Emily veía aquel campo con tanto agrado. Aquella iglesia, a su parecer anglicana como lo era común en todo el país, tenía algo de especial.
—Un poco de gótico con romántico, me parece perfecto. El aspecto es como el de las novelas de Jane Austen—pensó la muchacha al bajar del transporte y ver una gran torre, defendida por cuatro puntas, una a cada lado, mientras vidrieras y puertas eran del más puro estilo gótico.
Los árboles cuidaban celosamente tan bello complejo, como si fuera el mayor tesoro que había en Shaftesbury.
La iglesia era gris, pero no de un tinte triste, al contrario, ese tono le favorecía solemnemente, pues hasta los rayos de sol le prodigaban más encanto. El tejado rojo y las pocas casas a sus lados hicieron de tal lugar un patrimonio intangible para la heroína.
—¿Qué esperamos para entrar?—preguntó la acompañante de Emily.
—Pero señora—Emily mostró alteración en sus sentidos—no estoy acostumbrada a estar rodeada de tantas personas.
—Tranquila, pequeña—Mrs. Catherine era una mujer muy cariñosa, por lo que resta mencionar el motivo que la indujo a llamarle de esa forma a la protagonista— el rector está oficiando el sermón, pero no hay muchos congregantes como uno cree.
Emily se sintió avergonzada de haber mostrado una actitud tan poco sensata ante la idea de estar rodeada de personas completamente desconocidas para ella, pues no tenía buenas experiencias con los que le presentaban. No es que fuera tímida, pero prefería tener un amigo o amiga (en dado caso de que lo primero no resultara) y ocupar su tiempo para leer o dibujar o bien, meditar en un bello campo.
Dicho y hecho, entraron y la mayoría de las bancas estaban vacías, lo que hizo que los nervios de Emily cesaran a una tranquilidad indescriptible.
Eran grandes ventanales y con vitrales inmensamente bellos, sin duda la imaginación de Emily desbordaba en historias con amores imposibles, terribles engaños, noches sin Luna, días de lluvia, arrepentimiento, lágrimas, perdón, sensibilidad, sensatez y otras cosas que incluso a la lectora y al lector les pueden agradar.
Ella sabía que no era lugar ni momento adecuado para dejar volar su imaginación, por lo que puso cuidado en poner atención a lo que debía decir el vicario. Al principio imaginó un señor entrado en años, con pésimo carácter y sobre todo muy religioso, del tipo en que debía asistir todos los días a la iglesia.
Sus perspectivas se vieron defraudadas en ese sentido, pero fue mejor la realidad, pues era un joven alto, con cabello castaño, ojos grandes y oscuros, patillas, piel apiñonada, mirada alegre y compasiva. Emily pensó que era bien parecido, pero éste no hizo efecto en sus sentimientos más que un afecto desconocido. La muchacha no sentía más que algo agradable de estar frente a él.
El rector, al termino de toda la acostumbrada enseñanza, despejó el lugar, siendo Emily y la señora las últimas en irse. Sin embargo, el joven se acercó a la muchacha, sintiendo nervios, pero logró hacerse de su espíritu.
—No la había visto por estos lugares—agregó el joven vicario llamado William John, pero será más conocido por su segundo nombre.
—Es la primera vez que vengo a St. James, no soy anglicana.
—Entonces ¿es metodista, luterana o católica?
—Metodista.
—No importa, nos honra con su visita, además esta congregación es de tipo protestante, por lo que no le será difícil encontrar semejanzas con su iglesia. ¿Cuál es su nombre?
—Emily.
El vicario pensó detenidamente en el nombre, como si tratara de recordar algo que había escuchado, quizá un rumor.
—Ya la recuerdo...¿No es usted quien vive sola?
—Sí—ante esta pregunta, Emily sintió desencanto y creyó que se atrevería a enjuiciarla, como muchas personas lo hacían. No hay nada más divertido que ver como una persona religiosa quiere manipular la obra redentora, haciéndola parecer odiosa, cuando es como miel para el paladar.
—Me gustaría conversar con usted, puesto que no se puede juzgar a una persona hasta conocerla por entero, ¿no cree usted lo mismo?
—Sí—Emily contestó acompañando su respuesta con una inclinación de cabeza.
—¿Qué le parece si un día de estos viene?—en los ojos de John se veía un halo de esperanza, dando por seguro que su proposición no se vería defraudada.
—Estaré aquí tan pronto como pueda, aunque mi estancia será bastante corta, pues sólo he venido para deshacerme de mi mala salud, ya que Londres me sume en la mayor de las desgracias por su cielo opaco.
—Entonces, hasta ese momento.
Emily vio con agrado trabar amistad con el muchacho, aunque no tenía buenas experiencias ni siquiera con su propia iglesia, por lo que con la misma rapidez que albergó esa ilusión, también con esa rapidez la sofocó. Mrs. Catherine la acompañó hasta su casa, en la misma berlina. Mientras conversaban amenamente, aunque el conductor tenía fama de ir a velocidad razonable para no ser molestia para su caballo, el tiempo se pasó en un abrir y cerrar de ojos.
Emily y la señora se despidieron tan afectuosamente, logrando que el mundo las viese con insistencia. Mientras Emily, con su reserva habitual, se encontraba a unos pasos de su estancia, sintió las miradas cargadas de odio y en cierto modo envidia, pues era bonita (cosa que ella no creía importante) y daba grandes muestras de inteligencia a través de sus ojos. Comprendió que su permanencia en Shaftesbury debía ser lo más breve posible. Ya habría tiempo para visitar a sus conocidos, pues cuando se llega al punto de que se transmite odio, entonces lo más conveniente es alejarse.
A pesar de eso, Emily no perdió la oportunidad de ser optimista y recordó todo el paseo, presentándosele como si fuese uno de los mejores momentos que había tenido desde su llegada.
Como epílogo de toda la jornada obtuvo una taza de té en un servicio de porcelana china, con jamón frito, pan y queso, acompañados de una ración de mantequilla, que era bastante tentadora.
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Emily
Historical Fiction1840 se presenta de cualquier forma en el pueblo de Shaftesbury, Inglaterra. Pero pronto las cosas cambiarán en la población con la llegada de Emily, muchacha poco alegre que pretende buscar paz, pues la monotonía de la ciudad la tiene sumida en la...