Capítulo 3 De cómo se las ingenia una mujer solitaria

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Emily estaba totalmente consternada por las notas que había encontrado del hombre que no tenía muchos días de haber fallecido. No había pruebas que acreditaran lo que buscaba. Es verdad que pensó en consultar con un abogado tal situación tan incómoda, parecida a un robo o algo así, donde sólo la ley podía intervenir a su favor.

Mientras tanto, la población no concebía cómo es que una muchacha de ese tipo osara desafiar las normas de etiqueta como para evitar vestir el luto. Mrs. Brown no fue la única que habló mal de ella al día siguiente, hasta algunos niños decían que sus facultades mentales dudosamente estaban en orden, pues la vieron hablar sola, aunque se esforzaban en buscar a alguna acompañante no encontraron a nadie y por ello atribuyeron tal característica a Emily.

—Se dice que ella ha secuestrado a miles de personas y que su relación con el viejo Jones era la de una amante que busca el reconocimiento de un hijo bastardo—eso decían en la mayoría de los lugares, pues Mrs. Brown buscó obstinadamente miles de ideas para atribuir a muchacha tan seria.

Lo más extraño del asunto es que ella no haya derramado unas cuantas lágrimas ante la partida del señor Jones, cosa poco común en aquella época, aunque preveían que quizá podía tener ciertos problemas de los cuales el viejo fue el causante, razón que la hizo estar inalterable como una piedra el día del dichoso funeral.

En la tarde, cuando la señorita Emily salía en busca de papel para enviar más cartas, una mujer terriblemente religiosa la abordó.

—Ramera, eso es lo que eres.

Emily siguió silenciosamente su paseo, puesto que  su corazón era tan noble a comparación de su aspecto que temía hacer daño alguno, pero no era bueno cansarla porque su enojo era el peor que podían haber visto en todo el condado, si no es que en Londres había personas más turbulentas.

—¿Vas a dar la espalda por ser lo que te dije?—insistió la señora.

—Sus palabras me tienen sin cuidado—el tono fue tan arrogante que dejó pasmada a la mujer, que bien tenía merecido algo más por semejante insulto a una mujer cuyos principios eran inviolables y totalmente correctos.

Siguió su camino sin más preocupaciones que las de salvar los minutos perdidos redactando la más elegante epístola a su abogado para consultarlo. 

Sus expectativas de lo que podía realizar en aquella noche se vieron defraudadas, pues el sueño hizo de las suyas, ya que se quedó inerte en el escritorio donde tomaba la pluma con ayuda de un tintero plateado que tenía figuras de algunos ángeles, talladas cuidadosamente y retocadas en capas finas de plata.

Por fin despertó gracias a los rayos de luz que penetraban a través de las pantallas de vidrio que había en el lugar. Lo primero que hizo, después de haber dado gracias a Dios, fue tomar la pluma firmemente y escribir unas líneas, mientras en otro librito ponía los acontecimientos ocurridos a lo largo del día anterior.

Bajó como de costumbre para tomar el desayuno y prosiguió con sus labores, algunas veces tomaba su bordado con chaquiras, un magnifico paisaje que estaba a punto de terminarse. Era una iglesia en un pueblo con su punta azul y la bóveda del mismo tono, algunas casas con tejado rojizo y el camino empedrado, mientras se alzaban unas nubes blancas con tintes grisáceos. Era una artista para ese tipo de bordados, aunque aborrecía la labor de tejer y coser muchas cosas, sintiendo un poco de irritación de las actividades a las que se encontraba restringida al igual que muchas otras.

—¿Qué me esperará hoy?—se preguntaba mientras tomaba el desayuno, pues para ella a cualquier persona debía ocurrirle algo fuera de lo cotidiano a lo largo del día, de lo contrario no habrá un estimulo que reclame para seguir viviendo.

—Se me ha ocurrido que puedo ir a la papelería y vagar por el bosque pequeño, además no habrá nadie por allá, sobre todo estaré completamente sola como en otras ocasiones, sólo que he encontrado un lugar menos concurrido—ella había descubierto un rincón donde sólo las aves entonaban su más dulce canto, lejos de cualquier intruso. Se internó en aquel lugar gracias a que el pastoreo la indujo, pues desde que la vieron hablando sola se sintió invadida en su privacidad.

Salió hacia la papelería, donde un hombre entrado en años, con barba grisácea y ojos escrutadores le preguntó:

—¿Es verdad que sale sin que tenga compañía?

—Es verdad—respondió firmemente nuestra heroína.

—Creo que debe quedarse en su casa a iniciarse en lo que le conviene a la mujer.

—Lo que me conviene es salir a caminar, de lo contrario no le daría uso a mis piernas ni a mis pies ¿No cree que sería un desperdicio tenerlos y no usarlos?

El viejo se quedó boquiabierto ante tal contestación que excedía los límites de aquella época, sólo que Emily vivía sin que las opiniones de los demás afectasen la magia de sus planes. No era ajena a las normas de conducta y regímenes estrictos, pero ella prefería guiarse por lo que la hiciera feliz.

—Muchacha insensata—fue la ocurrencia del señor, aunque esta no tenía fundamentos para que se aventurara a decir cosas semejantes.

Cuando Emily salió al haber comprado papel y otras cosas como tinta y lápices, fue al bosque como se había prometido. La neblina era un buen augurio para ella, incluso se internó tanto que pudo sentir el aroma de los abetos, ni siquiera el viento era una molestia en ese momento. El crepúsculo la sorprendió y miró su entorno, maravillada por tanta belleza concentrada en un solo lugar.

A su mente llegaron palabras que aunque escasas, parecían versos y los dijo para sí misma en un susurro:

                                            Mi corazón se complace por contemplar esto,

                                                     pues si la vida es ver la naturaleza,

                                                      entonces vivir es el mayor placer

                                                  que cualquier hombre debe conocer.

Vio que era tarde y caminó a paso veloz, hasta llegar a la entrada del pueblo cuando los faroles se encendían poco a poco, debido a presencias poco agradables en aquellos campos por las noches. Era bien sabido que en algunos casos había ladrones o novios que buscaban un beso a escondidas de sus parientes.

Llegó al momento de la cena, cuando se ponían vajilla, cucharas, tenedores y todo lo necesario para degustar lo que fuese servido. Un buen fuego reposaba en la chimenea, produciendo una especie de encanto como si fuera su casa, algo que no sentía por tanto tiempo, aunque estaba resuelta a no permitirse una debilidad que le impidiese seguir su camino.


EmilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora