Capítulo 16 El huracán toma fuerza

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Ahora que la lectora y el lector conocen este secreto del que les había hablado unos capítulos atrás, pueden juzgar la desesperación a la que estuvo condenada Emily por ser incapaz de amar, debido a la razón de un mundo lleno de recelos. Nadie podría saber lo que sintió tal muchacha, a menos que hayan vivido la dramática situación de callar los sentimientos y ocultarlos por mucho tiempo, hasta que se hayan escapado como una ave que ve abierta la jaula y al menor momento echa a volar y es libre, o la sensatez fue mayor que la pasión y las emociones se mantuvieron resguardadas y en desconocimiento perfecto de los demás. Pero no quiero describir todos los sinsabores que pasó Emily durante su infancia y parte de su juventud, por carecer de un padre que le tendiera la mano y le sirviese de guía, pero las personas siempre la incomodaban al recordarle su situación. 

Ahora que el vicario conocía sus sentimientos y él mismo le había abierto su corazón, ya no sentía que los demás importaran, a excepción de la familia Watkins y de Mrs. Catherine, quien siempre la había tratado cariñosamente. Ya no sentía esa soledad espantosa, parecida a un castillo sombrío en un valle oscuro y donde habitaran pensamientos desalentadores. Por el contrario, ese valle veía la luz del sol, que separaba las nubes negras y a través de un rincón hacía que la iluminación aumentara de poco en poco, hasta que el día triunfaba sobre la tormenta. 

El vicario regresó a Shaftesbury, pero no por mucho tiempo, porque la situación sería diferente. Mientras tanto, le prometió a Emily que dentro de un mes fuera a reunirse con él, quien la recibiría no como suele hacerlo la corte con sus soberanos, pero sí de forma cálida y sincera. 

Pasó el mes y Emily se hizo de algunos compradores que supieron apreciar sus obras, entre ellas la reproducción de Lycidas, que logró ser muy cotizada con cantidades que llegaron a ser fantásticas. Con el dinero reunido y con los ahorros, pudo ir a Shaftesbury, donde encontró la casa de John con más luz y hasta el pasto se tomó la molestia de recibirla, pues cuando ella descendió, sintió que una leve brisa hacía bailar la vegetación y le refrescó las piernas.

John la esperaba en el pórtico y ambos se abrazaron como los enamorados que eran y ella, por primera vez en su vida, soltó lágrimas de felicidad. Entraron y vieron que todo era diferente porque parecía mejor de lo que realmente era, hasta algunas paredes desnudas, para ellos pasaban como si hubieran sido restauradas y bañadas en oro. 

Los vecinos no estaban al tanto de lo sucedido, pero cuando vieron una calesa ajena, entonces se preguntaron sobre la identidad del viajante y fueron a descubrir por sí mismos de quién se trataba.  Al ver la figura de Emily desde lejos, entonces su furia renació y las llamas del recelo enardecieron su cólera. Entre todos no había tema que no se tratara, sino de la llegada de Emily.

—Mrs. Brown ¿Ya escuchó lo que sucedió?—le preguntó Mrs. Murray, mientras estaban en su habitual reunión para "discutir temas que incumbían al pueblo", pero en este momento la incumbencia recaía en el juego de cartas, que por cierto se volvió tenso con la estrategia de Mrs. Brown.

—Por Dios que no. Cuénteme ¿De qué se trata?

—¿Recuerda a la muchacha que recibió el trato de hija que usted le hizo, como si fuera tal cosa?

—¿La de ojos claros y rostro serio?

—Sí.

Aquí ambas mujeres se detuvieron, porque con las exageraciones de Mrs. Brown el ambiente había tomado otro camino, ya que dijo sentir un fuerte dolor de cabeza que la incapacitaba para poder pensar y después sintió desvanecerse, por lo cual tuvieron que llamar a su dama de compañía para que le echara sales. 

Una vez que el rostro no advertía angustia, ambas hablaron en términos bastante serios.

—¿Qué vamos a hacer?

EmilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora