Dado que en Inglaterra la revolución industrial tenía indicios, muchas personas buscaban desesperadamente salir de las ciudades grises y siempre llenas de neblina tóxica. Mientras todo el mundo hablaba de los negocios, algunos granjeros ni siquiera tenían idea de lo que significaban algunas palabras. Normalmente las mujeres vivían sumidas en la más terrible aprehensión de hacer lo que se propusiesen. Pero las cosas cambiarían en algunos años, con el reconocimiento igualitario para ambos géneros. Por lo pronto muchas mujeres vivían resignadas a las labores domésticas o el otro camino era convertirse en institutrices, lo anterior si no querían contraer nupcias.
Otoño traía consigo una gran sorpresa para los pueblos, pues la producción comenzaba a favorecerlos con el reinado de Victoria I que había iniciado el 20 de junio de 1837.
Si crees lectora y lector, que preparo una especie de almanaque, te equivocas pues ésta historia se desarrolla en un ambiente tradicionalista, pero no va más allá de fechas y sucesos mencionados de forma efímera. Aunque pido que tus ideas no crean que esto es algo prometedor, puesto que no habrá tanto melodrama, pero no carecerá de elementos románticos, porque en algunos casos las situaciones que rodean a las personas suelen ser más modestas y si bien, la imaginación es un gran instrumento, no siempre la realidad puede ser de igual forma.
Como iba diciendo, en Inglaterra las cosas progresaban, como muchos expertos han opinado a lo largo de la historia. Pero un pueblo conservaba su aspecto cual se tratase de un libro que todavía tiene el forro de la más fina piel. Shaftesbury era uno de esos casos, pues en los alrededores la naturaleza aun reinaba y la iglesia central era el edificio más alto. El pueblo era de los pocos como hasta ahora que está situado en una colina, razón que permite contemplar puestas de sol agradables. Las construcciones eran sencillas, de ladrillos, con tejados que jamás podían rivalizar con los de un palacete (aunque eso es cuestión de gustos), pero ofrecían algo que los otros no podían hacer, calidez y un poco de toque familiar. Los estilos de las ventanas eran neogóticos (en algunos casos), aunque imperaba el estilo georgiano y el medieval. Las casas tenían enormes extensiones de jardín y si no lo eran, podía pensarse que se trataba de un pasaje pequeño que ofrecía discreción por sus tramos llenos de enormes árboles, cuyas copas ofrecían un lugar para guardar secretos. A cada edificio no le faltaba una gran chimenea, que a todas horas traía consigo aromas agradables, ahora de pan, ahora de estofado, entre otras cosas.
Lo más triste del pueblo era el cementerio, pero este tenía un espacio reducido aunque el pasto crecía a raudales y muchas veces cubría las solapas, pero esto no era motivo para olvidar la felicidad que embargaba a la mayoría de personas. Pocos visitantes frecuentaban el lugar, por las condiciones tan retrasadas comparadas a ciudades competentes como Mánchester o Liverpool. Pocas calesas osaban poner sus ruedas en el pavimento empedrado y en las calles reducidas, si no era el carro modesto del vicario anglicano o de alguna familia rica que tuviera cerca su gran mansión. La iglesia era un lugar pequeño y de decoraciones algo más que tristes, aunque el interior resultaba ser frío y poco amable.
Un paraje que resultaba ser pintoresco era Golden Hill, una calle adoquinada que se desmiembra del centro para partir a un punto importante. Aunque curiosamente, el comercio era la actividad que podía dejar una renta considerable para aquellos que tenían un negocio con tradición, desde algunas libras hasta chelines.
En una de aquellas casas se podía ver un terrible tumulto rodeando el pequeño jardín delantero y el umbral de la puerta, como si buscaran algo en especial. Echaban un ojo por la claraboya sin remordimientos y su curiosidad por más que se esforzaban en ver o comprender algo no era satisfecha.
En la casa que no era grande pero a comparación de las otras sí, una mujer cuidaba con ahínco a un viejo que estaba en una silla mecedora dando sus últimos respiros. Ella llevaba un traje oscuro que combinaba con su bonnet de lazos de seda azul marino, anudados cuidadosamente a su barbilla fina. Sus ojos ámbar eran escrutadores, sus rizos negros la hacían atractiva, su boca sonrosada le daba un toque especial y su estatura era muy buena. Su frente mostraba gran inteligencia y dominio de cualquier actividad si es que ella se lo proponía.
Una vez que el hombre misterioso hubo expirado, ella salió con un enorme bastón dispuesta a correr a la multitud, cosa que logró sin el menor esfuerzo que implica amenazar. A quien me refiero era a Emily, y sí, era nueva en aquel poblado apartado de Londres. Los motivos no sobraban para que las personas quisieran saber qué hacía esa mujer allí, pues nunca habían visto a mujer más bonita, aunque tampoco habían visto a persona más reservada que ella.
Terminada la escena, ella corrió por un pastor anglicano y por lo necesario para el funeral, al que asistieron muy pocas personas. En el panteón del pueblo no había más que conocidos y Emily. ¿Pero, ella qué estaba haciendo allí? Eso será un misterio que mantendrá viva la bujía que es el sentido de la historia.
Caminó hacia la casa donde se hospedaba, acompañada de una sombrilla pequeña y paseaba con decoro y propiedad, sin dar miradas atrevidas ni mostrar coqueterías con hombres de las tabernas. Era muy seria y también conservaba las formas, teniendo un comportamiento intachable, algo infundido por su madre y he aquí los frutos de una buena educación.
Se internó en la casa y nadie osó molestarla al querer tocar la puerta para ofrecerle compasión fingida, pues lo que les interesaba era conocer el motivo de su llegada, aunque irían descubriéndolo poco a poco, primero trabando una amistad menor y finalmente ganando su confianza para que contase su historia. Los hombres lo contarían en tiendas, con albañiles y en cantinas, mientras que las mujeres pasarían sus secretos por medio de conversaciones desinteresadas y normales, después en el mercado y finalmente todo el lugar sabría de tal mujer.
Mrs. Brown tocó con la aldaba y Emily le abrió, pero su mirada era tan severa, que en minutos una persona podía retractarse de su objetivo.
—Buena tarde señorita...— Mrs. Brown hizo esa pausa para que Emily le dijera su nombre.
—Buen tarde —Emily quería darse a conocer lo menos posible para que su nombre no corriera en boca de todos, motivo que la indujo a tener cautela como en este caso, que evadió a propósito aquella insinuación.
—¿Cómo ha estado? Soy la señora Brown.
—Mucho gusto. Me encuentro muy bien.
—Qué mujer tan antipática—pensó la señora Brown- si no fuera por la curiosidad, la maldeciría de la misma forma en que hubiere hecho Isaac si descubría la traición de Jacob.
—¿Gusta pasar a tomar un té?— preguntó Emily sinceramente, quien desconocía las ideas malévolas de la mujer chismosa.
—No gracias, pues se me hace tarde para la reunión que hay en la iglesia anglicana— afirmó la invitada.
Se hizo un silencio sepulcral entre las dos y Emily se iba a despedir cuando la señora la interceptó con la siguiente pregunta.
—¿Piensa asistir a la iglesia?
—Quizás, si no es que me he marchado.
—Con su permiso me retiro.
Emily cerró la puerta como si nada, dejando a la señora consternada por su actitud tan tosca, pero nuestra protagonista intuyó el comportamiento de la señora, razón que la hizo mostrarse fría como solía serlo, pero en esta ocasión con una frialdad más marcada de lo común.
Las mujeres que estaban al servicio estaban perplejas por la presencia de la señorita, pero sus intenciones no eran malas, todo lo contrario, buscaban ayudarla. Ellas eran anglicanas y Emily metodista, pero no podía decirlo, puesto que entre ambas religiones en su momento hubo ciertas discrepancias, aunque no todos eran tan intolerantes y la muchacha lo sabía perfectamente, sin embargo en este mundo nunca faltan los malos juicios y tampoco faltan personas desagradables.
Emily veía a través del alféizar el hermoso paisaje que se extendía frente a sus ojos, incluso parte del valle podía contemplarse, pareciendo todo ello como una obra de arte realizada en acrílico.
Una vez se vio completamente sola, dio rienda suelta a sus pensamientos e inclusive hablaba sola para solucionar sus problemas. De repente, la tarde fría y las precipitaciones que azotaban el pueblo la hicieron bajar a la sala por el calor de la chimenea y poco después se retiró a dormir, única salida que veía a un día contradictorio.
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Emily
Historical Fiction1840 se presenta de cualquier forma en el pueblo de Shaftesbury, Inglaterra. Pero pronto las cosas cambiarán en la población con la llegada de Emily, muchacha poco alegre que pretende buscar paz, pues la monotonía de la ciudad la tiene sumida en la...