Capítulo 2 El segundo día de la desconocida

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Emily despertó más temprano de lo que se acostumbra y salió a dar un paseo por los páramos, incluso quería olvidar por un rato todo lo que la rodeaba al convivir con la naturaleza, escuchar el canto madrugador de los pájaros y sentir una brisa fresca a pesar de la noche polar que vivió el pueblo. Llevó consigo un chal y el sombrero de paja anudado a su mentón. A esa hora había muy pocas personas, inclusive algunos faroles estaban todavía proporcionando luz a las vías públicas.

Las calles requerían de un enorme esfuerzo para transitarlas, puesto que algunas eran ascendentes y otras descendentes, pero de formas caprichosas, que si alguien caminaba sin cuidado una noche después del frío, podía resbalar. Hacían las veces de pista de hielo, aunque en días secos eran tan seguras que era imposible que sucediese un accidente.

Se internó en el bosque y vio muchas cosas sorprendentes, al mismo tiempo que su vista alcanzaba a contemplar un bello amanecer rosado, como a ella le gustaban, pues eran días felices cuando se presentaban. 

—Oh, Dios mío, ayúdame en este momento—habló para sí, algo a lo que estaba acostumbrada desde que era niña y no tenía compañeras de juegos, ni siquiera una nana que pudiese aliviar o escuchar los pensamientos propios de un infante.

No tardó más que un cuarto de hora para volver al pueblo, donde los puestos ya estaban por montarse, mientras otros ya estaban inclusive, ofreciendo artículos y alimentos. En un vagón donde había algunos panes, vio uno que le llamó en especial la atención y pensó en llevar algunos para compartir en casa, no con sus vecinos, pero sí con Mrs. Brown, que no le era simpática pero no quería mostrarse como un monstruo que tenía tan pocos sentimientos. 

Compró unas cuantas piezas y se las dieron en una bolsa de papel, como solía ser cada vez que no se llevaba canasta. Mientras caminaba imaginó la posibilidad de vivir en el lugar pues estaba tranquilo, al grado de que en las noches sólo era audible el canto de los grillos. Pero ese pensamiento se esfumó igual que sus sueños, al entrar en la casa y ver a Mrs. Brown ordenar sus cosas.

Vio a las mucamas en señal de protesta y ellas le dieron por respuesta un gesto que mostraba su falta de culpa, pues habían impedido que la señora entrase, pero ella las distrajo y se internó. Hicieron tentativas de sacarla, pero la necia se negó rotundamente.

—Vieja chismosa- pensó Emily—si por mí fuera no te permitiría que entrases nuevamente.

—¿Qué es lo que hace aquí?—repuso en un tono muy serio y muy seco Emily.

—Ya lo ves—sonrió la señora- ordenando estos estantes.

Emily recordó que allí tenía algunas cartas y miniaturas que había realizado y los cuidados que podía prodigarles la señora echarían a perderlos, pues era ignorante para esas cosas. También se le vino a la mente que vería las cartas y daría con su dirección.

—Permítame—repusó Emily de forma amable.

—No querida, yo hago esto.

Emily no soportó aquel trato y que una desconocida quisiese entrometerse en asuntos que no le correspondían.

—Le recuerdo señora—Emily cambió su cutiz claro a un rojo muy pronunciado- que aquí es donde vivo y usted no tiene porque meterse en donde no le importa, ni tiene derecho a tocar con sus manos esas cartas que son estrictamente confidenciales.

Mrs. Brown ponía una cara que la hacía ver más gorda de lo que estaba y mucho más desagradable con esos ojos que mostraban agresividad y un poco de torpeza, si puede mencionarse de forma alguna.

—He cometido un error, yo que quise ayudar sin interés, pero no se preocupe, que ya nos veremos las caras- comenzó a gritar esto en vez de hablarlo pasivamente, como si quisiese intimidar a la muchacha.

—No me va a intimidar—Emily también empezó a alzar la voz- porque no sólo usted puede gritar, yo también y mucho mejor al grado de acorralarla en su propio juego.

La señora se quedó boquiabierta ante tal muestra de valentía y de sentido común que nadie le había dado en su vida, pues era importante en el pueblo pero eso no le daba derecho a querer meterse en otros asuntos con índoles diferentes a las suyas. Mrs. Brown hizo el papel de indignada y se marchó, cerrando la puerta, aunque era tan torpe que no se dio cuenta que la puerta se llevó su vestido y este se le rasgó terriblemente. Muchas personas que estaban viendo lo ocurrido trataron de aguantar la risa, las mujeres con su abanico, los hombres apretando los labios y las ayudantes de Emily con los platos que estaban limpiando, aunque a nuestra protagonista el momento no le parecía divertido hasta que pasaron algunos minutos y se encontraba sola, en su habitación.

La señora estalló terriblemente y su cara se había vuelto más rosa que la de un cerdo, razón que la hizo posicionarse como objeto de risa.

Emily sintió que su conciencia finalmente había hablado y para bien, ya que la culpa estuvo en la señora, que probablemente le dejaría de hablar y la difamaría con las peores ocurrencias de las que sólo un cerebro mal usado es capaz de inventar. Pero eso no importaba mucho, pues su compañía lejos de ser agradable era detestable. 

La muchacha siguió con sus actividades y encargó estrictamente que nadie pasara, de lo contrario debían decirle que la ley caería sobre ellos. Al parecer así fue hecho cuando unos cuantos curiosos, conocidos de las mucamas, querían hacerse de la casa osando pasar las áreas que servían como límite a los visitantes, pero ante tal anuncio muchos desistieron de tal propósito.

Fue a algunos lugares apartados para leer las cartas y se encerró para contestar otras tantas. Nada la hacía cambiar de parecer en su estadía, la cual quería fuese corta.

—Si puedo solucionar este problema cuanto antes, no debo preocuparme de volver a ver este lugar, pues no deseo estar más que lo necesario—ideaba este tipo de planes que la hacían redactar con más rapidez y sin equivocarse, pues desde sus primeros años no como una chiquilla, sino como toda una joven (actualmente cuenta con 26 años) se mostró interesada por el dominio de la gramática y se sometía a castigos un tanto severos cuando algo no era resuelto, en su caso cada vez que se equivocaba. 

Nada parecía despertarla de sus actividades, incluso los pequeños ratos en que podía liberar su mente en abandonar el lugar, se empeñaba a empacar y acomodar las cosas tal y como estaban antes de que ella llegara. Estaba tan resuelta en perseguir su objetivo que el único descanso del que podía disponer era nada menos que cuando dormía y se envolvía con mantas a la luz de una bella luna.

El reloj le anunciaba la hora en que debía cambiar de actividad, pues era tan organizada que dedicaba cierto tiempo para actividad que gustaba realizar, como hacer bosquejos que eran mejores a los de los pintores oriundos, aunque su verdadera pasión era hacer pequeños cuentos que eran sino los mejores de la época, pero no abordaremos ese tema aquí.






EmilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora