Capítulo 6 La mala noticia

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Querida Emily:

Sé que estas muy preocupada y desearás, como sé de sobra, que me encuentre allá, imaginando así que parte de tu sufrimiento se aliviará, pero no me será posible tal cosa.

En primer lugar, he estado trabajando día y noche, peor que un jornalero que carece de tres comidas diarias, para resolver tu caso, al que, francamente no le veo solución. Mr. Jones debió estipular algo por escrito, de lo contrario, tu permanencia allá, déjame decirte aunque carezca de encanto, es total y completamente inútil. 

Sé que tendrás tus razones para molestarte, pero necesito una prueba, por escrito, que acredite que tal posesión te corresponde. Conozco de sobra que tu relación con él fue peor que la llevada por los Capuleto y los Montesco, pero no hay solución a ello, excepto resignarte. Conozco tu ímpetu y te será difícil hacerlo, hasta irás en contra de mares de sangre si es preciso, para evitar que un obstáculo se interponga en tus planes, pero esperar es una gran solución para uno de estos casos.

Ya me venía temiendo esto, que tu madre sufriera por tal hombre tan ególatra y por el que, estoy seguro, sintió odio hasta el día de su muerte, que pudo perdonarlo. 

Te corresponde a ti decidir si te quedarás por más tiempo, pero no debes exceder más de un mes, de lo contrario, te verías en problemas. Sí, en problemas, pues una de las hijas de Mr. Jones se enteró de su muerte y ha prometido conseguir lo que es suyo. Su temperamento tan orgulloso y tajante la hacen una persona desagradable. Pero no es todo, para peor de todos los males, su padre la casó con un hombre que tiene bastante poder y riquezas.

Así que esta situación será una tentación para tu valentía. Ten paciencia, pues el viento soplará a tu favor, más pronto de lo que puedes estar soñando.

Blake


Tal situación, no es de extrañar, hizo que Emily perdiera sus esperanzas de reclamar lo que era suyo, pues aquel hombre le debía tantas cosas y además, rara vez Emily había vislumbrado el resplandor del cielo que traía bendiciones. Es verdad que le fue difícil introducirse a ese pueblo, pues tuvo que ponerse en contacto con el difunto, y de esa forma, llegó y fue presentada a la servidumbre. 

En vano, Emily había insistido al viejo a decretar por escrito que todo eso le correspondía. Pero se preguntará la lectora y el lector ¿Con qué derecho osa reclamar algo que evidentemente no es suyo? Mi respuesta es la siguiente. Muchas veces cuando caminamos o salimos de casa, vemos muchos rostros, algunos sonriendo, otros con enojo y una diversidad de emociones que sería motivo de aburrimiento si las remarco. Como decía, vemos personas y todos, sin recluir a nadie, albergan problemas o situaciones que jamás les atribuiríamos. No conocemos las tribulaciones por las que pasan, cuál es su pasado, qué puede estar mezclado con intriga, o bien, con suspenso y más. Así que es un secreto de Emily, que a su tiempo lo conocerán.

La heroína sufrió un fuerte disgusto, que la obligó a estar en cama todo el día y sin pensar en salir. El ama de llaves subió un caldo que al parecer, le dio fuerzas, pero Emily ya no quiso salir como hacía de algunos días hacía acá, dando paseos y perdiéndose en sus pensamientos, en lo más recóndito del bosque.

¿Qué la consolaría, ahora que estaba lejos de su hogar? Londres cada vez era más grande, pero la sobrepoblación era uno de sus muchos defectos, aunque en ella Emily no se sentía extraña.

Pasó el momento más difícil y ahora se le veía dormida, como si hubiese peleado una gran batalla y esa fuera su recompensa después de un momento fatigoso y donde las tormentas se habían apaciguado. 

En tal momento, las sirvientas hablaban con mucho pesar de la que temporalmente era su ama.

—¡Qué terrible es el trato que le dan! Por nada del mundo querría estar en su lugar.

—Ya ves, eso sucede cuando viene un foráneo a este pueblo. Hubieras visto el verano pasado cuando vino una familia proveniente de Pluckley, parecía como si les temieran por tener que ver con leyendas y asesinatos que han florecido en tal lugar. 

—Esperemos que todo esto se resuelva cuanto antes.

Las dos siguieron con su labor y una preparaba el horno y la otra amasaba con menos energías de las acostumbradas, razón que hizo que la masa tuviera una ligera diferencia, hasta Emily pudo darse cuenta, aunque no hizo ningún comentario, pues el sabor era inalterable.

Al caer la noche, cuando la pálida luz de Luna iluminaba su estancia y la vela aún ardía, ambas cosas la incitaron a tomar  un libro del pequeño estante (si podía llamársele así a dos repisas con veinte volúmenes , los cuales viajaron de Londres a allí, siendo pertenencia de la protagonista). Abrió un libro de poemas y uno de ellos era de Samuel T. Coleridge. Decía así:

Un sufrimiento sin crisis, vacío, oscuro y lóbrego;
Un dolor ahogado, soñoliento, desapasionado,
Que no encuentra desahogo ni alivio en palabras, suspiros o lágrimas...
¡Oh, Señora! Con este humor desanimado y descolorido,
Y a otros pensamientos incitado por aquel lejano zorzal,
Durante todo este largo crepúsculo, tan sereno y perfumado,
He contemplado el cielo del oeste,
Y su matiz peculiar de verde amarillento.
Aun lo contemplo,
¡Y con qué mirada inexpresiva!
Y aquellas finas nubes, lisas y escamadas,
Que a las estrellas comunican su paseo,
Esas mismas estrellas que se deslizan entre las nubes,
Y detrás de ellas, o bien brillantes o apagadas,
Pero siempre visibles;
Y esa luna creciente, tan fija como en su propio lago celeste,
Sin nubes, sin estrellas;
A todas las veo,
Tan majestuosamente hermosas,
¡Veo qué hermosas son, más no lo siento!

Esto le pareció algo apropiado para la ocasión y simplemente se dejó llevar por los sentimientos que le transmitían tan finos versos. Al ver que el cuerpo lunar se ocultaba y la luz menguaba, dejó el libro y apagó la vela. Acto seguido, después de voltearse muchas veces, tratando de encontrar una buena posición, logró hacerse del sueño.

Al día siguiente ya se encontraba mejor, por lo que bajó al comedor sin palidez u otros estragos de la mala noticia que todos desconocían. De repente, cuando la tarde caía (ella no salió tampoco) escuchó que llamaban a la puerta. No le sorprendía que les pareciese extraño que no saliera y pensaron que debía tratarse de algo, entonces la curiosidad los habría dejado hasta allí.

Pero era una sorpresa diferente, pues eran dos conocidos los que estaban a la puerta, el vicario y Mrs. Catherine.



EmilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora