Capítulo 20 Conclusión

140 7 23
                                    


Londres iluminó los ojos de Emily, al igual que Mrs. Catherine, quien sintió una fuerte emoción, sólo experimentada cuando vio Venecia.

Las nubes eran las cortinas del telón, que daban paso al sol, que hacía su aparición en el primer acto de la llegada de Emily a su ciudad natal. Los recuerdos se arremolinaron en torno a su cabeza y cuanto más cercano veía el centro de la ciudad, más emoción sentía.

Era como si todos sus sueños, que estaban congelados por la realidad que impidió en su momento que las ideas hicieran efervescencia, ahora estaban prestos a espumear ante un momento poco oportuno como lo era. 

He aquí, se levantaba su amado Londres de forma imponente, como una bella reina que con sus encantos y con sus ojos, contempla a sus súbditos. La reina estaba coronada por construcciones antiguas, puentes de vasta historia, sus ojos representaban en Támesis, claro como la espuma del mar y azul como las plumas de un pájaro coqueto. Con sus maneras graciosas y con sus ojos resplandecientes como aguamarina, permitía que visitantes o propios la admiraran y contemplaran, pero a pesar de los cumplidos su carácter benevolente no cambiaba. Sus ropas ligeras, su túnica, su manto rojo apoyado en el hombro izquierdo, sus dulces rizos dorados y su nariz respingada representaban belleza, pero a pesar de todos sus encantos, en aquel momento seguía siendo la dulce Londres, que aunque contaminada, permitía ver lugares esplendorosos.

Cuando la señora y Emily llegaron a la casa de la primera, bajaron rápidamente del carruaje y tras indicarle en qué parte se encontraban las caballerizas, Mrs. Catherine guio a su nieta de forma amorosa. Ambas caminaban placenteramente por el pequeño patio que era prólogo de una mansión, pequeña a comparación de la propiedad de Shaftesbury que la de Londres, pero la segunda también tenía sus hechizos que doblegaban los deseos de abandonarla y los cambiaban para convencer de su error a los hospedados.

Una escalera que iniciaba en el hall y terminaba en la zona de aposentos, era blanca, cuidadosamente fregada, con barandal de nácar, tallados y algunas figuras hechas en oro puro.

Al ver la estancia, Mrs. Catherine suspiró y agregó:

—Si en ese tiempo hubiéramos tenido esta casa, de que cosas se hubiese librado mi pobre Emireth.

Emily la abrazó y después movida por una curiosidad inocente, preguntó cómo es que habían adquirido dicho palacete.

—Tu abuelo la adquirió cuando ya teníamos mayores ingresos, que fue después de que naciste. Entonces, nuestro negocio pequeño tuvo un buen momento y con ello hasta pudimos viajar. Nunca imaginé que podría vivir tranquila y que sólo tendría que pasear, pues la rentabilidad del lugar permitió que nos retiráramos y ahora tenemos ahorros envidiables.

Tras satisfacer su curiosidad, Emily se retiró al aposento que le habían indicado para que mudase sus ropas. AL entrar sintió que era un sueño, pues la cama parecía principesca, con un dosel escarlata, con borlas plateadas a los lados  y de arriba una estructura de madera lo sujetaba. Las ventanas brindaban inmensidad de iluminación, ya sea por la del patio cuando anochecía (pues encendían algunos faroles) o en el día, porque el Sol entraba a hacer compañía a su amiga y como Emily era amigable con la naturaleza, entonces como gratitud a su amor, el sol la proveía de sus rayos que le hacían fáciles sus tareas, como dibujar o incluso calentarse, aunque no leía bajo los rayos, pues sus ojos se irritaban.

El mozo de cuadra le trajo sus cosas y al agradecer, éste se fue y la dejó sola, pero ella comenzó a desempacar y a ordenar en las cajoneras, de acuerdo a los complementos de sus vestidos que no eran exuberantes como los de la corte, más bien sencillos, pero a ella le agradaban. No tenía cintas ni lazos, pero tenía conocimientos que la hacían competente con cualquier persona de alto rango, aunque Mrs. Catherine ya le había advertido que saldrían de compras en uno de esos días.

EmilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora