Capítulo 11 Lo que sucedió en la casa del viejo Jones

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Una mujer iba hacia la rectoría con tanta prisa, como si hubiese recibido una gran noticia sobre su futuro, pero no era así. Más bien, parecía que galopaba con ímpetu, con la excusa de que olvidaría todo lo que vio, escuchó y habló con los informantes.  Al poco rato, Emily vio a una mujer a lo lejos y al ver que iba en tal dirección, dejó su acuarela, que estaba quedando excelente, aunque le faltaba sombra y un retoque en el fondo. La protagonista fue consciente de ello, pero pensó que ir a curiosear sobre la situación era más interesante, y ya después, cuando estuviera rodeada de calma, continuaría con su estudio.

—Señor—decía la sirvienta, quien daba grandes inhalaciones y exhalaciones, que eran ameritadas por tal carrera emprendida—me he enterado de todo cuanto sucedió.

—Cálmate y relájate por un momento—sugirió el vicario.

—Nada de eso. Antes muerta que ocultar todo esto, de lo contrario esta vehemencia disiparía mis pensamientos y haría que se marchasen muy lejos, como las nubes.

—Entonces habla—asintió el vicario con modales pulcros y una gran amabilidad.

Emily estaba en ese grupo, pero como no se sentía en plena confianza, aún no pedía muchas cosas, dada su situación de huésped.

—Pues bien, aparenté ir al mercado y pedí, aprovechando la ocasión, un poco de verduras para la cena. De repente, vi a una mujer gorda y que tenía más apariencia de caricatura que de mujer, pero, de acuerdo a sus amigas que le hablaban por su nombre, era Mrs. Brown.  La señora estaba acompañada de un vicario que parecía momia. Tengo entendido que su nombre es George y oficia en St. Peter. Hablaban de un plan que había fracasado, pero que debido a los daños causados no tenían una buena excusa para desentenderse de pagar por la casa del, ya muerto, señor Jones. Hablaban de inculpar a Emily por todo ello y decían que tenían unas pruebas muy convincentes que los harían parecer inocentes. Entonces caminé un poco y llegué a la cuesta. No resistí la tentación de echar un ojo, pero vaya que la casa, aunque conserva su forma, se ve más triste y sombría, incluso las paredes, que eran más claras que oscuras, están empapadas con marcas de las humaredas que se levantaron esa noche, según los rumores. Los vidrios están rotos y hasta el pequeño jardín, que tenía tréboles y flores, fue pisoteado sin el mayor remordimiento y hasta las casas adyacentes hablan de que nunca habían visto la furia de unos pobladores contra una foránea. 

La muchacha, al ver el rostro de Emily sonrojarse, por tal palabra, que no fue malintencionada, pero que su significado recaía tan fuertemente, se volvió a Emily.

—No se preocupe, verá que pronto sabrán cuan valiosa es usted.

Emily hizo una reverencia y mostró una sonrisa de agradecimiento.

—Pero eso no es todo—agregó la muchacha de servicio—me encontré con una señora, llamada Catherine, que me dijo que esta tarde vendría para ver cómo seguía su niña y su amigo.

—¿No le dijiste algo amable?—preguntó el vicario, que estaba sonriendo, porque sabía la respuesta, dado lo despistada que era Beatrice.

—Señor...discúlpeme, volví a olvidar esa parte—respondió Beatrice, un poco acongojada.

—Mrs. Catherine no es puntillosa en ello, así que no debes preocuparte—repuso el vicario en un tono amigable.

—Eso es todo lo que sabemos usted y yo, hasta el momento—agregó el vicario al ver el rostro de Emily, que daba la impresión de pensar mucho en la situación.

—Me parece bien que venga Mrs. Catherine, pues a los dos nos hace falta su presencia, que por sí sola es excelente.

Pasada esa pequeña reunión, llegó el momento de la comida, pero Emily se encontró a solas con el vicario y de repente, sentía que su nerviosismo aumentaba, pues quería que ya fuese tarde para ver la silueta de Mrs. Catherine.

No bien había iniciado, cuando parecía que el deseo de Emily se había cumplido, pues unos caballos y unas ruedas se escuchaban. Al poco rato, alguien tocaba la puerta y Mrs. Catherine entró después de los formalismos que se aplicaban.

—¿Cómo ha estado, querida?—preguntó Emily a su benefactora.

—Muy bien, gracias mi amor. Por cierto que traigo unas breves noticias de lo ocurrido, como mandé decir con esa muchacha, que es todo un encanto.

—No sabría cómo agradecerles a usted y a John, pues han salvado mi vida.

—No hay de qué, nosotros somos sus amigos—dijeron los dos al mismo tiempo, resultando una coincidencia muy graciosa.

Emily, por primera vez después de la muerte de su madre, quien era la única que le daba muestras de cariño, sentía algo muy agradable. Creía que nunca más podría contar con alguien, pero cuando menos pensó que encontraría amigos, estos estaban más cerca que lejos.

—Comenzaré con mi relato—apuntó Mrs. Catherine—Una de mis sirvientas fue justamente por un encargo a la confitería, pues necesitaba almendras y chocolate para unos dulces. Entonces llegó  diciéndome (como suele ser su costumbre) que Mrs. Murray y su dama de compañía hablaban con unas mujeres sobre el plan que había fracasado pero hablaban de echarle toda la culpa a Emily. De hecho decían que su segunda opción, que era enviar una carta a la hija del viejo Jones, estaba marchando bien. Decían que con toda seguridad estaría aquí en dos semanas y mientras tanto, debían buscar a tal mujer para hacerla pagar por medio de la ley.

—¡No me esperaba menos de ellos!—repuso Emily.

—Creo que convendría mantenerla oculta aquí hasta que la hija del señor Jones se marche—dijo John.

—No dude que Mrs. Brown tiene sabuesos a su servicio en todo el pueblo, cuyo olfato es muy desarrollado y encontrarían el paradero de nuestra amiga. Como la vez en que Mrs. Brown descubrió, por mediación de un sirviente, que alguien había encontrado monedas de oro en las profundidades de su casa. Pobre habitante, le robaron por culpa de esa señora.

—Tiene razón, habría que idear una forma para sacar a Emily de esto—continuó el reverendo.

Emily estaba meditando cada situación y convino en una solución, a la que nadie puso trabas, pues era prudente y conveniente.

—Sé que no suena tan desarrollado, pero  puedo comunicarme con mi abogado, para saber qué ocurrirá, entonces una vez que todo esté seguro, me iré. Lo apresuraré en tal situación.

—No se me había ocurrido que estaba por ello—agregó Mrs. Catherine, pero ya no hizo más preguntas o comentarios imprudentes, pues confiaba en que Emily les contaría la situación que vivía, pero pasados los días.

—Manos a la obra. Cuando está reunión haya terminado, iré al escritorio, con permiso del reverendo, y escribiré para mandar esa carta mañana a primera hora.

No hubo discusión en ello y todos acataron tal idea. La reunión no se vio interrumpida, siguiendo la conversación de temas más agradables, hasta que Mrs. Catherine los dejó y el vicario fue a dormir, por la hora un poco avanzada.







EmilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora