Capítulo 4 De cómo se las ingenia una mujer solitaria II

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Ese día era imposible cruzar el pequeño jardín que protegía la casa y le daba un toque especial, como si el antiguo dueño fuera consciente de que necesitaba un buen espacio para causar una impresión más amena en los visitantes.

Emily veía a través del alféizar las gotas de lluvia, que caían libremente, como si fueran pequeñas porciones que se han desprendido de un diamante. Abrió un pequeño trecho para que el aire no se contaminara con el aroma de la candela.

Las mujeres al servicio estaban arreglando la cocina pero al escuchar el crujido del vestido satinado, pusieron un florero con lirios (sabe Dios los esfuerzos que hacían para conseguir flores que se creían imposibles), un camino de mesa con tela china, sin mantel, pues a Emily le parecía innecesario poner otro trozo de tela, incluso sentía una especie de nervios por mancharlo, aunque por naturaleza era cuidadosa.

—Buen día señora.

—Buen día—respondió Emily con la vista agachada. No es que fuera tímida, pero no le gustaba ver a los ojos a los demás. La educación de esa época fue tomada muy en serio por ella, no hablar más que lo necesario, pero ella tenía una especie de independencia en su imaginación y en su espíritu. Siempre veía la inmensidad del campo y se sentía atormentada con sólo pensar en las reglas demasiado estrictas de aquel entonces.

—¿Tomará su infusión?

—Es verdad, lo había olvidado, necesito saber del abogado—lo dijo para sí y luego se volvió para responder a la pregunta—sí, por favor.

El desayuno fue efímero, pero no desagradable. Emily terminó con un "gracias" y se marchó con una sombrilla de manguito de marfil hacia la oficina de correos, pues necesitaba con urgencia salir del lugar. No porque fuera desagradable, sino que sus habitantes la hostigaban con su actitud tan extraña.

—¿Hay carta para Emily?—preguntó con seriedad al señor.

—Veamos aquí...sí—dicho eso la extendió hacia ella con mucha reserva.

Era evidente que Emily no podía abrir una misiva en un lugar público, de lo contrario aquello que era confidente se vería mancillado por la curiosidad de los otros asistentes. 

Unas mujeres que estaban cerca la vieron con desconfianza, pues les parecía agraciada, sólo que ninguna comentó eso. Una de ellas, la más curiosa, se acercó lentamente y repuso:

—Señorita, he escuchado hablar de usted y por su aspecto juzgo que no es de aquí ¿Qué hace en un pueblo como este?

Emily no advertía tal situación, aunque no dejó ver su sorpresa, por el contrario más bien mostró seguridad, pues ella tenía lo que suele llamarse como "sangre fría" y nervios de acero. 

—Vine de Londres porque necesitaba un poco de descanso, pues el aire de la ciudad afectaría mi cuerpo.

—¿Y qué hacía con el señor Jones?

—Era mi arrendatario, de hecho me rentaba una cabaña del otro lado del bosque, pero el día en que vine a visitarlo vi que estaba desfalleciendo y quise ayudar.

—¿Por qué alejó a las personas de ese modo?—su tono fue muy escrutador.

—Me parece que su tono no es el adecuado y me podría ahorrar la explicación, pero si tanta es su incertidumbre le diré que no estoy acostumbrada a que me vean cómo un ser extraño y me enfada que estén en un lugar sin dar ayuda.

La señora Catherine supo lo embarazoso que fue hacer esas preguntas, por lo que se sintió apesadumbrada al hacer que alguien desvelase los motivos que orillaban a una decisión o un proceder que no era lógico para personas iletradas.

EmilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora