El tan ansiado día ya había llegado. Emily, que arregló su vestido y encontró, para su enorme alivio, el brazalete, pudo seguir con sus actividades casuales, sin pensar en el baile, hasta unas cuantas horas antes, que empezó a cambiarse y a peinarse.
La hora llegó más pronto de lo que se suponía, pero con anticipación, Emily rentó una berlina para que la llevase y la esperase un poco, pues no quería estar bastante tiempo en un lugar donde se sentía incómoda.
Poco a poco, ya a bordo del carruaje, se empezó a dibujar a lo lejos la casa de los Watkins. Su jardín no era grande pero tampoco era despreciable y las amistades que habían sido invitadas no eran del mayor rango, pues hasta en eso existía esa absurda distinción. La heroína tuvo que descender allí y caminó unos pasos más. La parte que más odiaba era la de ser anunciada, pero no pudo evadir ello, así que con voz resignada dijo su nombre.
Cuando entró, parecía que el salón se había convertido en un paisaje hermoso, con frescos bastante discretos en el techo, pintados con las tintas más frescas y con una cuidadosa mano. Eran jardines que tenían jarrones, parecidos a los de China, con ramos de flores a rebozar, como lavanda, rosas que en sus pétalos contenían unas lágrimas a consecuencia del rocío, hojas vistosas, helechos que transmitían frescura y tulipanes que parecían tener forma de una corona.
Lo que más agradó a Emily, aparte de la estancia, que tenía a su cobijo bellas piezas de arte, fue que al entrar todavía no iniciaba el baile, por lo tanto el aire aún no estaba abrumado.
Su porte resaltaba más con su vestido rojo con un escote insignificante, en la parte de enfrente dejaba ver tirabuzones brillantes para que el resto de la cabellera fuera recogida con un prendedor muy discreto, pero dorado. Su brazalete lucía mejor de lo habitual y sus ojos daban un toque perfecto al conjunto.
Mientras tanto, ya había dado comienzo el primer baile. El vals fue tan suave y tan dulce, haciendo irremediable la unión entre parejas. Hasta tal punto fue agradable esa escena, pues los ángeles que estaban en las molduras de las enormes entradas hacían de la estancia un lugar más dulce y romántico.
Para sorpresa de Emily, que creía que en menos de quince minutos se quedaría, todo cambió, porque un joven se acercó a ella. Al principio no lo reconoció, pero al darse cuenta, el color se le subió a las mejillas, pues el aspecto de John, en un traje más formal y con el cabello peinado a un lado, le pareció más apuesto de lo habitual.
Aunque Emily sintió complacencia, también se arrepintió de haber ido, reprochándose el haber olvidado que el vicario era conocido de Watkins, y por sentido común, debía ir al baile, sino es que mucho tiempo, como ella temía.
Pero, a pesar de su malestar, decidió quedarse, después de todo, tenía semanas que ese rostro no se le aparecía.
—¿Usted sabe bailar?—le preguntó Emily, quien presa del nerviosismo, había olvidado preguntarle por cortesía sobre su salud y sobre muchas cosas.
—Nunca he presumido de ser bueno, pero si usted no es buena, también me sentiría consolado.
—Parece que en este punto no lo he defraudado, porque, efectivamente, no soy buena bailando.
Cuando hubieron de transcurrir unos minutos sin que ninguno de los dos dijera nada, el vicario habló.
—Pero, a pesar de nuestra incapacidad, ¿no le gustaría bailar? Recuerde que debemos aprovechar esta velada.
—Está bien, sólo si me promete que será una pieza.
Ya se habían puesto en posición, cuando del piano saltaban una notas muy alegres y angelicales, igual que del violín, que en ese momento se convirtieron en buenos compañeros.
Bailaban como las personas catalogarían, de forma normal, aunque ellos no eran aficionados al baile, pero entre su educación básica siempre estuvo, entre las disciplinas artísticas, la danza.
—¿Usted aquí? Me parece extraño—habló John cuando estaban en movimiento.
—A mi me parece más raro ver a un vicario aquí—repuso Emily con un tono dulce.
—Bueno, es que nunca había visto a otros, pero le aseguro que algunos llegan a extremos y yo sólo quería bailar.
—Parece tener razón, aunque mi presencia tampoco es totalmente extraña.
—Me parece muy bella en esta noche.
En ese momento, el sonido de los instrumentos y los pasos del baile llegaban a su clímax. De ello se dieron cuenta los dos, porque dejaron de hablar y cada uno siguió bailando. Emily vio a su pareja y hasta para ella, parecía que los candiles desprendían brillos mágicos y que cada vela alumbraba más que de costumbre. Las paredes golpeaban con destellos y los cuadros neoclásicos daban un aspecto más cómodo, romántico y natural al lugar.
El vicario también sintió algo parecido pero a su modo, porque hasta para él, la luz de la luna daba un esplendor inusual, no sólo en los campos o en flores majestuosas como los brezo, sino también en el salón.
Los instrumentos hicieron que sus sonidos desparecieran en el aire y así, el más bello baile para Emily despareció, pero no todo estaba terminado. Los dos fueron a unas sillas a reponerse un poco, aunque no sudaron ni mostraban signos de agitación.
Ambos acordaron dar un pequeño paseo en los jardines de la casa. Él le ofreció su brazo y la heroína lo rodeó gustosa. Caminaban a paso lento, viendo algunas maravillas que brotan del verdor, capullos que prometían abrirse pronto y árboles que se contentaban con servir como techo a los paseantes.
—Estaré por unos días aquí, espero que no le moleste verme.
—Por nada me molestaría.
—¿Cuándo la puedo visitar y dónde?
—En la calle de ... y mañana mismo puede venir, no hay necesidad de hacer muchos formalismos.
—Iré en la tarde.
—Y yo lo esperaré.
Su conversación giró en temas demasiado irrelevantes, pero demasiado sinceros y afectuosos.
Emily se retiró antes de lo que había planeado y para sorpresa suya, el cochero estaba ahí. Cuando ella subió, el señor le explicó que no había hecho treinta minutos como había prometido, sino a penas veinte.
Ahora, tal baile inmortalizaría el sentimiento que podía hacer nacer el vicario en Emily, amor. Pero con esto, también Emily se prometió no volver a asistir a un baile, dadas las mañas por la moda y por otras cosas que brotaban de las personas, además prefería su nuevo hogar.
ESTÁS LEYENDO
Emily
Historical Fiction1840 se presenta de cualquier forma en el pueblo de Shaftesbury, Inglaterra. Pero pronto las cosas cambiarán en la población con la llegada de Emily, muchacha poco alegre que pretende buscar paz, pues la monotonía de la ciudad la tiene sumida en la...