Una vez que Emily estuvo asegurada, llegando a casa del vicario, no hubo nada que temer. Mrs. Catherine había hecho bien en comunicar los planes del pueblo contra Emily. Las sirvientas de la heroína temían que hasta ellas mismas fuesen parte de tales improperios de la población, pero no se sabía de su paradero, así que las preocupaciones no tuvieron fundamentos lógicos.
Pronto, cuando Emily despertó, abrió los ojos con mucha calma y se encontró con otra habitación. No recordaba que estaba alojada en la rectoría de St. James. Su habitación, aunque de poco atractivo, era agradable. Permíteme guiarte a través de este espacio. Lo primero era una puerta un poco gastada, con el relieve de un cordero y un libro abierto de par en par, del que salían rayos, como si lo que contenía fuese impresionante. Al entrar, se veían paredes empapeladas en trazos sencillos pero elegantes y hasta un poco masculinos, aunque eran flores doradas sostenidas en un ramillete rojo con un listón púrpura. La habitación tenía una chimenea bastante pequeña que resultaba una insignificancia, comparada con la de grandes salones. El techo era de composición sencilla, aunque se pensaría que podría tener frescos con ángeles y guardianes que se asomaban de las nubes para vigilar al habitante. Las lámparas del lugar eran realmente pocas, sobre todo eran cinco, pero se tenía un candelabro en una mesa sencilla de roble, tallado con esa sensibilidad que presentan los artistas que ponen una pizca de pasión en todo lo que hacen, hasta en lo que podría resultar sencillo.
¿Creíste que esa habitación estaría desprovista de adornos como cuadros? No te precipites, porque hay dos cosas de menor tamaño, pero enmarcadas finamente y con bordes dorados. Un marco de ellos tenía en la parte central superior tres ángeles posados y a los lados el rostro de mujeres, quizás musas grecorromanas que podrían representar a damas bellas de la gran sociedad, como a Campaspe u Olimpia. Pero, ese adorno contenía una verdadera obra maestra. Se trataba de un dibujo hecho a lápiz por el propio vicario. Era un paisaje de montañas cercanas y lejanas, cubiertas por los rayos del sol y un cielo despejado que daba buena impresión a un canal que desembocaba muy lejos, quizá por donde el Sol conoce la agonía cuando el rosa y el amarillo dan efectos magníficos y ¿por qué no? también románticos. En el cuerpo de agua había una pequeña barca donde estaban dos personas y cerca había una orilla donde se levantaba un árbol anciano, quizás de los primeros en toda la tierra, dado el grosor del tronco y por su gran tamaño.
El otro cuadro, que tenía un marco de madera barnizada, contenía un grabado de un muchacho que estaba inclinado y se apoyaba en su brazo izquierdo que estaba flexionado. Su apoyo era una roca y tenía por indumentaria una túnica negra, siendo único adorno su cabello con rizos rubios, donde descansaba su mano izquierda. Su cuerpo estaba extendido y el trazo de sus extremidades no podía ser mejor. A su lado yacía una oveja y su derecha estaba un cayado sencillo. La expresión del muchacho era de una angustia interminable que sólo tiene por recompensa las lágrimas del sufrimiento cuando el alba cae, como el fondo del grabado mostraba. Parecía que el personaje estaba en medio del abandono, perdido en los bosques de la incertidumbre y golpeado constantemente por el paso de las desgracias, que se presentaban en forma de huracán. Claro que, Lycidas constituía un gran ejemplo del sufrimiento y también era un gran cuadro que tenía un fuerte sentimentalismo, impreso en el rostro del desdichado personaje del poema homónimo, pero la presencia de tal obra alegró a Emily, pues comprobó que los gustos del vicario no eran malos, de lo contrario, estaban cultivados con una buena educación, independientemente de su carrera como teólogo, como suponía Emily, pues era el único medio para ordenarse y tener a su cargo una rectoría tan preciosa.
Se levantó poco a poco y cambió sus ropas ligeras, parecidas a las de una mujer romana, para ponerse un vestido de algodón, con un bello cuello de satén rosa y la chaqueta tenía partes de ese mismo color con algunos listones de raso azul celeste. La falda estaba bordada en los mismos materiales y los mismos colores, sólo que aparentaba volumen, por la crinolina, que era pequeña, no como las de los trajes nocturnos destinados para fiestas.
Cuando estuvo lista, sus pasos se escucharon en el comedor, donde el vicario ya la esperaba. John, al verla con ese dejo pensativo y con ese aire resplandeciente, se sonrojó un poco, pero Emily creyó que se trataba de una pequeña fiebre.
—Debe ser eso—respondió el vicario, dada la sugerencia amable de Emily.
John era un muchacho muy serio y rara vez había sentido lo que llaman afecto, por alguien que no estuviese en su círculo social (casi nulo, por no decir que era vacío como un desierto) más próximo, pero en este caso sintió una leve atracción por la heroína.
Cuando acabaron de desayunar, entonces Emily preguntó muy seria.
—¿Sabe qué sucedió con el proyecto que tenían anoche? Le ruego que me diga todo cuanto esté en sus manos, no quisiera verme privada de una información así y por lo tanto, verme cautiva de la ansiedad.
—Sé que debió suceder algo un poco grave, pero mi información es tan nula como la suya. Precisamente, me dispongo a enviar a una de mis sirvientas para que traiga noticias.
—No sabe cuán agradecida estoy con usted, por haberme ayudado y ser un amigo en momentos difíciles.
—Es más que un placer, cuando uno sabe que ha hecho bien y es doblemente placentero cuando no se cobra el favor, sino que las acciones nacen por solidaridad.
—Veo que es un buen amante de la literatura—especuló Emily, al no encontrar otro motivo para entablar conversación.
—Claro, sobre todo de un buen libro, que tiene una redacción estupenda y me hace sentir las mismas emociones que sienten los personajes. De lo contrario, lo catalogaría como simple.
—Vi en uno de los estantes que tiene un libro de Charlotte Lennox y le ruego con la mayor de las humildades que me lo preste. En dos días se lo entregaré.
—Claro, no será molestia.
Después de un corto silencio, Emily volvió a preguntar.
—¿Era su cuarto, cierto?
—Solía usarlo en contadas ocasiones, pero más que nada, lo decoré para que no estuviera vacío y me recordara lo solitaria que es mi vida.
—¿Alguna vez tuvo un amigo muy entrañable?
El vicario vio que Emily era una mujer discreta y no tuvo problemas en contarle un poco sobre su vida.
—Tuve un amigo muy entrañable, antes de entrar al seminario, entonces un día estábamos conversando y pensé que lo volvería a ver, pero a los pocos días supe que se había mudado y desde ese entonces, no sé nada de él ¿Usted ha tenido algún amigo?
—Conocidos, pero no he tenido una mínima prueba de lo que es contar con un amigo, así que estoy perfectamente enajenada de ello.
—Veo que usted tiene una angustia muy marcada y aunque es segura, algunas veces vacila por tal razón. Veo que tiene un espíritu que quisiera salir de esa prisión llamada cuerpo, pero algo no lo permite—dijo el vicario con palabras dulces y con un tono muy amigable.
—No es nada, se lo aseguro.
Una vez que terminaron de vaciar sus respectivas tazas de café, el vicario escribía el sermón que siempre debía decir los domingos y también tenía que aprendérselo. Emily insistió en ayudar, pero le dijeron que pasara el día haciendo labores en su nuevo cuarto.
Mientras esperaba que las noticias llegasen, derramó lágrimas en total silencio. No por lo que sucedía, sino porque se veía sola, sin amigos y sin parientes, sin una residencia permanente, sin alguien a quien le importara si moría, sin alguien a quien poder contarle sus problemas, como si estuviera en un hoyo, donde se ve una tenue luz que prolonga más la terrible prueba y hace más cruel el trance, dando esperanzas a algo que no las tenía. Sus lágrimas fueron de amargura y sin embargo, logró contenerse y siguió con su tarea, que era copiar el grabado de Lycidas, pero en acuarela.
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Emily
Historical Fiction1840 se presenta de cualquier forma en el pueblo de Shaftesbury, Inglaterra. Pero pronto las cosas cambiarán en la población con la llegada de Emily, muchacha poco alegre que pretende buscar paz, pues la monotonía de la ciudad la tiene sumida en la...