelia fueron de compras, dejando solos al ángel y Jim.

A Cas le gustaban las series, por lo que Jimmy lo dejó viendo una mientras él lavaba platos. Su teléfono sonó, justo enfrente de la mesa de café frente a la televisión. Ante el sonido, el ángel se asomó a la brillante pantalla, leyendo un nombre antes de que Jim lo tomara.

James desapareció subiendo las escaleras, sosteniendo el celular con su hombro y secándose las manos con un trapo. No dijo con quien hablaba pero Castiel no tendría que moverse mucho para escuchar la conversación.

- Lo sé... Te digo que no, no se apareció por aquí. No, tampoco demonios. Si, si, los mantendré informados. Entiendo. Gracias. – Habló rápido, como si esa llamada le incomodara, pero hacia el final, intentaba ser lo más amable posible.

Jim bajó, sonriéndole en cuanto le vio, y guardándose el teléfono en su pantalón.

- Jim, ¿Quién es Dean? – Interrogó en su pura inocencia.

Era el nombre que leyó en la pantalla, pero también le recordaba del granero. Era un nombre familiar, casi palpable. Tendría sentido que Jim lo conociera, ya que supuestamente eran tan cercanos.

- Nadie importante. – Mintió y Damien lo supo.

- Es importante, ¿Por qué?

Entonces el humano recordó que no había forma de mentirle. Puede que lo principal para los Winchester fuese el ángel, y que les importara poco si Jimmy perdía su vida, ya que Castiel era indispensable. Pero, ahora que Cas tenía un nuevo recipiente y que, muy probablemente, su sobrino estuviese muerto ya... ese era un perfecto recipiente. Era seguro que tomarían al ángel y se lo llevarían, prometiéndole a Jim una vida normal... Vida que él no quería.

Tuvo que mentirles a ellos. Alejarlos. Que pensaran que el ángel estaba muerto y así poder tenerlo a su lado para siempre.

- Escucha, Cas. – Pidió, mientras se sentaba a un lado del ser. – Ese tal Dean, solo quiere separarnos. Te llevará lejos de mí, a enfrentar cosas muy peligrosas. Prometí protegerte y es lo que haré.

Quizá la realidad no fuese esa, pero era una verdad para Jimmy, y Cas la leía como sinceridad absoluta.

- ¿Él tiene ojos verdes? – Preguntó.

- ¿Cómo sabes eso, Cassie?

- Recuerdo ojos verdes, solo eso. – Confesó.




Ese domingo, Amelia no aceptaría que se lo saltaran, debían ir a la iglesia. Jimmy tenia la esperanza de que ningún demonio se atreviera a acercarse en un lugar así, pero mantendría bien cerca a Castiel por si acaso.

Las almas allí eran un poco más puras que las que Damien veía siempre, al menos la mayoría. Había cierta paz en el lugar, que se sentía como un perfume conocido. Caminó adentro sin seguir a nadie, persiguiendo sus instintos. La gente saludaba a un hombre en túnica blanca, mientras otros preferían buscar su lugar en las bancas.

Damien caminó sin mirar hacia el altar, parándose a pocos pasos de él. Sus celestes ojos se elevaron hasta la luz que se colaba por los vitrales de colores vivos. Alguien dijo "Dios", pero Castiel no le llamaba así...

- Padre. – Llamó sin pensar.

No tenía una imagen de él, ni lo reconocía en las fotos que le mostraban de su supuesta familia. Su padre estaba lejos, era todo lo que tenía claro.

- Cas, ¿Todo bien? – Interrogó Jim, acomodando la cordata del más bajo.

- ¿Crees que mi padre venga a por mí? – Dijo Damien, sin despegar su mirada de los vitrales.

Jim sonrió hacia la dirección que el ángel observaba.

- Quizá. Esperó que no aún. -

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