Capítulo 8 El vicario y Mrs. Catherine

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Ya saben lo que planeaban las personas que odiaban a Emily. Ahora es momento de introducirnos al refugio de Emily, pues como han visto, desgraciadamente no podría llamársele hogar.  La tarde en que llegaron los conocidos de Emily, era propicia, sobre todo porque era la hora del té. Emily tocó la campana para que acudieran en su ayuda las dos mujeres de servicio y ella también pondría la mesa, en lo que ellas servían con precaución las tazas con esa infusión color ocre claro. 

Cuando todo estuvo dispuesto, Emily encendió cuidadosamente una lámpara que estaba al centro de la pequeña mesa y después avivó las llamas del fuego que resplandecían en toda la habitación y daban un toque más cálido. Curiosamente, el día no fue favorable, pues otoño no era tan benigno con los habitantes, pero puedo asegurar que daba tonos agradables al paisaje, pues con la caída de nieve, los campos se convertían en alfombras de cuarzo, que con unos rayos de Sol, deslumbraban como estrellas, pero a la luz de la Luna, la belleza de los valles se concentraba más, creando un encanto inigualable. Al atardecer, la nieve se veía azul violeta, compitiendo dignamente con la lavanda. La lavanda suele ser una de las plantas más bellas, además su aroma penetra hasta la médula ósea y doy fe de que ver cómo el viento sopla en la lavanda, con el fondo de una tarde que muere en colores calientes, constituye uno de los mejores espectáculos que el ojo humano puede contemplar.

Volviendo a la novela, Emily ya estaba sentada, no sin antes contemplar con satisfacción la cara de sus invitados. Ella sustituyó al ama de llaves en la tarea de poner agua en las pequeñas tazas de cada uno de ellos.  Cuando vio terminada su labor, finalmente tomó asiento con descanso y también pensaba en qué decir a sus invitados, pues no estaba acostumbrada a dialogar mucho, así que lo primero que se le ocurrió fue lo siguiente y lo dijo:

—Agradezco la molestia que se han tomado, ya que vinieron a verme sin pretensiones.

—Como todos dijeron que ayer no la vieron, entonces le comuniqué al vicario que debíamos visitarla, quizás porque tenía problemas y podía requerir de nuestra ayuda—contestó Mrs. Caherine.

Todos guardaron silencio al ver que venían bocadillos, algunos dulces y otros salados, como rebanadas de pastel, panes con queso, jamón y galletas. Cada uno tomó lo primero que le llamó la atención. No pasaré por alto la elección de ellos, por lo que diré que inicialmente Emily probó una rebanada de pastel y un bocado salado, el vicario tomó tres galletas que tenían el centro de mermelada de cereza, glaseadas cuidadosamente y Mrs. Catherine tomó una rebanada de pastel con una galleta.  

Masticaban lentamente y sin decir palabra, hasta que cada uno terminó su ración, es decir, después de que pasaran veinte minutos. 

—Nos gustaría llevar una amistad estrecha con usted, señorita. Por eso, sólo si usted nos lo autoriza, nos gustaría poder asistir a esta casa y conversar a menudo en las tardes.

—A mi también me agrada esa idea y francamente, me gusta su compañía, no me parece una carga.

—Celebro su opinión, querida, incluso ya sabe mi nombre, por lo que le daré la dirección donde vivo.

Mrs. Catherine dio su dirección a pulmón abierto y Emily pudo recordarlo, pues toda su atención se centró en no olvidar la dirección, incluso la anotó en un pequeño trozo de papel, que tuvo por destino su monedero, que era un compañero fiel.

—¿Cómo han sido sus primeros días aquí?—el vicario la veía con ojos penetrantes, por lo que Emily bajó la mirada, casi vehementemente.

—No han sido muy acogedores, aunque pensaba que pronto regresaría a Londres, tengo que esperar al menos unos días más, para la resolución de un asunto—aquí Emily cometió un error, pues no pensaba darles indicios para preguntar el motivo que la obligaban a estar allí.

EmilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora