Capítulo 18 Un destello en la tormenta

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Mrs. Catherine ya había dejado su pequeña conversación con Georgina y aquella noche siguió con un humor espléndido, como de costumbre, con su invitada, por quien tomaba más afecto cuanto más pasaban los días.

Anteriormente sentía una fuerza que la retenía en Shaftesbury, pero con el incidente ocurrido, dejó de creer en la hospitalidad, "siempre brindada sin reservas". Ya no temía marcharse a otro lugar totalmente desconocido para ella, porque vería a sus amigos John y Emily, además de que velaría por la felicidad de ambos, prestándoles una ayuda sincera y desinteresada.

Sabía que hubo otras épocas, cuando el lugar era más bello y de él se desprendía una luz que lo hacía un asentamiento muy preciado en todas las colinas, con su atardecer, el cual provocaba que la música de las aves y el sonido de otro bellos animales pasara por la fina arpa que Orfeo sostenía con delicadeza y elegancia. Cuando las cuerdas eran movidas con sus dedos, entonces el rojo y el anaranjado se desvanecían y al final, un pequeño rincón lejano y rojo como una llama, era el único indicio de que el sol, cuya presencia es indispensable, daba paso a su amada la luna, quien últimamente estaba pálida, probablemente por la pasión que la dominaba.

Ahora, se daba cuenta que su presencia no era indispensable allí y que su tarea, ayudar en la rectoría de St. James ya había concluido. A pesar de que le costaba dejar ese edificio, cuyas torres y vitrales iluminaban cada sector, no sentía más nostalgia que la necesaria, porque de vez en cuando tendría que ir, ya que su casa no podría permanecer sola por mucho tiempo. Se decía que su esposo era en su momento un rico mercader y le dejó una propiedad en Londres. 

Para satisfacción de todos, se acordó ir a Londres, lugar que prometía más que lo ofrecido, aunque al estar cerca de su ciudad natal, Emily sentiría un inmenso apoyo y podría hasta encontrar nuevamente empleo, como antaño, pues le sería más fácil allí. 

Por un momento dejaremos a Emily, para centrarnos en el vicario, quien se encontraba en medio de una junta, la cual trataba sus asuntos con la delicadeza necesaria. 

—En virtud de lo acordado ayer, le confirmaremos sobre la decisión del seminario.

—Les ruego que me concedan una rectoría, así sea en la provincia más lejana—esta sugerencia surgió de los albores de una mente que pensaba en empleo, porque no recordó que ya habían acordado ir a Londres a vivir, pero confío en que la respuesta de la especie de asamblea no sea tachada de injusta o de  excesivamente indulgente.

—Ante su actual situación nos vemos en la necesidad...

El regente del lugar tuvo que hacer una pausa, pues se había equivocado de documentos y finalmente, tras un breve intervalo de incertidumbre, retomó su papel.

—De absolverlo de cualquier acusación que haya manchado su reputación, que hasta ahora ha sido magnífica, por ello de ahora en adelante, cuando usted nos indique la fecha, podrá oficiar en una iglesia que se encuentra situada en los perímetros de esta magnífica metrópoli.

John no sabía qué hacer. Finalmente las cosas eran favorables y con ello, se abría un destello de cielo, pasada la tormenta. 

—No sé cómo expresar mi agradecimiento por su gran estima.

—Es nuestro deber obrar con justicia.

Las palabras sobraban, por lo que, después de echar una mirada llena de gratitud a todos los presentes, el muchacho salió del lugar con grandes expectativas del futuro. Ya no representaban un problema las acusaciones sin fundamento del vicario George, quien recibiría una reprimenda por su servicio tan pésimo.

Pero, mientras caminaba por la enorme ciudad y contemplaba algunos edificios, se acercó al río, donde veía su reflejo y eso, sin que tenga relación alguna, le hizo recordar lo que le explicaron acerca del viejo vicario.

EmilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora